Entrevista
Jordi Borràs
Ilustrador y fotoperiodista

«El proceso soberanista ha actuado de catalizador de la extrema derecha»

«Meter las narices» en el mundo de la extrema derecha no suele salir gratis y tampoco para este barcelonés nacido en 1981 lo ha sido: le ha costado años de amenazas de muerte y de limitar su vida personal y profesional. Hablamos con él sobre ese mundo.

¿Cómo, cuándo y por qué empezó a cubrir este tipo de temas?

Hará unos diez años, más o menos los que llevo como fotógrafo. Fue por curiosidad ante el abismo político de la ultraderecha, de saber qué pasaba en las cabezas de esa gente.

Mi hermano, también periodista, se acercó un par de años a los actos que la ultraderecha celebraba en Montjüic por el Día de la Hispanidad y, al tercero, le dije «no vayas, que te van a matar». Le acompañé y allí me quedé, en ese submundo donde no había periodistas y se banalizaba el fascismo sin ninguna consecuencia.

¿Consiguió averiguar que pasa por la cabeza de esas personas?

Muchas veces se comete el error de pensar que el ultraderechista es un ser mononeuronal, inculto e incapaz de entender la realidad. Lo que te encuentras es que, mayoritariamente, la ultraderecha es muy leída. Es algo que desde la órbita de la izquierda en general no se entiende.

El hecho de que Marine Le Pen consiguiese ganar la primera vuelta en las elecciones francesas y consiguiera hacerle sombra a Emmanuel Macron necesita una base intelectual capaz de que millones de personas le voten.

En los últimos años se ha dado un auge de la extrema derecha en varios países de Europa. ¿Se ha reflejado eso aquí?

No es un fenómeno interconectado. Que suba la extrema derecha en Francia no tiene porqué hacerla subir en el Estado español, en Alemania o en Suecia, porque son realidades nacionales, culturales y sociológicas muy distintas.

Mayoritariamente, se debe al fracaso de la socialdemocracia. Esa es la lectura que hago. En los países donde la extrema derecha está avanzando, hay que ver a costa de quién lo hace. Quien vota a Le Pen, hace unos años votaba mayoritariamente al Partido Socialista y, hace 30, al Partido Comunista.

¿Qué ocurre en el caso del Estado español?

Desde que en el 82 Fuerza Nueva pierde su representación en las altas instituciones, la extrema de derecha se fragmenta y no ha habido ni un solo partido capaz de reorganizar ese espacio porque no ha habido nadie, a excepción de Plataforma por Cataluña a partir de 2003, que modernice el discurso de la ultraderecha. El caso de Plataforma es interesante porque se fija en la extrema derecha de Francia e intenta importar su modelo abrazando el discurso contra la inmigración.

Si a esa crisis interna le sumas que el PP desde su nacimiento se ha convertido en el voto útil de la extrema derecha, es muy difícil que esta triunfe en el Estado.

Los grandes partidos del Estado siempre se han jactado de que no existe la ultraderecha, pero después, en cambio, tenemos discursos como los de Albiol o Maroto, que podrían estar perfectamente alineados con la extrema derecha.

Manuel Fraga, en el 96, dijo en una entrevista la siguiente frase: «España no tiene una extrema derecha violenta porque el PP la ha hecho moderada». Él mismo reconocía la capacidad del PP de arrebatar ese espacio político.

Hablaba de extrema derecha violenta, cuando siempre es así, en activo o en pasivo. Desde el momento en que crea un discurso de diferencia de clase, de género, de religión o de etnia, está echando leña al fuego para que la violencia, en un momento u otro, estalle. Históricamente, el PP ha tirado del discurso de la extrema derecha allí donde le da votos. Ciutadans hace exactamente lo mismo, porque fue el primer partido que pidió en el Parlament de Catalunya la retirada de la tarjeta sanitaria universal a los inmigrantes sin papeles.

En las últimas semanas se está hablando mucho de las agresiones de la extrema derecha. ¿Es porque realmente han crecido o solo tienen más visibilidad?

Han crecido exponencialmente y tienen poca visibilidad. En poco más de dos meses he documentado entre amenazas graves, coacciones graves y agresiones, que son la mayoría de los casos, unos 115 casos solo en Catalunya.

Los días 8, 12 y 29 de octubre, en los que hubo grandes manifestaciones de Societat Civil Catalana, se acumulan más de 30 casos de agresiones, gran parte de las cuales son contra la prensa.

A menudo hablamos de agresiones de la ultraderecha y estoy detectando un nuevo componente mucho más grave: esas agresiones no tienen por que estar cometidas por ultraderechistas, sino que pueden ser simplemente votantes de Ciudadanos, del PP o del PSOE. No llevan simbología, no son afiliados conocidos de esos partidos… Lo único que refieren sus agresiones para identificarlos es su nacionalismo español.

Suele hablarse mucho de la impunidad que tienen estas agresiones. ¿Se han presentado denuncias? ¿Qué recorrido han tenido?

Desgraciadamente, hay muy pocas denuncias para la cantidad de agresiones que ha habido porque hay miedo: a las consecuencias judiciales, a que la parte contraria pueda tener nuestros datos, pero también desconfianza hacia un sistema judicial que todo el mundo sabe de qué pie cojea.

De las pocas denuncias que hay, temo que se tomen como una pelea, cuando estamos hablando de delitos de odio y se tendría que aplicar de oficio del artículo 510 del Código Penal.

Resulta llamativo que en manifestaciones de grupos de izquierda la policía esté a menudo tan encima y en estos casos apenas se intervenga.

En mis años de fotógrafo, he visto manifestaciones de 50 okupas encapsulados por antidisturbios y no entiendo por qué, con el historial de agresiones que está habiendo estas últimas semanas, hay dos unidades antidisturbios a 200 metros. Luego pasa lo que pasa.

Has citado antes a SCC. ¿Cómo le explicarías a alguien de Euskal Herria qué es?

Societat Civil Catalana ha pretendido emular a la ANC, pero desde el unionismo, con pequeñas grandes diferencias: no es asamblearia y no nace desde la base, sino que es una élite política y empresarial que impulsa una entidad con mucho dinero encima de la mesa. El núcleo inicial lo forma gente del Partido Socialista, del PP, de Ciudadanos y de la ultraderecha más radicalizada que hay en Catalunya. El nacionalismo español en toda su transversalidad.

El proceso ha actuado como catalizador de las organizaciones de esa extrema derecha fragmentada. Hay algo que está por encima de sus divisiones: la sagrada unidad de España.