Fermin Munarriz
Periodista
IKUSMIRA

Limosna para los niñatos

Es una tendencia nueva y ha generado ya perplejidad e indignación en algunos puntos de Oriente: jovenes occidentales de países ricos piden limosna en las calles del sudeste asiático para continuar su viaje a lugares paradisíacos. O para noches de alcohol. Para entendernos, a nivel local, es como si niñatos de Neguri pidieran una ayudita en las aceras de Otxarkoaga para seguir su fiesta del fin de semana.

Les llaman beg-packers, una mezcla de mendigo y mochilero. Unos tocan música o venden postales, y otros, directamente, muestran un cartón en el que invitan a colaborar con «nuestro viaje alre- dedor del mundo», mientras atraviesan zonas devastadas por las desigualdades sociales extremas y hasta la miseria.

No piden por hambre, lucen bien vestidos, aunque algo sudaditos por el trópico, con gafas de sol en peineta y, eso sí, mirada lánguida en busca de caridad. No consta éxito, pero tal vez no importa; será suficiente la excitación de sentirse mendigos por un día. Y lo cuentan ellos mismos a través de los terminales electrónicos que llevan. La vanidad de los pijos es muy traicionera. Además, detrás de toda extravagancia burguesa siempre hay una tarjeta de crédito.

En algunos países se han levantado voces contra un fenómeno hiriente donde sí hay gente que necesita pedir para sobrevivir. En Indonesia se habla ya de listas de caraduras.

La industria del turismo global sigue alimentando viejos mitos del colonialismo, en los que el exótico nativo se caricaturiza como pobre e ignorante pero bienintencionado, dispuesto siempre a servir al hombre blanco. Hasta el punto de darle limosna para pagar sus caprichos.