No era mi intención añadir un nuevo apunte al saturado catálogo de opiniones que ha generado la decisión de la CUP de no investir a Mas. Sobran tanto las adhesiones ciegas como las críticas paternalistas. Como organización autónoma que es, la CUP ha tomado una decisión que, simplemente, toca respetar, por mucho que duela o se crea equivocada. No estamos para dar lecciones.
Sin embargo, algunas razones que se han escuchado para jalear a la CUP merecen una aclaración, sobre todo después de ver cómo se han utilizado para criticar la renuncia de Antonio Baños, uno de los pocos (en el global del independentismo) que asume su parte de responsabilidad en el despropósito que llevará a los catalanes de nuevo a las urnas.
Hablo sobre todo del argumento estrella, el de la coherencia. La CUP prometió en campaña que no investiría a Mas y se ha mantenido fiel a dicha promesa. Evidentemente, investirlo ahora hubiese sido contradecir dicho compromiso. Pero cuidado con la coherencia, que es una manta que nunca nos cubre del todo, utilizando palabras de David Fernández. Porque en el programa electoral con el que la CUP concurrió al 27S constan los compromisos escritos de «impulsar un Govern de ruptura nacional» y «formar e impulsar las mayorías parlamentarias para el impulso del proceso independentista». Un programa en el que, por cierto, no hay una sola palabra concreta sobre la investidura de Mas.
Y puestos a hablar de coherencias, cabe recordar que, guste o no, el programa que votaron 1,6 millones de personas y que asumen los 62 diputados de JxSí incluye el compromiso de investir a Artur Mas como presidente. Es decir, loamos la coherencia de unos pero exigimos la incoherencia de otros. Cuidado con los argumentos tramposos.
No se trataba, por tanto, de elegir qué promesa se cumplía y cuál se incumplía, sino de establecer prioridades y ordenar contradicciones en base a un planteamiento estratégico. Una estrategia que existía en los posicionamientos iniciales de la CUP, cuando argumentaba la necesidad de que Mas diese un paso a un lado para ampliar la base social del independentismo. De hecho, la propuesta realizada por la propia CUP para que el exvicepresidente del Tribunal Constitucional Carles Víver Pi-Sunyer asumiese la Presidencia era impecable y la responsabilidad de haberla arrojado a la papelera recae exclusivamente sobre Junts pel Sí. No vayamos a caer ahora en el error de culpar únicamente a unos del descalabro. Asegurar que «la CUP no se ha movido en el único tema que no es importante, que es el quién», como lo hizo ayer Mas mientras se negaba a dar un paso a un lado es también de juzgado de guardia.
Pero la culpa del otro no exculpa la propia, por mucho que insistan estos días en Catalunya, donde los enroques de Mas y la CUP se han retroalimentado mutuamente, de forma que la negativa de uno se ha convertido en el principal argumento para la negativa del otro, y viceversa. Triste espectáculo que ha dejado en segundo plano cualquier visión estratégica de la cuestión. Porque (con todas las ganas de equivocarme) a día de hoy no parece que unas elecciones en marzo puedan beneficiar ni a la CUP, ni a Convergència, ni al global del independentismo.