Pero a la vuelta de la esquina se adivina ya otra encrucijada. Barcina aparece quemada cada vez para más círculos concéntricos de la derecha navarra, y cobra mucha fuerza la opción de que si su horizonte judicial se sigue nublando se produzca su voluntaria renuncia al cargo. Dado que ni UPN ni el PSN aceptan elecciones, ello daría paso a un nuevo proceso de investidura de otro representante de UPN (que es lo que se barajaban hacer con Alberto Catalán antes de su sorprendente derrota en el Congreso).
Aunque parezca extraño, esto ya ocurrió una vez. En 1996, cuando Javier Otano (PSN) dimitió como presidente navarro por la aparición de cuentas bancarias en Suiza, no se dio paso a las urnas, sino que se abrió un nuevo proceso de investidura. Pero hoy existe una diferencia sustancial. Entonces regía el llamado «procedimiento automático», una peculiaridad navarra que establecía que si nadie lograba mayoría parlamentaria, se convertía en presidente el candidato más votado en los últimos comicios. Como quiera que en 1995 había ganado UPN, al PSN le bastó quedarse cruzado de brazos para que, una vez agotados los plazos, Miguel Sanz resultara coronado. Aquel «procedimiento automático» era una antigualla que se anuló años después, de modo que ahora al PSN no le bastaría hacer la estatua; tendría que abstenerse para dar luz verde al sustituto de UPN.
Por tanto, seguir evitando que la ciudadanía decida solo entrampará más al PSN. Su única salida digna y razonable se llama elecciones.