‘La Gazeta de Madrid’, «el NO-DO de la época», dejó escrito aquellos días que de Donostia «solo quedará sino la memoria de donde estuvo». Se equivocó de plano. La ciudad fue reconstruida con paciencia, tesón y el apoyo de los ayuntamientos vecinos. Eso sí, fue una nueva Donostia, muy diferente a aquella que Egaña subraya dividida en dos partes: la de intramuros, en la que las gentes vivían hacinadas y con problemas de salubridad, y la extramuros, donde estaban unos 400 caseríos que abastecían a los de dentro. Los niños, por ejemplo, vivían fuera.
La destrucción dio paso a la lucha por la supervivencia, en la que los donostiarras llegaron a residir en la cárcel de la Plaza de la Trinidad. Y también a un clásico postbélico: la especulación. Cada metro cuadrado de las chabolas o barracas en que habían vivido los oficiales británicos pasó a costar diez veces más que las antiguas casas devoradas por el fuego y en la que la mayor parte de los donostiarras habían vivido de alquiler. No es un fenómeno propio de Donostia, «otro tanto ocurre ahora en Irak o antes en los Balcanes», apunta Iñaki Egaña.
Con la desaparición definitiva de las murallas medio siglo después, Donostia se expandió a todos los niveles. La burguesía que engordó en el escenario posterior a la masacre de 1813 se enriqueció cada vez más. Se consolidó una ciudad clasista, en la que, cita el historiador donostiarra, «al estilo de lo que pasaba en otros lugares con los agotes o con las mujeres, había una división clara entre los ricos y la gente común. En la ‘Belle Epoque’, por un lado del Boulevard paseaban los ricos y los turistas, y por otro la gente común».
Para entonces Donostia ya competía con Biarritz y emulaba los bulevares parisinos. El «despegue espectacular» llegó con el turismo, cuando la monarquía española la convirtió en su lugar de veraneo. ¿Hubiera sido así Donostia si no hubiera mediado la catástrofe de 1813? Imposible saberlo.
La destrucción en cifras:
250.000 soldados franceses atravesaron Euskal Herria en 1807 y 1808. En un momento dado se calcula que Napoleón llegó a tener ese número acantonado en este país.
9.100 habitantes tenía Donostia en 1813, si bien únicamente unos 5.500 residían en el interior de la ciudad amurallada. El otro 40% estaba en el exterior, en los baserris.
7,5% de población guipuzcoana era la que albergaba Donostia, por lo que su peso era bastante modesto. Iruñea era la población vasca más poblada de la época con 14.000 habitantes.
Muertos militares. En Donostia y la batalla de San Marcial (Irun), del mismo día, se constatan 5.300 bajas aliadas (muertos, heridos y desaparecidos) y 3.100 por la parte francesa.
Muertos civiles. A partir de diversas fuentes, Egaña estima que pudieron ser entre 40 y 100 la primera noche, 500 en dos meses y más de 1.500 por las plagas posteriores.
36 casas fueron las que quedaron en pie –en la actual calle 31 de agosto, la más cercana al castillo – sobre un total de 600, según el testimonio de un capitán francés.