Se fue Fidel, queda el fidelismo
Con las cenizas del comandante en jefe de la Revolución depositadas ya en Santiago y tras el homenaje ininterrumpido de su pueblo a lo largo de nueve intensos días, la población cubana retoma su pulso habitual y la Revolución encara una nueva era, la de una Cuba sin Fidel.
En esta isla cuya perspectiva aérea toma forma de plácido lagarto verde, el futuro se vive sin dramatismos ni desasosiego. Los 90 años de Fidel Castro Ruz han sido un tiempo en el que la figura del comandante en jefe ha adquirido una referencia extraordinaria en el plano internacional y se ha constituido en inspiración de primera magnitud para los cubanos y otros pueblos del planeta.
Ha habido además un intervalo de tiempo suficiente para que la transición a la nueva era se haya desarrollado de facto. Desde que él mismo nombrara como sucesor a su hermano Raúl, Fidel ya no estaba en la primera línea, pero como dicen por aquí, «seguía estando». Probablemente, una extraña sensación de orfandad sea la mayor losa emocional que su desaparición deja en el país.
En Cuba no creen que las cosas vayan a cambiar mucho, porque –dicen– el país ya ha cambiado. Con la inexorabilidad del paso del tiempo. Tras la muerte de Fidel, se cuentan con los dedos de una mano los históricos que hicieron la revolución y que hoy ocupan puestos en el Gobierno o en la dirección del Partido Comunista. En 2011 se aprobó la limitación del mandato para cargos públicos a dos períodos de cinco años y el presidente Raúl, que ha cumplido ya 85, ya anunció que dejará el cargo en 2018.
Visionario
Desde siempre, y más en estos días, se ha reconocido en Fidel Castro una excepcional capacidad de adelantarse a lo que estaba por suceder. Y de prepararse ante lo que preveía. Su última aparición en el congreso del Partido Comunista de abril de 2015 se vuelve ahora proverbial y los comentaristas de la televisión y radio cubanas han presentado sus palabras como la despedida que él mismo preveía inminente: «Pronto seré ya como todos los demás, porque a todos nos llega nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos».
El azar parece haber jugado también del lado de esa capacidad estratégica que muchos juzgan casi clarividente. Tanto que hasta en su muerte se han dado unas coincidencias históricas sorprendentes. Fidel Castro murió el 25 de noviembre, precisamente el 60 aniversario de su salida en el yate Granma desde Tuxpán (México) hacia Cuba en lo que sería el inicio de la Revolución cubana; y sus cenizas entraron en Bayamo el 2 de diciembre, a 60 años exactos de su desembarco en esa costa.
Coincidencias al margen, en estos días de reconocimiento permanente al líder cubano, en los informativos del país se ha hablado, sobre todo, del legado que deja al país y al mundo.
Se le ha definido como «el gran maestro», por su convicción de que el desarrollo educativo y cultural de un pueblo era el mejor camino para marcar su propio destino. El filósofo cubano y Premio Nacional de Ciencias Sociales Fernando Martínez Heredia ha situado su mayor aportación en «conseguir algo que los marxistas nunca lograron unir: la liberación nacional con la social; la lucha social y la idea de la patria»; periodistas como la argentina y amiga personal de Castro Stella Calloni le han atribuido el valor de ser la puerta de resistencia al imperialismo durante cuarenta años, y muchos se refieren al internacionalismo solidario que ha inspirado en la ciudadanía cubana, a su cambio de mentalidad, como una de sus claves.
En cualquier caso, si algo han evidenciado los homenajes en los que un pueblo entero se ha conmocionado al unísono es que cada cubano y cubana lleva dentro a un Fidel. Y cada uno de ellos tiene el suyo.
Cierto es que en la vida cotidiana de la isla se observan carencias, los sueldos son bajos y se viven contradicciones. Como dijo el escritor Miguel Bonasso, «incluso miserias morales, como en cualquier sociedad del mundo». Pero, con todo ello, la cubana sigue manteniendo el baluarte de ser la sociedad más humana y con más alto sentido de la justicia colectiva que podamos encontrar en este siglo XXI.
Quizá resida en esto la fortaleza de la revolución cubana, en un pueblo hecho de certezas colectivas que aluden a algo tan básico como la idea de justicia.
Y es que también fuera de toda épica, los códigos intergeneracionales –aunque se muestren de forma distinta– son similares en lo que afectan a Fidel.
A lo largo de 700 kilómetros de recorrido fúnebre, desde la modernidad habanera a los extensos campos de Camagüey, de los móviles de última generación en Vedado a los carros de campesinos y monteros a caballo en Holguín y hasta el grito «los guantanameros no te fallaremos» de la juventud que en Santiago se presentaba con bandas frontales en las que habían escrito a rotulador el lema de estos días, la reafirmación era una: «Yo soy Fidel».
Es el nombre más coreado por un pueblo, «eterno» para la historia, como dicen por aquí, y que ha enraizado profundamente y con especial arraigo en las nuevas generaciones sobre las que se asentará la evolución de una revolución que es tan poliédrica como indefinible.
Las nuevas generaciones
Desde fuera, se pone en duda que la generación de jóvenes de hoy mantenga con decisión la bandera del 26 de julio. Desde dentro, desde la isla, no se percibe riesgo alguno. Incluso quienes admiten no compartir en todos sus detalles el ideario marxista, como Israel Rojas, líder de la conocida banda musical Buena Fe, aseguran sin ambages que son y serán siempre fidelistas. «Yo soy fidelista –afirmó en declaraciones a la cadena RT–. Ser fidelista es ser capaz de construir algo donde no había nada y, a pesar de todos los problemas, a pesar de cualquier cosa que ocurra, hay algo que nunca sucederá: yo jamás traicionaré a Fidel».
Quizá ese sea el mayor legado que deja el dirigente. Ese «fidelismo» que el pueblo ha hecho suyo y que ha moldeado una mentalidad colectiva de resistencia extraordinaria a todos los embates, ya sean internos o externos. Aquí dicen que la revolución se ha revolucionado otras veces. Es probable que llegue el tiempo en que deba revolucionarse una vez más, tal y como se entabló la «Batalla de las Ideas» en 2006, cuando el Gobierno cubano vio la necesidad de rearmarse ideológicamente.
Analizar la sociedad cubana y su reto de futuro no es el objetivo de este comentario. Hay muchos aspectos de esta revolución compleja que se nos escapan y que son difíciles de interpretar incluso estando aquí. Pero, hoy por hoy, hay algo que no ofrece dudas: Fidel ha ganado ya su primera batalla póstuma. Desaparecido Fidel, queda el fidelismo. Y todo parece indicar que cabalgará durante mucho tiempo.
CITA CUBA-EEUU TRAS EL ADIÓS DE FIDEL Y LA ELECCIÓN DE TRUMP
Los gobiernos de Cuba y Estados Unidos tenían previsto celebrar en La Habana en la tarde de ayer (madrugada en Euskal Herria) el quinto encuentro de su comisión bilateral, el primero desde la victoria electoral de Donald Trump y el fallecimiento de Fidel Castro.
La última reunión tuvo lugar el 30 de setiembre en Washington. La cita servirá para debatir sobre futuras medidas para seguir profundizando en el acercamiento, por ejemplo mediante «visitas de alto nivel». La parte cubana quiere volver a poner sobre la mesa la derogación del bloqueo y la devolución de Guantánamo, entre otras «políticas del pasado».
El Departamento de Estado de EEUU ha negado que la reunión implique una «aceleración» de este deshielo de cara al inminente traspaso de poderes en la Casa Blanca. Trump tomará posesión el próximo 20 de enero. Su portavoz, Mark Toner, señaló que se trata de «otra oportunidad para revisar el progreso» alcanzado. «¿Es una aceleración? En absoluto, es un encuentro previsto desde hace mucho tiempo», zanjó. GARA