Parece que Erdogan ha decidido no imitar al español Aznar, quien no dudó en mentir al atribuir a ETA los no menos criminales atentados de Atocha del 11 de marzo de 2003 para intentar asegurarse la victoria electoral tres días después. Pero no fue la chapucera gestión informativa de la crisis lo único ni lo más destacable del 11-M. El líder turco afronta en tres semanas una segunda vuelta electoral crucial tras unos comicios, el 7 de junio, en los que perdió la mayoría absoluta que necesita para proclamarse presidente plenipotenciario y neotomano del poder. Las dudas surgen a la hora de valorar si el atentado beneficia o condena al dirigente islamista a, como mucho, otra victoria pírrica como hace cinco meses.
Tres son las principales hipótesis. La primera apunta a que el Estado, liderado por su partido desde 2002, habría permitido el atentado para provocar una sensación de caos total que le facultaría para suspender las elecciones o, menos drástico, para presentar al AKP como el único garante frente al riesgo de un colapso total. No es una hipóteis descabellada. Y es que hay quien olvida que el PP estuvo a punto de ganar el 14 de marzo de 2013 (quizás le sobró un día, o acaso solo unas horas, de campaña electoral).
Las segunda hipótesis comparte con la anterior la premisa de la complicidad entre el AKP y el ISIS. Sin llegar tan lejos, acusa al Gobierno de Erdogan de haber alimentado en Siria un monstruo yihadista que se revuelve ahora contra Turquía. Que, en definitiva, acaba mordiendo la mano que le dio de comer.
El paralelismo con el 11-M es aquí evidente. Cabe recordar que, más allá de su insistente mentira de que «ha sido ETA», buena parte del electorado español castigó al PP al hacerle responsable último, por su apoyo entusiasta a la invasión estadounidense de Irak, de los atentados contra los trenes de Madrid.
Cabe una tercera hipótesis, que no se contradice totalmente con las anteriores pero que las complementa, introduciendo otra variable. Según esta última, la complicidad en el atentado recaería en el Estado turco, pero no en el AKP de Erdogan sino en el Estado profundo, que tiene muchas deudas que cobrar a un gobierno que se atrevió a laminar el poder del Ejército y de los poderes fácticos kemalistas.
Ese Estado profundo habría utilizado al ISIS como ariete para debilitar a Erdogan pero vertiendo la sangre de sus opositores, kurdos y turcos de izquierda. Un ISIS que se vengaría así del limitado pero a la postre apoyo turco a los bombardeos de EEUU y que debilita a un rival político, el islamismo del AKP. Cuanto peor mejor.