Están locos estos romanos» suelen decirse los irreductibles aldeanos galos Astérix y Obélix a la vista de los comportamientos para ellos incoherentes de los invasores imperialistas dirigidos por Julio César.
El pasado 18 de diciembre, tras la operación policial y las detenciones de Luhuso, este diario abría edición con el titular «El apoyo civil supera las trabas estatales para el desarme». En páginas interiores, firmaba yo un comentario con el titular de «No estamos locos, que sabemos lo que queremos». Detener a quienes iban a inutilizar armas aparecía como una locura a los ojos de una mayoría de la ciudadanía vasca, aunque evidentemente encerraba un mensaje político muy claro por parte de los gobiernos: no queremos desarme sino victoria. Implicarse desde la sociedad civil en una operación de aquel tipo sin contar con ningún apoyo oficial también parecía una locura.
Escribí entonces que «más allá de las expresiones de indignación e impotencia [tan lógicas ante las detenciones de reconocidos pacifistas] la cuestión es quién acaba cantando al final la canción de Ketama. O los gobiernos español y francés logran salirse con la suya, abortando cualquier posibilidad de desarme que no sea la escenificación de una rendición (cuando por otra parte están admitiendo haber perdido la batalla política y, por tanto, les queda solo la militar), o los sectores que apuestan por la solución ordenada son capaces de convertir este revés en la palanca de futuros avances».
Por encima de todos los contratiempos mantenidos hasta el último momento, quien con razón acaba cantando la canción de «no estamos locos...» a voz en grito, aunque sin perder la afinación, son los «artesanos de la paz», que fueron tres, después cinco, luego decenas, cientos y ayer por fin miles en Baiona. Txetx Etcheberry, Michel Berhokoirigoin, Michel Tubiana no están locos, pero se han demostrado tenaces, con una voluntad a prueba del tancredismo gubernamental.
Cuando ordenaron las detenciones de Luhuso, los gobiernos francés y español se pasaron de frenada, llevaron su obstinación por la imagen de victoria más allá de lo razonable, provocando un efecto bumerán gracias a que en Ipar Euskal Herria las relaciones entre agentes sociales y cargos institucionales habían llegado a una trabajada complicidad trasversal. Los «romanos» no calibraron bien a los «aldeanos». Eran ellos los que estaban locos. Astérix y Obélix tienen razón.