Ríos de tinta han inundado durante el último año las redacciones de periódicos de todo el mundo intentando ofrecer un perfil fiable del asesino de 77 personas en Noruega el 22 de julio del año pasado. El juicio, finalizado hace poco más de un mes, apenas ha arrojado luz sobre el carácter de Anders Behring Breivik, que hace un año colocó un coche bomba cerca de las oficinas del Gobierno noruego, causando 8 muertos, y acto seguido se trasladó a la trístemente célebre isla de Utøya, donde asesinó a santre fría a 69 jóvenes miembros de las juventudes del Partido Laborista.
Un tribunal reforzado, compuesto por dos jueces y tres ciudadanos -un maestro, un funcionario y un jubilado- tendrán que decidir el próximo 24 de agosto si Breivik es el culpable de los atentados -algo sobre lo que no hay dudas, ya que el acusado ha confesado la autoría- y sobre todo, si está cuerdo o no. Esta ha sido la principal cuestión durante el juicio que quedó visto para sentencia el pasado 22 de junio.
Al contrario de lo que suele suceder habitualmente en estos casos, en los que el acusado se declara enfermo mental y la acusación defiende su cordura, en el caso de Breivik la Fiscalía pide su ingreso en el psiquiátrico, mientras que los cuatro abogados de la defensa defienden que actúo por motivaciones políticas y piden que ingrese en prisión.
La confusión viene servida desde los propios informes psiquiátricos. En noviembre, un informe apuntó a que Breivik padecía esquizofrenia paranoide y delirios. Ante lo cual, en enero, un tribunal pidió un segundo informe que vio la luz en abril. Este segundo documento declaraba que el autor de la matanza estaba en plena posesión de sus facultades mentales, por lo que es penalmente responsable. La pelota está, por lo tanto, en manos del tribunal.
Sea cual sea la sentencia final, lo que el juicio ha dejado claro es el esfuerzo de los noruegos por impedir que la masacre altere su forma de vida y los pilares del Estado. Nadie ha pedido la cabeza de Breivik. En declaraciones a BBC Mundo, Jordi Nordmelan, uno de los supervivientes, resumió claramente el espíritu con el que afrontaron el juicio: «Es una oportunidad para que el diga todo lo que quiera, lo cual es bueno, porque podrá responder preguntas que nunca más tendremos que hacerle. Es bueno que el sistema que él odia y trató de destruir lo oiga y le demuestre que funciona». «No es sobre las víctimas, sino sobre Breivik», sentenciaba este joven presente en Utøya el 22 de julio de 2011.
Sea cual sea la decisión del tribunal, el máximo número de años de prisión que podrían caer sobre el acusado son 21, otra señal que aleja el modelo noruego de otros demasiado cercanos en los que, sin amenazas presentes de atentados, se pretende instaurar una cadena perpetua «revisable».