Miguel FERNÁNDEZ
Amed (Diyarbakir)

Los kurdos, escépticos ante el proceso de diálogo

Las conversaciones entre el PKK y el Estado turco podrían tener mañana, coincidiendo con el Newroz, la histórica declaración de Abdullah Öçalan pidiendo el abandono de las armas. A pesar de ello, los kurdos aún desconfían de las intenciones de Erdogan.

El pasado 28 de febrero, el político kurdo Sirri Sureyya Önder leyó el último mensaje del encarcelado líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan. Esta declaración, la primera leída en televisión y acompañada por las autoridades turcas, dejaba entrever que, durante la celebración del Newroz, el líder kurdo pediría abandonar las armas para avanzar en el proceso de diálogo con el Estado turco. A pesar del optimismo inicial, las tres semanas transcurridas han mostrado otra realidad, una falta de confianza representada en las declaraciones políticas de ambos bandos. Primero, el presidente Recep Tayyip Erdogan negó que existiese un problema kurdo deslizando que en Anatolia las minorías tienen todo lo que desean. Después, Selahattin Demirtas, el líder del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), aseveró hasta en tres ocasiones que Erdogan no sería presidente con la ayuda de su partido. Unos gestos que demuestran el escepticismo y la complejidad de las actuales conversaciones.

De evolucionar el adiós a las armas -que primero debe ser aprobado en el congreso kurdo previsto para esta primavera-, el pueblo kurdo estaría ante un paso histórico; el turco, también. En total, el PKK ha declarado hasta en nueve ocasiones el cese de la lucha armada, pero nunca ha llegado a abandonar las armas. Serhan, un kurdo de Dara, considera que «el PKK no dejará las armas porque no se puede confiar en Erdogan». Este conductor de minibús vaticina que «si el PKK lo hiciese, masacrarían a todos y el resto iría a la cárcel». Mientras muestra las imágenes de sus hijos, cuatro chicos y una chica, expresa su cercanía a Öçalan al recordar el nombre de su menor, «Apo». Ali Ihsan, miembro de la Asociación de Derechos Humanos y Solidaridad con la Gente Oprimida (Mazlumder), mantiene un discurso más positivo, aunque reconoce que «es difícil que los kurdos confíen en Erdogan». Este experto en la causa kurda considera que para que el PKK abandone las armas «primero debe de terminar el conflicto en Siria». Además, añade que «no es solo una decisión de Öçalan: esto llevaría tiempo porque tienen que hablar los kurdos de Europa y de Qandil».

Este proceso de diálogo iniciado hace dos años se ha tambaleado en numerosas ocasiones, especialmente durante las crisis de Lice, Yuksekova, Cirzre y Kobane. El último problema, que llegó a poner de acuerdo a kurdos y nacionalistas turcos, ha venido con la polémica Ley de Seguridad que el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) ha aprobado parcialmente en el Parlamento gracias a su mayoría absoluta. En todas las ocasiones, ha sido Öçalan quien ha llamado a la calma mientras los líderes de Qandil alertaban de la fragilidad del proceso por la desconfianza en Erdogan, uno de los problemas que resquebrajó las anteriores conversaciones de Oslo. Recientemente, Demirtas, cuyo discurso refleja las dudas kurdas, declaró que «los trece años de experiencia práctica nos dicen esto: no tengo ninguna fe en que el AKP vaya a traer libertad a este país».

Los escépticos consideran que Erdogan está usando las negociaciones para obtener votos. Después de las elecciones previstas para el próximo 7 de junio, ciertos grupos creen que la negociaciones podrían colapsar, tal y como sucedió con el anterior proceso, justo antes de las elecciones parlamentarias de 2011. El líder turco quiere convertir Anatolia en una república presidencialista y, para ello, debe obtener una holgada mayoría absoluta que le permita cambiar la Constitución. Si no la consiguiese, debería pactar con otro grupo político y, superada la histórica aversión kurda a la Carta Magna turca, el HDP sería la opción más lógica.

Mientras Erdogan parece usar la causa kurda para eternizarse en el poder, los kurdos, como indicaba la última misiva de Öçalan, quieren un texto que reconozca -entre otras cosas- la identidad plural de Anatolia y siente las bases para una amplia autonomía. Desde hace dos años han decidido apostar por una serie de concesiones que no siempre han encontrado la recompensa del Estado turco. Uno de los primeros pasos del PKK fue retirar sus fuerzas de Kurdistán Norte hasta que la inacción del Estado turco provocó su vuelta. Ahora, Öçalan podría aceptar el abandono de las armas, lo que significaría confiar en el ambivalente Erdogan.

En los últimos dos años, los paquetes democráticos impulsados por el AKP han permitido el uso de la lengua kurda en la enseñanza privada, además de las letras y los nombres kurdos para ciertas poblaciones de Kurdistán Norte. La otra gran medida, aplaudida por Qandil y el HDP, ha sido la ley que permite al MIT (la inteligencia turca) mantener negociaciones con el PKK. Este marco legal para el proceso se une a otras concesiones políticas dirigidas al HDP, como permitir la propaganda electoral en otra lengua que no sea la turca o aceptar las co-candidaturas. Poco más ha evolucionado dentro del espectro legal. Acciones como escuchar música del PKK en un bar, algo común a día de hoy en Amed y otras zonas kurdas, siguen siendo castigadas con la cárcel.

Además, el PKK aún espera avances en los opacos juicios contra la Unión de Comunidades Kurdas (KCK), en donde miles de kurdos de todas las áreas sociales han sido juzgados bajo dudosas pruebas por «pertenencia a banda armada». Las condiciones de estos y otros reclusos, que en muchos casos cumplen su condena sin que finalice el juicio, son un punto que podría romper cualquier avance futuro. Hace dos semanas, en el último caso de presos kurdos con enfermedades terminales que mueren en las cárceles del Estado turco, Kulink Sevilgen falleció de un ataque al corazón en el centro penitenciario de Bandirma, en la provincia de Balikesir.

Un largo camino

Ali Orral está sentando en un taburete, custodiando la puerta de su ultramarino en el centro de Amed (Diyarbakir, en turco). A sus 70 años afirma que «lo más importante es respetar al ser humano y su cultura». Su discurso, en el que resuena constantemente la palabra Alá, emana paz, un lujo en la agresiva Anatolia. Cree que «el camino para la paz será largo. De momento, Erdogan ha dado cosas, pero faltan muchos derechos por conseguir». Mientras discutimos en el interior de su negocio, un cliente entra agresivo en la tienda y, más aún, en la conversación. «Nosotros nos hemos ganado los derechos, ni Erdogan ni Demirtas nos han dado nada», exclama. Mientra Ali apunta la deuda del comprador, este hombre arremete contra cada uno de los políticos del país. Es la antítesis de Ali, quien solo pide paz: «Los años 90 fueron muy duros; si se vuelven a cometer errores todos lo pagaremos, tanto los turcos como los kurdos».

En la sede de Mazlumder de la capital de Kurdistán Norte, Ali Ihsan explica que a este proceso le «queda al menos un lustro, si todo va bien». «Mira lo que sucedió con ETA, FARC o IRA, es necesario tener paciencia», insiste para luego recordar que si la situación de Öçalan no cambia, «o un arresto domiciliario o algún tipo de libertad», el proceso no seguirá adelante porque «Qandil así lo ha dicho». Este aspecto es aún un tema complejo de asimilar para los turcos, que ven en Öçalan a «un matabebés». La propaganda turca ha llegado a tal extremo que pocos son los que se preguntan el bando de la mayoría de los 40.000 fallecidos desde 1984.

Las diferentes organizaciones kurdas han reclamado la creación de una hoja de ruta menos ambigua, más formal y que no dependa de los cambios de humor de Erdogan. Sería uno de los siguientes pasos en el proceso.

Si el PKK dejase las armas habría cumplido con todas las precondiciones que el AKP reclama para empezar a hacer tangible el proceso. La pelota estaría pues en el tejado de Erdogan, quien debería empezar a buscar soluciones para la reintegración social de los miembros del PKK, crear comisiones para la verdad, definir la descentralización y ayudar con la compleja justicia transnacional.

Ali Ihsan repite que alcanzar estos objetivos requiere tiempo, aunque cree que «si Erdogan quiere lo puede hacer, tiene el poder suficiente. Con los partidos nacionalistas MHP y el CHP sería imposible».

Un arduo objetivo para el hombre de Kasimpasa, un experto en dilatar el tiempo y quien relaciona la solución de la causa kurda con un cambio en la Constitución y, sobre todo, con su continuidad en el poder.