Maite UBIRIA BEAUMONT
baiona

Le Pen sella el peor final de campaña, Macron el menos malo

Marine Le Pen arrancó la campaña entre dos vueltas con una imagen engañosa pero muy favorable a sus intereses. Tras ese retrato con obreros que ven su empleo peligrar por la globalización, empezó el declive: se le cerraron las puertas de otras fábricas, luego sufrió el tropezón del debate y, ayer, cerró campaña buscando refugio en una catedral.

La campaña entre dos vueltas empezó con un duelo que, a corto, se saldó con el resultado apetecido por la «candidata de la Francia que sufre». Marine Le Pen contraprogramó a su oponente, Emmanuel Macron, haciéndose selfies con un puñado de obreros a las puertas de una empresa, Whirpool, que amenaza a sus empleados con la deslocalización a Polonia.

Poco importó que el ex ministro se reuniera, el mismo día, con los sindicatos de la factoría en un despacho de la Cámara de Comercio de Amiens. Gracias a su golpe comunicativo, la candidata frentista se apuntó un buen gol ante un Macron que no despierta mayor emoción.

La campaña transcurrió durante la primera semana bajo ese signo esperanzador para una Marine Le Pen consagrada a los actos a pie de calle, en lugares recónditos, en los que exaltar su adscripción a unas tierras y unas gentes que, como repite sin cesar, no cuentan para las élites parisinas a cuya cabeza sitúa al ex banquero Macron.

Su estrategia se traducía en forma de recuperación en los sondeos, y daba a entender que era la senda elegida para tratar de acceder a caladeros de una derecha republicana noqueada por la descalificación de su candidato y, por qué no decirlo, tentada de desobedecer la última consigna de Fillon, la de votar a un ex ministro hollandista.

El viento parecía soplar a favor de la aspirante ultraderechista, que en otro golpe de efecto fichaba, al poco, a un ex de la derecha republicana, el ultra soberanista Nicolas Dupont-Aignan. El líder de Debout la France obtuvo un 4% de votos en la primera vuelta, un porcentaje que puede parecer modesto, pero que en una coyuntura de estallido de espacios electorales tiene nuevo valor.

Le Pen movía sus cartas con destreza y anunciaba al recién comprado aliado como futuro primer ministro. Todo marchaba a pedir de boca, mientras Macron seguía sin despegar vuelo.

Pero esta es la presidencial de las piruetas. Y tras siete días de ensueño lepenista, llegó la última semana de campaña.

Abrir brecha

En el ambiente se palpaba la incertidumbre. El triunfo provisional de Macron empezaba a presentirse como insuficiente, y desde los mismos medios que han acompañado en su ascenso al «Obama francés» se arbitró una campaña paralela, dirigida a meter presión a la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.

Y empezó la caza de caras conocidas de la izquierda –o de la progresía– como era de esperar en su versión people. El actor Danny Boon (« Bienvenidos al Norte» ) evocaba su ascendencia mixta -madre ch’ti y padre kabil- para anunciar su voto a Macron.

Mathieu Kassovitz («La Haine», quien en el pasado secundó la iniciativa para tener en cuenta el voto en blanco, se situaba ahora también tras el líder de En Marcha. Finalmente, François Ruffin («Merci Patron»), candidato de la Francia Insumisa, pese a confesar que irá a votar con desgana, anunciaba también su apoyo al candidato liberal.

Y en eso llegó el debate, y Marine Le Pen sorprendió a propios y extraños al perder todos los papeles. Primero recobró ADN, con un tono violento que recordaba a su padre, y luego exhibió una enorme incompetencia, lo que hizo que se encendieran todas las alarmas.

En el cierre de su campaña, Le Pen terminó, ayer, a modo de Juana de Arco, encerrada con Dupont-Aignan en la catedral de Reims, todo por esquivar una protesta en la calle en la que se dieron cita partidarios de Francia Insumisa y de En Marcha.

Una imagen que, quizás, vale más que cualquier apelación al voto, al despejar en cierto modo el camino a las urnas. Para alegría del menos malo.