En todo caso, Urkullu aclara que su propuesta es que «se plantee la pregunta de si los vascos quieren seguir unidos al Estado español, no si queremos independizarnos». El problema radica en qué ocurre si la ciudadanía vasca responde no querer seguir unida a España. Pero ahí volvemos a liarnos con la cuestión filosófica sobre el huevo y el fuero o, si lo prefieren, si fue antes el huevo o la gallina. Dejemos eso para otro momento.
Pese a las críticas e incluso las chanzas que ha despertado, la propuesta de Iñigo Urkullu no debiera echarse en saco roto. Retorcer la terminología y abusar de la imaginación es una de las fórmulas para encontrar salida a los conflictos más enconados cuando el objetivo es que todas las partes ganen. Eso del «win-win».
La cuestión no es la propuesta que hace el lehendakari, el problema para los independentistas es la respuesta que da. Iñigo Urkullu apuesta por la unión. Es decir, si se le planteara la unión o desunión con España –pregúntenselo como quieran– él apostaría por la unión. Joseba Egibar puede ponerle el papel de regalo de que «estamos hablando, de nuevo, de la libre determinación». Esa es la herramienta. Pero el objetivo ya confesado de quienes mandan hoy por hoy en el PNV es utilizar esa libre determinación para la unión voluntaria con España.
Por contra, surgen voces disonantes entre quienes ayer tuvieron poder y hoy solo autoridad moral. Juan José Ibarretxe escribe que en Euskal Herria tenemos pendientes un «procés» similar al catalán y no podemos esperar mucho más tiempo para lanzarlo. El exvicelehendakari Jon Azua ya visualiza «una Nueva España sin Catalunya (y, antes que después, sin Euskadi, en caso de que así lo decida en su momento el pueblo vasco)». Y los dos escriben en “Deia” el mismo fin de semana en el que Sabin Etxea ha puesto sus puntos sobre las íes en “El Correo”.