El gobernador de Maryland, Larry Hogan, declaró ayer el estado de emergencia en Baltimore y desplegó a la Guardia Nacional para intentar restaurar el orden frente a unas protestas que horas después del funeral del joven Freddie Gray se tornaron en violentos disturbios. Cientos de jóvenes afroamericanos prendieron fuego a coches policiales y a negocios, saquearon almacenes y se enfrentaron a la Policía, hiriendo a 15 agentes, seis de ellos seriamente.
La muerte Freddie Gray, un semana después de estar en coma tras sufrir una severa lesión de médula espinal, de haberle roto la garganta y el cuello cuando estaba bajo custodia policial, ha abierto una profunda herida en la ciudad mayoritariamente afroamericana de Baltimore. La indignación ha dado paso a una espiral de autodestrucción en una comunidad que se pregunta cuál fue el crimen que cometió Gray, qué amenaza suponía, por qué murió con tanta brutalidad cuando lo único que llevaba encima era una navaja de tamaño legal.
Escenas de caos
Mientras la unidad de Inteligencia de la Policía informaba de que tenía datos «creíbles» de que las bandas de los Bloods, los Crips y la Black Guerilla Family habían unido sus fuerzas y prometían matar a policias –los testigos dicen que son los estudiantes de los institutos quienes nutren la protesta–, Linda Singh, la comandante de la Guardia Nacional de Maryland, anunciaba el envío de 5.000 militares y la utilización de vehículos blindados, aunque descartaba–por el momento– que se impusiera la ley marcial en Baltimore. La devastación en la ciudad, plagada de grandes incendios provocados, almacenes saqueados y coches calcinados, obligó al gobernador de Maryland a dictar una orden ejecutiva para «proteger las vidas y propiedades» ante una situación que calificó de «emergencia pública». Por su parte, la alcaldesa afroamericana de Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake, diferenció las «protestas pacíficas que buscan justicia» y «los matones que incitan la violencia» y apoyó la utilización de todos los recursos disponibles para retomar el control de la situación. Los 80.000 estudiantes de la ciudad vieron cómo las escuelas eran cerradas, el equipo local de beisbol cancelaba su partido contra los White Sox de Chicago y los ancianos afirmaban que no recordaban nada igual desde los disturbios tras la muerte en 1968 del líder afroamericano por los derechos civiles, reverendo Martin Luther King. «La ciudad tardará mucho tiempo en recuperarse –declaró uno de ellos– pero si no se imputa a ningún policía temo que volverá a arder».
Pero el hecho es que los llamamientos oficiales a la calma no han ofrecido todavía ninguna justificación racional a la muerte de Freddie Gray, el último símbolo afroamericano de la brutalidad policial.
Es la segunda vez en seis meses que en EEUU se envía al Ejército a contener a una comunidad afroamericana indignada ante las «fáciles muertes» de jóvenes afroamericanos por parte de la Policía. Misuri desplegó la Guardia Nacional en Ferguson tras la muerte de un desarmado Michael Brown por parte de un policía blanco que luego ni siquiera fue inculpado.
«Parar la guerra»
Jamal Bryant, el pastor que ofició en funeral de Gray, volvió a la calle para intentar calmar los ánimos. Habló directamente a los jóvenes manifestantes, denunció su condena a vivir confinados en una «caja de baja educación, falta de oportunidades laborales y estereotipos raciales», en la caja de un pensamiento que cree que los jóvenes negros solo pueden ser «gamberros, atletas o raperos». Y les invitó a «parar la guerra para romper esas paredes, a ser negros en América sin ser silenciosos, a no quedarse de brazos cruzados ante tanta injusticia».
La práctica totalidad de los informativos de EEUU llamaban al unísono a la «no-violencia» y a las «protestas pacíficas». Todos amplificaron los disturbios y la ira popular pero el hecho es que ninguno pudo explicar qué pasó exactamente con Gray.
Orden militar o caos: el Ejército protege a la Policía, no a la gente
El envío de la Guardia Nacional a Baltimore, además de actualizar las memorias de un pasado lleno de muertes –desde los cuatro estudiantes muertos en 1970 en Ken State a la tragedia que siguió al apaleamiento de Rodney King en Los Ángeles– es un recordatorio de cómo el Ejército es utilizado para defender a una Policía ya de por sí fuertemente militarizada. Y no solo encona más la situación, también cambia el foco de culpabilidad, bajo el disfraz de la protección de vidas y propiedades, desde la fuerza policial hacia el control de los disturbios. Así, la injusticia inicial que dispara la revuelta es escondida y de facto, se presenta a la policía como necesitada de protección, y no a la gente. Finalmente, deja un mensaje muy peligroso: el caos o el orden militar, no hay otra opción.M.Z.