REFUGIO A CUENTAGOTAS EN MELILLA
MELILLA ES OTRA DE LAS VÍAS DE ACCESO A EUROPA PARA MILES DE REFUGIADOS. EL NÚMERO SE HA DUPLICADO DESDE 2014. EL FUNCIONAMIENTO ES SIMPLE: SALEN DE MARRUECOS LOS QUE PAGAN A LAS MAFIAS. HAY SOSPECHAS DE ACUERDO ENTRE MADRID Y RABAT PARA EL CONTROL.
«Solo quiero que liberen a mi hija menor de edad». Mohamed Fayad, un grandullón originario de Ramadi, en la región del Anbar, en Irak, no quita ojo al móvil. Es mediodía del viernes 9 de octubre y se encuentra en los alrededores del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. A esa hora, lo que este antiguo soldador por tradición familiar espera es la llamada del traficante que tiene que garantizar el paso de su mujer y sus tres hijos a través de Beni Enzar, la frontera que une Marruecos con la ciudad autónoma. El trato es claro. Cuando lleguen sanas y salvas, y solo entonces, Fayad le abonará el fajo de billetes, 700 euros por cabeza. Pero ellas no llegan y él comienza a impacientarse. Hasta que suena el móvil. Es el traficante, pero no le contacta para reclamar su parte, sino para comunicarle que su hija Jadil, de 12 años, ha sido detenida por la policía fronteriza alauí. Le acusan de llevar papeles falsos. Aunque pronto será liberada, su caso revela el cuello de botella en el que se ha convertido un paso que concentra el principal flujo de refugiados que llega desde Siria (y otros países) al Estado español. Muchas familias quedan rotas, con algunos miembros en Nador (Marruecos) y otros, los que tienen más suerte, esperándoles en Melilla para continuar.
«Me encuentro frustrado, cansado, soy cero», dice Fayad, abatido. Viste chándal, las ojeras delatan su cansancio y bajo la nariz le crece un bigote que recuerda al de Saddam Hussein, el expresidente iraquí ejecutado por EEUU tras la invasión de 2003. Lleva una semana en Melilla. Llegó alli a fuerza de puro cabreo. Después de varios intentos de evitar la última «mordida», que es pagar a los traficantes por un pasaporte falso, entró como un Miura sin mirar a los policías de fronteras. Y coló. Su familia quedó atrás.
Pasan los que pagan
«Nos tenían ya fichados, así que decidimos pagar. Me he gastado todos mis ahorros y nadie nos ha ayudado», protesta. Tiene motivos para no comprender qué ocurre. La situación en sí misma es inexplicable. Diariamente, entre 25 y 40 refugiados cruzan a través de Beni Enzar. No más. Como si hubiese una cuota. Además, solo lo hacen aquellos que pagan a las mafias por un pasaporte falso de Nador, una especie de «visado irregular» que facilita el paso debido a que los residentes en el municipio, ubicado a 14 kilómetros de Melilla, no necesitan sellar. «La situación es inhumana. Algunos relatan que les llegan a quitar a sus hijos de las manos. Y luego tienen que pagar. Además, ralentiza el proceso, ya que hay que hacer pruebas de ADN para evitar trata de menores», explica Teresa Vázquez, abogada de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado).
Diariamente, quienes han logrado cruzar a Melilla aguardan a sus familiares junto a la frontera. Al otro lado, en Nador o en Beni Enzar, cientos de personas esperan su oportunidad. Algunos, pagando. Otros, al descuido. Cada vez más menores intentan el trayecto por su cuenta, tratando de quebrar la cintura de los policías de Rabat y llegar hasta la oficina de asilo. Apenas es una recta de unas decenas de metros en tierra de nadie. Pero no siempre se consigue.
Este periodista ha sido testigo de cómo una menor, que no pasaría de los 12 años, era interceptada por la Policía alauí al intentar llegar al lado español. Es sábado, 10 de octubre y, a pesar de que los tres policías parecen torres a su lado, ella se mantiene. Le caen algunos golpes hasta que se dan cuenta de que hay miradas indiscretas. Le mandan a una esquina. Le piden los papeles. Con cara de rabia infinita, la pequeña saca de un bolsillo del pantalón un pasaporte azul. Es siria, aunque uno de los policías lo niega. Tras un rato le mandará de vuelta a Nador. Y ella seguirá intentándolo hasta que al fin logre llegar a Melilla.
Era el caso de Fatima Kassem, la hermana de Mohamed, originario de Idlib, en Siria, y que lleva ya un año en Bélgica trabajando en un restaurante. El viernes, 9 de octubre, Mohamed esperaba junto a su abuelo, de 84 añazos, alguna noticia sobre el resto de la saga. Hasta que aparecieron, con una sonrisa de oreja a oreja y el papel que les garantiza la entrada al CETI. Otra reunificación familiar que se había pagado a doblón.
Esta es una historia habitual. Primero se lanza a un hombre joven a probar suerte. Cuando el explorador comprueba que el camino es más o menos seguro, el resto de la familia sigue sus pasos. Eso sí: lo que casi todos dejan claro es que no tienen ninguna intención de quedarse en el Estado español. Al igual que ocurre con aquellos que llegan a Lesbos en precarias zodiacs con las que cruzan el mar Egeo, Alemania o Noruega son los destinos más repetidos.
El rumor del acuerdo
Nadie tiene pruebas, pero existe un gran rumor en aquella frontera infame que habla sobre pactos entre Madrid y Rabat para limitar el paso de refugiados. Como semanalmente salen unos 250 refugiados hacia Málaga, Marruecos se encargaría de ejercer de «portero» para que el flujo no se desmadre. En realidad, la monarquía alauí ya ejerce de «patio trasero» en el caso de los migrantes subsaharianos, con quienes practica todas las barrabasadas que el Estado español considera inasumibles para su opinión pública. No sería extraño que repita papel.
En este contexto, Nador y Beni Enzar se han convertido en incómodas y caras salas de espera, donde los refugiados, que llegan tras realizar un largo trayecto desde Líbano, se dejan sus ahorros. Hay hoteles «solo para sirios», bien controlados por los servicios secretos, y no es sorprendente que la economía de estos dos lugares se haya revitalizado con los fondos que se dejan quienes usan este tránsito como trampolín a Europa. «Hace falta sociedad civil en Marruecos que documente los abusos, que haga fotos, que denuncie», insiste Vázquez.
En Madrid, por su parte, optan por el «ni sí, ni no, ni todo lo contrario». En Interior remiten a la delegación del Gobierno en Melilla y ahí rechazan hacer ningún tipo de comentario sobre lo que pudiese ocurrir al otro lado de la frontera. Aunque en el momento de la llegada cualquiera de sus agentes puede escuchar relatos como el de Mohamed Fayad, el de Fatima Kassem o ver a los chavales que llegan con la lengua fuera tras sortear corriendo a los uniformados alauíes. Saben que cada día cruzan, casualmente, entre 25 y 40. Que en Nador aguardan cientos. Que llegan más desde Argelia. Pero, claro, son cosas de Marruecos y no europeas.