El gobernador de Indiana fue elegido vicepresidente de EEUU como compañero de fórmula de Trump, al que aporta su perfil de auténtico conservador y una experiencia política clave para trabajar con las mayorías conservadoras en el Congreso. Ha sido el mejor contrapunto del gran vendedor, y vencedor, Donald Trump. Tiene lo que le falta al magnate y es capaz de criticarle, y se atreve a ello, cuando ve que desbarra demasiado, como ha ocurrido durante la reciente campaña: Pence consideró «insultante e inconstitucional» la propuesta lanzada por Trump de vetar el ingreso de musulmanes a EEUU como herramienta para hacer frente al «terrorismo» (esa propuesta desapareció de la propaganda del ya presidente electo) y poco después le afeó sus comentarios sexistas.
Pence es hábil a la hora de cambiar de caballo en plena carrera. Olfato. El gobernador, que antes de que Trump ganara las primarias de Indiana apoyó al senador ultraconservador Ted Cruz, ha defendido después públicamente que el magnate «ha dado voz a la frustración de millones de trabajadores estadounidenses con la falta de avances en Washington».
Ya en julio, cuando ganar la Casa Blanca parecía prácticamente imposible, se decía que el indianés podría acercar a Trump a los conservadores tradicionales y los evangelistas, así como a los ciudadanos del cinturón industrial del nordeste, en declive económico y social, y del cual forman parte Indiana y el vecino Ohio, claves en la carrera a la Presidencia, como se demostró el pasado martes.
Disciplinado, relativamente discreto, Pence era el favorito de los hijos de Trump, muy influyentes en la campaña de su padre, frente a otras personalidades fuertes y más imprevisibles. De perfil bajo y poco conocido fuera de Indiana, fue una apuesta que, sin entusiasmar a casi nadie, contentó un poco a todos.
Eventual sucesor de Trump
Congresista por Indiana entre 2001 y 2013, guarda buenas conexiones de ese periodo en Washington, donde batalló por la disciplina fiscal (después de impulsar rebajas fiscales a las corporaciones para «atraer la inversión», con lo que los más ricos no pagan casi nada), por un Gobierno federal con menos peso, por una política de defensa fuerte, restrictivas leyes migratorias y una agenda social muy conservadora. O sea, por el abecé de la ortodoxia republicana, lo que le falta a Trump.
Ferviente cristiano, fue visto como una «opción de consenso» que podía hacer «digerible» a Trump para la élite del partido y para los ultraconservadores y evangélicos, que nunca han confiado en que el neoyorquino sea un auténtico conservador: en el pasado apoyó a demócratas, se mostró abierto en temas conflictivos como el aborto y va por su tercer matrimonio, con un historial sentimental extensamente aireado en la prensa rosa. Al contrario, Pence lleva casado 31 años con su esposa, Karen, tiene tres hijos y no se le conoce ningún escándalo personal.
No se puede descartar que Pence termine como presidente la legislatura que comienza en enero con Trump al frente. El Artículo Primero de la Constitución garantiza que los altos funcionarios puedan ser procesados por mandato de la Cámara de Representantes a causa de delitos graves. Para condenar al acusado son necesarias las dos terceras partes de los votos de los senadores. Dado que Trump tiene muchos enemigos en su propia formación, no parece descabellado un proceso de impeachment o moción de censura a poco que el magnate la líe parda. Este eventual castigo consiste en la destitución del acusado y su inhabilitación para desempeñar otros cargos públicos. Richard Nixon interrumpió el proceso al dimitir en 1974 tras la aprobación de su impeachment. Tras apenas nueve meses como vicepresidente, Gerald Ford fue nombrado presidente.