Enrique Martín Monreal ha devuelto a Osasuna a Primera con un manual basado en la alegría de vivir, la despreocupación, la juventud, ¿qué hay más sanferminero que todo esto? Él mismo es un «fiestero» al que le gusta vestirse de blanco y apurar cada jornada de la mañana a la noche, desde el encierro a la vueltica. Así que el Gallico de Oro de Napardi, el premio sanferminero por excelencia, no solo ha reconocido este año merecidamente la gesta a la que ha llevado al equipo, sino que encaja como un guante en la personalidad del galardonado. «Travolta» en sus tiempos de extremo filigranero, luego «Bruja de Campanas» por sus milagros como entrenador y ya en el siglo XXI reinventado como coach, a sus 60 tacos Martín sigue haciendo gozar a la familia rojilla, ya sea con salvaciones angustiosas o con este ascenso inverosímil.
Jarauta hervía ayer de fiesta, pese a ser una de las mañanas más tranquilas de las nueve sanfermineras. Gigantes y cabezudos pasaron primero para sacudir la modorra, luego atronó una batukada infantil, ya a mediodía desde la Plaza de Santa Ana salían los ricos olores de siete grandes calderetes y paellas, y a la hora del vermú de balcón a balcón Sustrai Colina, Onintza Enbeita y demás cruzaban bromas. Siguiendo camino, frente a San Saturnino, en ese oasis llamado Napardi donde no entran el calor ni los ruidos, el protagonista era el Gallico de Campanas. A agasajarle no solo acudieron los socios de Napardi, sino también la presidenta navarra y el alcalde de Iruñea. Martín fue agasajado no solo como un entrenador de fútbol de éxito, sino como el promotor de una serie de valores que tienen mucho que ver en ese triunfo.
«Enrique transmite humanidad», aseveró el presidente de la sociedad, Miguel Redín. Uxue Barkos destacó «la alegría y la ilusión que has devuelto a los más pequeños y a los más mayores». Y Joseba Asiron pronosticó que el coach seguirá siendo muy importante también en el futuro.
Martín replicó a todo ello que en el fondo no ha hecho más que poner en primer plano los valores clásicos de Osasuna: humildad, trabajo, esfuerzo, cantera, juventud... No lo decía ayer por quedar bien, ya lo recalcó en una rueda de prensa memorable nada más acabar el partido del ascenso en Girona o en la no menos jugosa de tres días después en el ático de la Torre Basoko. «No podemos perder la cabeza absolutamente por ningún jugador, tenemos que seguir igual, los valores están en casa», insistió ayer.
«Un chute emocional»
Ya con el deseado galardón en las manos, Martín no se olvidó de compartirlo con su familia (su esposa y sus tres hijas, además de sus padres ya fallecidos que fueron otro estímulo inspirador en la imparable carrera hacia Primera). Y por supuesto con los jugadores, «los artífices de toda esta movida que ha hecho que Osasuna y Navarra entera hayan recibido un chute emocional terrible», dijo.
El Gallico de Oro ha cumplido tres décadas con esta edición. El primero se lo llevó el actor Alfredo Landa en 1986, y desde entonces ha recaído en personas con una evidente aportación a la ciudad, como el historiador local y escritor José Joaquín Arazuri, el compositor Manuel Turrillas (autor de la mayor parte de los himnos de las peñas), el cineasta Montxo Armendáriz, el locutor Gregorio González «Don Goyo»... El año pasado fue para el Orfeón Pamplonés, uno de los tres únicos Gallicos con carácter colectivo y no individual.
Con este de ayer, en tres veces los premiados han sido deportistas (cuatro si se computa como tal al recientemente fallecido Miguel de la Cuadra Salcedo). Basta ver la lista para reparar en el alto nivel de este galardón: el primero fue Miguel Indurain, cinco veces ganador del Tour, le siguió el harrijasotzaile Iñaki Perurena y ahora llega Martín.