Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

El mito de la destrucción

De mal en peor. En caída libre, y sin ni siquiera llegar a vislumbrar el fondo. Ayer el Festival de Venecia dio un recital de tortas, llevado por el violento frenesí de su naturaleza maratoniana, y por el sadismo en una programación poco amiga de las caricias. Aquí se ha venido a sufrir... y a disfrutar con ello.

Terminamos la última jornada jadeando, llorando para juntar las últimas fuerzas y arrastrarnos, así, al lecho de muerte... Pero nos despertamos, respiramos y gritamos por el recuerdo aún caliente (ardiente) de la pesadilla que había atormentado nuestro –escaso– sueño. Solo que aquello en realidad era una premonición: lo peor estaba por llegar. Y llegó.

La séptima jornada de la 74ª Mostra fue el día del Señor... Aronofsky. Vino, vio, vimos y, a partir de ahí, todo cambió. Al final de la proyección de “Madre!”, su nueva película, nos dimos cuenta de que la competición por el León de Oro se había convertido en un abuso. Un maltrato. Una soberana paliza.

Por obra y gracia de un director de nuevo con ganas de llevarse a sí mismo al límite, y de hacer exactamente lo mismo con su audiencia. En un claro gesto de reverencia shakespeariana (ahí está el nivel), Darren Aronofsky decidió convertirse en el mago Próspero, e invocar una tempestad sensorial de proporciones bíblicas, y claro, nos apabulló durante dos horas.

Al término de estas, se oyeron aplausos, y gritos de ánimo, y abucheos, y blasfemias que no se pronunciaban desde el Antiguo Testamento. El Lido ardió (en serio) y Aronofsky, tan tranquilo, tocó la lira. Todo en orden en su planificadísimo plan de destrucción del mundo.

A esto mismo se enfrentan, en sangrienta guerra de sexos, Jennifer Lawrence y Javier Bardem (ambos imponentes) sin la necesidad de salir de la –hostil– comodidad de su hogar. En una antigua casa de campo, un escritor y su mujer van recibiendo a invitados más o menos deseados, mientras se preparan para ser padres. Una combinación sin lugar a dudas apocalíptica, que en manos de Aronofsky, ángel exterminador, alcanza cotas de mito de la creación... surgido de las cenizas de la destrucción. Puro dolor; pura desesperación. Pura egolatría, para nada exenta de un espíritu auto-flagelador que no hace sino magnificar todas las tesis y estímulos esgrimidos. Así es “Madre!”, una obra maestra siempre al borde del colapso. Del fin de los tiempos. Un poema de terror terrible (claro) pero a la vez inspirador, en el que el milagro de la demiurgia se revela (horror) como el más aberrante de los crímenes.

Después de tamaño incendio, quedó tiempo (el justo) para “The Third Murder”, de Hirokazu Koreeda. El artesano japonés, tan correcto y educado como siempre, se mostró ajeno a tanto escándalo. Su nuevo film es un thriller judicial, coqueteo genérico que el hombre utiliza en su favor. Es decir, para reivindicar su buen saber hacer en el drama familiar, ahora empleado en la búsqueda de una verdad que cambia dependiendo de quien la narre. Sin gritos ni catarsis estridentes, Koreeda apagó el fuego de Aronofsky... para dejarnos con la –aplastante– responsabilidad de otra creación.