El Botxo es para muchos, entre los que me encuentro, un buen lugar donde veranear, aunque algunos hayan estado décadas negándolo. Es cierto que tiempo atrás el txikiteo se ponía un poco complicado cuando los taberneros bajaban la persiana en agosto. Entonces nos quedaba subir a un merendero a Artxanda, o pararnos por el camino en el txakoli Abasolo de la Vía Vieja de Lezama. Le cito porque ha sido el último en desaparecer. No se me pongan celosos el resto.
Otra opción era ir a la playa. Yo, partidario del transporte público hasta la médula, buenos viajes me he pegado a Plentzia. Lo de Mundaka requería estar más animado y dejar en la estacada a la cuadrilla. La cita vespertina en el Fermín, en Iturribide, era sagrada, y desertar, un pecado capital.
Llegó el museo de titanio y la visión que algunos tenían de la villa cambió. Sí, me refiero a esos cosmopolitas de postal que ahora visten de bilbainitos progres. Todo por el negocio. Antes del Guggenheim, a los que guardábamos el Botxo se nos sumaron legiones de fieles a Marijaia. Vieron la luz. Nueve días de jarana es una buena razón para olvidarte de destinos vacacionales tradicionales en estos lares.
No estaba muy promocionada esa opción legítima en los primeros años. No voy a dar nombres pero hoy en día hay quien habla de Aste Nagusia con desprecio, cuando se ha convertido para los propios mandamases en un atractivo más que ofertar al visitante. No entraré a valorar la calidad del turismo que nos visita, por si alguno me sitúa en otros ámbitos que el parrandero. Solo comentaré que ayer, en el puente del Arenal, oí a una señora decir: «¡Amparo, ponte para la foto que viene una barca por el río». ¡Un poco de cultura, señora! Lo nuestro es Ría.
Las comparsas también descubrieron el filón y, en colaboración con varios hostels, invitan a los turistas a participar en el Certamen Gastronómico para que cocinen txipirones en su tinta, bacalao a la bizkaina y al pil-pil, así como marmitako. Lo bautizaron como Arrain Fish Festival para tratar de engatusarlos, ¡que cucos! No creo que haga falta viendo lo que se puede vivir estando unas horas en el recinto festivo, en el que incluyo al Casco Viejo.
El martes vi a turistas detrás de guías con una paleta con número. No era una ampliación del pescado a la tortilla, es que coincidió. No tengo duda de que se llevaron una buena impresión. Lo mismo que doy la bienvenida a todo el que se acerque a nuestras fiestas, les despido solicitándoles que lo cuenten en sus países: «Agur, contad que somos mundiales».