Llegados a este punto, uno se plantea, como cantaba Habeas Corpus: «¿Cómo se entiende lo que no se entiende?». Si algo caracteriza al modo en el que la mayoría política y mediática del Estado afronta el proceso soberanista en Catalunya es el gusto por adecuar los hechos a un mundo que solo existe en la cabeza de quien habla. Algunos, a falta de razones, lo hacen por testosterona. Otros, a base de contumaz incomparecencia. Lo hace Rajoy cuando asegura, sin que le tiemble un músculo, que los problemas terminarían si no hubiese consulta. Lo hace el PSOE, por boca de Antonio Hernando, cuando reduce el diálogo a darse la razón a sí mismo y reivindicar una reforma constitucional que llega tan tarde y se quedaría tan corta que ni siquiera contentaría a quienes creyeron en un Estatut alegremente despellejado. También quienes solo hablan de una consulta «pactada» y que se desarrolle por cauces legales cuando saben, a ciencia cierta, que no hay nadie al otro lado del teléfono. O los que dejan correr el día esperando que la reivindicación catalana deje de ser, por unas horas, la preocupación principal al otro lado del Ebro. Para todos ellos, la realidad catalana tomó ayer forma de V. Por desgracia, al procesarlo, perdió todo significado y terminó adecuándose a lo que ya se traían de casa. ¿Para qué analizar si ya lo sabías?