Hay términos cuyo uso tan manido en la dialéctica política diaria no hace sino ocultar la falta de argumentos y ensalzar las propias miserias. La tradicional introducción «nosotros, los demócratas» es uno de ellos pero, al hilo de la muerte de Chávez y de otros acontecimientos recientes, conviene detenerse en el adjetivo «populista», un vade retro que inhabilita automáticamente a su destinatario.
Confieso que estoy hecho un lío. Si por populismo se entiende un sistema de gobierno del pueblo frente a las élites tradicionales, acusar de populista a Chávez es precisamente apostar por el regreso al poder de los que tenían a Venezuela hecha unos zorros y a la mayor parte de los venezolanos muertos de hambre.
Para la izquierda tradicional (y demasiadas veces sectaria), el populismo es un movimiento político táctico que favorece y apela a las clases populares pero sin pretender derribar el sistema capitalista. En este sentido, puedo entender, y digo entender, que no compartir, que haya quien desde ese dogma desconfíe de las promesas -aún no totalmente realizadas- de la revolución bolivariana de que transformará Venezuela en una sociedad socialista.
No creo que los que acusan a Chávez de populista por estos lares compartan ese criterio. ¿Qué queda entonces? ¿Que construyó hospitales y comedores públicos para ganarse la simpatía de la población? ¿Dónde hay que apuntarse? ¿Que sus formas y lenguaje político no eran el que impera, y desespera, a la población en Occidente? ¿Eso es ser populista? Populista eres tú.