Luego aseguró que si decidía dimitir tendría el respeto del partido, y que si apostaba por seguir, contará con «todo el respaldo del PP». Esta conducta bipolar carece de toda lógica y sentido democrático.
La decisión de Quiroga no es indiferente para el futuro del partido y la dirección del PP de la CAV es quien debe velar por evitar el suicidio colectivo. Una organización con un mínimo de democracia interna no puede dejar su rumbo político al albur de los caprichos de un «líder supremo». Ese «ella lo tiene que decidir», y si sigue bien y si no también, es una actitud tan difícil de entender como la clausura a la que se ha sometido voluntariamente hasta hoy Quiroga. ¿Quién manda ahí?
El pasado miércoles perdió cualquier ápice de autoridad interna que pudiera tener dentro de su partido y toda la credibilidad como interlocutora de otras formaciones políticas. Con su posterior y contumaz huida hacia la nada, no ha hecho sino empeorar su situación. ¿De verdad alguien cree que podría seguir al frente del partido siquiera hasta el 20 de diciembre? ¿Que extender la agonía sería electoralmente menos dañino? ¿Qué diría en los mítines? El futuro solo puede ser malo o peor.