Karlos ZURUTUZA

Rojava, el relato a pesar de Barzani

El único paso oficial entre los kurdos de Irak y los de Siria es un termómetro de la coyuntura a ambos lados de una frontera artificial. Los intentos de Erbil de cerrarlo a la prensa no han evitado que la historia se siga contando.

Contactos de contactos, y más contactos. Los teléfonos de los periodistas arden mientras se buscan maneras de dar con alguien capaz de abrir la garita de acceso a Rojava desde Kurdistán Sur. Pero todo es inútil. El paso fronterizo de Peshkhabur –un pequeño pueblo de siriacos y yezidíes en el lugar donde convergen las fronteras de Irak, Siria y Turquía– no existía en verano de 2012, cuando los kurdos de Siria se hicieron con el control de Rojava. La zona era todavía tremendamente porosa, y uno podía elegir entre diferentes puntos para una caminata nocturna a través de la frontera que nunca llevaba más de una hora si se conocía la ruta.

Debido a un tráfico cada vez mayor de personas –la mayoría refugiados– y suministros espoleado por la guerra en Siria, el puesto se abrió a finales de 2012. A primera vista, podría tratarse de un paso fronterizo cualquiera: soldados registran equipajes mientras funcionarios tras una ventanilla introducen datos en sus ordenadores. Pero ninguno estampa un sello en los pasaportes y, lo que es más llamativo, el tránsito se hace en una pequeña embarcación que atraviesa uno de los afluentes del Tigris, el Habur, entre ambas orillas kurdas: una en Siria y otra en Irak.

Durante dos años, la prensa no tuvo problemas para atravesarlo siempre y cuando se hubiera hecho el papeleo de antemano en Erbil. Fue a finales de 2014 cuando se aprobó una normativa que dejaba a la mayoría varados en la orilla oriental del Habur: se prohibía el paso a todos los periodistas independientes, pero también a todos aquellos que hubieran atravesado Peshkhabur previamente. «¿Para qué quiere usted ir si ya ha estado antes en varias ocasiones?», preguntaba en Peshkhabur a este periodista un funcionario en otoño de 2015.

Se especuló mucho sobre las razones tras aquella restricción. Erbil esgrimía lo de «salvaguardar la integridad de los informadores», aunque muchos daban por hecho que la orden llegaba desde Ankara. Erdogan, actual Presidente turco y socio político y comercial de Barzani, no quería testigos incómodos que informaran, entre otras cosas, del apoyo turco a los yihadistas en localidades como Serekaniye, Gire Spi y, sobre todo, Kobani.

En realidad, cerrar Peshkhabur era una medida acorde con la construcción de ese muro inexpugnable que se levanta hoy a lo largo de la frontera entre Turquía y Siria. El objetivo, obviamente, va mucho más allá de cerrar el acceso a periodistas: se trata de una política de bloqueo que busca asfixiar la región impidiendo la circulación de personas así como la entrada de lo más básico; desde medicinas hasta material de construcción. La escasez de casi todo está siendo uno de los precios a pagar por los kurdos de Siria desde su desafío a los poderes regionales. Principalmente al turco, pero también al de Erbil.

Ir para contar

Volviendo a la prensa, es cierto que hay quien cruza el Habur explotando una presunta relación de amistad con Nechirvan Barzani, primer ministro de Kurdistán Sur y sobrino del presidente, Masud Barzani. Pero sin el respaldo de la familia que gobierna el país como una satrapía de Oriente Medio al uso, las opciones se reducen a atravesar la frontera «ilegalmente», sea con la ayuda desinteresada del PKK o pagando a mugalaris tarifas por cruce que superan con creces las de un vuelo a Erbil desde Bilbo. Es caro, agotador y, además, se corre el riesgo de ser arrestado, multado, deportado y vetado por los Barzani en caso de toparse con una patrulla peshmerga.

También es cierto que la BBC, la CNN, Sky News así como el resto de los grandes medios internacionales se suben a la barca, pero el proceso implica largas esperas, intensas negociaciones, e incluso una promesa de autocensura. «La última vez nos costó cuatro meses y acabamos pasando con la condición expresa de que no hiciéramos historias centradas en los combatientes de las YPG –la unidad militar kurda en Siria–. De no ser así no nos dejarían volver», explicaba a GARA el productor de uno de los medios antes citados que prefería no revelar su identidad para poder seguir cruzando el Habur.

Sea como fuere, vetar el paso a la prensa no ha impedido que los acontecimientos se desarrollen a una velocidad de vértigo en los últimos años, y en claves históricas. Kobani bien podría haber sido el detonante del bloqueo, pero fue también el punto de inflexión tras el que los kurdos empezaron a recuperar el territorio perdido así como a tejer alianzas con los árabes locales, los siriacos, los armenios y, en definitiva, el resto de los sirios no kurdos del noreste. Se unieron oficialmente bajo el paraguas político del Consejo Democrático Sirio y el militar de las Fuerzas Democráticas Sirias. Estas últimas, con el respaldo de EEUU, son las que han acorralado al ISIS en Raqqa, la capital de facto del califato, a la par que las zonas liberadas pasaban a integrar la Federación Democrática del Norte de Siria. Es precisamente ese proyecto federal inicialmente liderado por un movimiento por el que nadie apostaba en un principio el que ha acabado por demostrarse como única alternativa política al Gobierno de Assad.

Volver a Rojava es hoy más difícil que nunca en los últimos seis años, pero el esfuerzo es recompensado con la satisfacción que produce ser testigo directo de uno de los capítulos más importantes en la historia de la región. Lo contaremos en estas páginas durante los próximos días.