«Las abejas trabajan para la comunidad, el hombre para sí mismo»
Nacida en Oslo en 1975, ha desarrollado una prolífica carrera como guionista televisiva y como autora de literatura infantil y juvenil, con ocho títulos editados a sus espaldas. «Historia de las abejas», su primera novela para adultos, ha logrado los principales premios literarios noruegos y sus derechos de publicación se han vendido a más de veinte países.
Decía Albert Einstein que si algún día las abejas desaparecieran, al ser humano le quedarían apenas cuatro años de vida. Semejante profecía no está lejos de cumplirse si atendemos a la extinción de miles de colmenas a lo largo y ancho del mundo y a que, en determinadas regiones, la polinización manual lleva años siendo una práctica habitual. Este aterrador panorama es el que ha inspirado a Maja Lunde “Historia de las abejas”, una obra donde narra, de manera simultánea, tres historias ambientadas en Inglaterra, EEUU y China en tres épocas distintas. La autora ofrece así una visión global de un mundo donde la obsesión por asegurar nuestro futuro ha conducido al género humano a despreciar el valor de lo colectivo hasta alcanzar un punto de no retorno.
Usted proviene del ámbito de la literatura infantil, ¿ha sido muy difícil cambiar de registro en esta, su primera novela?
No, de hecho es más sencillo escribir para un público adulto. Cuando elaboro una novela para adolescentes, me veo obligada a buscar a la niña que hay dentro de mí para que lo que narro aparezca íntimamente vinculado a las inquietudes y a la experiencia de los lectores más jóvenes. Por el contrario, en “Historia de las abejas” me he limitado a escribir aquella novela que yo quería leer.
¿De dónde surge la idea de este libro? Tengo entendido que su origen estuvo en el impacto que le causó la visión de un documental.
Yo ya tenía noticias del peligro real se cierne sobre las abejas pero, efectivamente, fue viendo un documental sobre el tema cuando asimilé las proporciones catastróficas que su extinción conllevaría para nuestra propia supervivencia. Me resultó apasionante, a la par que aterrador, constatar la dependencia que tenemos hacia la labor desarrollada por unos animales tan pequeños en el mantenimiento de nuestros ecosistemas. Creo que si hay gente que aún relativiza los efectos del cambio climático es porque cree que estos únicamente tienen lugar en los polos, sin pensar que su alcance se deja sentir en nuestro entorno más cercano.
El peligro de extinción que se cierne sobre las abejas ¿no es acaso una metáfora de una humanidad que parece abocada a su autodestrucción?
Más que una metáfora es una advertencia sobre el futuro que nos espera si persistimos en el expolio de los recursos naturales. Estos son limitados y si en lugar de garantizar su conservación trabajamos en pos de acapararlos nos aguarda un porvenir incierto, que es el que me he aventurado a proyectar en la parte de la novela ambientada en la China de los últimos años del siglo XXI.
Si por algo destacan las abejas es por su comportamiento gremial, ¿no cree que la pérdida de ese sentido de la colectividad es la que está condenando al género humano?
Es cierto. Una de las cosas que más me fascina de las abejas es el modo en que trabajan para la comunidad, frente a eso, el ser humano solo trabaja para sí mismo. Tenemos bastante que aprender de ellas.
¿Por qué piensa que hayamos desestimado el valor de lo comunitario?
Creo que las personas estamos demasiado obsesionadas por asegurar nuestro futuro y el de los nuestros. Esa obsesión nos ha hecho abandonar algo tan básico como nuestro instinto de supervivencia, que es algo que no tiene nada que ver con la acumulación de bienes materiales sino con el hecho de conocer cómo podemos servirnos de lo recursos que tenemos a nuestra disposición.
La estructura fragmentada que presenta «Historia de las abejas» y el hecho de desarrollarla no solo en tres épocas distintas sino también en otros tantos países ¿a qué obedece?
Supongo que tiene que ver con la necesidad de responder a las tres cuestiones que inspiraron esta novela. En primer lugar me pregunté ‘¿por qué se mueren las abejas?’. Cuando empecé a investigar los argumentos científicos que explican este hecho, acabé confrontándome con el origen de la moderna apicultura. Eso me llevó hasta el siglo XIX y en la historia de William hay muchos elementos extraídos de los estudios y trabajos que se realizaron en aquellos años. La siguiente pregunta que vino a mi mente fue ‘¿cómo se vive la pérdida de las abejas?’ y he de confesar que esa fue la parte que más me impactó ya que pude ver muchos reportajes donde aparecían apicultores norteamericanos, hombres recios y fornidos, absolutamente desolados y llorosos ante la pérdida de sus colmenas. Aquella realidad fue la que me inspiró la historia de George. Finalmente el relato protagonizado por Tao surge de la pregunta ‘¿cómo sería un mundo sin polinización?’. Y entonces recordé que en la provincia china de Sichuan llevan treinta años practicando la polinización manual con obreros agrícolas que se encaraman a los árboles, al ser uno de los primeros territorios que perdió su población de abejas. Al ser un fenómeno global quise darle un alcance universal al relato, no solo ambientado la novela en tres continentes distintos, sino haciendo que la narración se extendiera a lo largo de la Historia.
En todo caso llama la atención esa vocación universal en una primera novela.
En mi país mucha gente me dice que he escrito un libro muy poco vinculado a la tradición literaria noruega, pero fue la propia historia la que me exigió dotarla de ese carácter transnacional (risas). Lo cierto es que en Noruega se acostumbra a escribir sobre aquello que acontece en nuestro entorno más inmediato pero no creo que mi novela esté tan alejada de ese postulado ya que lo que narro en ella es algo que nos toca muy de cerca a todos. En una realidad como la actual, donde las fronteras aparecen tan diluidas, nuestra aldea es el propio planeta.
Pero a pesar de esos reproches «Historia de las abejas» ha tenido muy buena acogida, como lo prueba el Premio de la Asociación de Libreros Noruegos al mejor libro del pasado año.
Sí, pero más allá de los premios recibidos lo que me hace muy feliz es haber despertado la curiosidad de los lectores hacia este tema. De hecho son muchos los que me comentan que tras leer el libro su visión sobre el mundo ha cambiado y eso me abruma pero a la vez me hace tremendamente feliz.
Me imagino que esa acogida le plantea un reto de cara a futuras novelas.
Sí claro, antes nadie esperaba nada de mí y ahora las expectativas sobre mi obra son elevadas (risas). Ahora mismo estoy preparando una nueva novela que, sin ser una continuación de esta, recoge algunos de los temas abordados en ‘Historia de las abejas’. Es una historia de amor que habla de nuestra relación con la naturaleza y también con nuestros hijos.
«Hemos levantado un muro entre nosotros y la naturaleza sin comprender que somos parte de ella»
En su novela tienen mucho peso las relaciones entre padres e hijos, ¿diría que «Historia de las abejas» es un relato sobre el legado, sobre la herencia?
Sí, de hecho creo que ese sería el eje sobre el que giran las tres historias que conforman la novela. Cada uno de sus respectivos protagonistas afronta, a su manera, la necesidad de proporcionar algo que inspire a sus descendientes. Para William ese algo sería el honor, el buen nombre, la fama, algo que en el siglo XIX estaba muy valorado. George, como representante de la sociedad actual, asume el legado en términos de patrimonio, para él lo importante es que su hijo herede seguridad económica y un negocio grande y próspero. Tao, la protagonista del último relato, inmersa en el desamparo de una sociedad futura carente de todo, quiere para su hijo conocimiento y educación, para ella esas serían las dos herramientas más importantes para salir adelante.
¿Y usted? ¿Qué herencia cree que vamos a dejar a las futuras generaciones?
No lo sé. De hecho cuando pienso en ello me suele embargar la tristeza. A veces me pregunto si nuestros nietos no nos van a echar en cara no haber tomado las medidas necesarias para asegurar nuestra propia supervivencia como especie más allá de otras consideraciones. No obstante, como soy una persona de naturaleza optimista, mantengo la esperanza de que, más pronto que tarde, seamos capaces de analizar los efectos del modelo de desarrollo insostenible por el que hemos venido apostando y consigamos revertir su alcance.
¿El cambio climático reflejaría también un cambio de paradigma en la escala de valores por la que nos regimos?
Es que esa exaltación del individualismo que se ha venido dando entre los seres humanos lo que ha hecho es aislarnos como especie. Hemos conseguido levantar un muro entre nosotros y la naturaleza sin comprender que somos parte importante de ella. El deterioro del medio natural es un reflejo de nuestro deterioro como especie.J. I