Da igual que el partido esté imputado por corrupción, que sus tesoreros hayan pasado irremediablemente por la cárcel o que sus responsables tengan la desfachatez de destruir pruebas cuando un juez exige los ordenadores de la formación. Da igual porque hay un porcentaje nada desdeñable de votantes del Estado que prefiere que ganen los suyos aunque estén enfangados hasta el cuello. El denominado «franquismo sociológico», el bloque de la derecha de toda la vida, se mantiene compacto. Cierren filas.
En términos de pactos, sin embargo, nos encontramos en la misma situación de hace seis meses, con la diferencia del PP, que está reforzado, y las heridas entre PSOE y Podemos, más abiertas. Los vetos cruzados ya han sido suficientemente repetidos, así que habrá que esperar qué nuevos movimientos se producen para romper el bloqueo y eludir unas terceras elecciones que serían un esperpento. El mapa general deja otra lección: las naciones sin Estado quieren que España cambie pero los votantes españoles no están dispuestos.