Solo el tiempo dirá si la elección de Artur Mas de situar a Carles Puigdemont como president ha sido buena o no. Periodista antes que político e independentista de primera hora, este gironí mostró ayer dos caras bien diferentes entre el discurso inicial y la réplica posterior. El interrogante, por lo tanto sigue abierto.
Más allá de la arqueología en redes sociales a la que se han dedicado en las últimas horas algunos, la principal credencial de este personaje poco conocido para el gran público es la alcaldía de Girona, conquistada en 2011 después de décadas de dominio socialista. Una victoria refrendada en las municipales de mayo pasado, cuando sumó casi 2.000 votos más. Sus principales caladeros: los barrios altos de la ciudad. En el Ayuntamiento mantiene una relación fluida con ERC y con el PSC. Tampoco tiene mala sintonía personal con los cuatro concejales de la CUP, pese a que el modelo de ciudad que defienden choca frontalmente. El modelo de Puigdemont es el destinado al turismo, con grandes festivales y rodajes de ‘Juego de Tronos’ como reclamos.
En política nacional, Puigdemont es diputado en el Parlament desde el año 2006. Entró, por lo tanto, con la segunda legislatura del Tripartit, lo cual le deja libre de huella pujolista, un indiscutible punto a favor en un momento en que la relación con el expresident cotiza a la baja. Que se lo digan sino a Mas. A primera vista, tampoco tiene casos de corrupción alrededor, lo cual, en cualquier caso, ya se sabe que no es garantía de nada.
Finalmente, Puigdemont es una clara señal de Mas a Convergència: la refundación vendrá del territorio y la protagonizarán los relativamente jóvenes alcaldes de las ciudades medianas, único bastión que aguanta en pleno derrumbe convergente.