¿Cómo fue percibido y supervisado, en la cúspide del Estado francés, el proceso de desmantelamiento del arsenal de ETA? Es una de las preguntas a las que trata de dar respuesta el libro “Desarme. La vía vasca”, escrito por el historiador Iñaki Egaña, que saldrá a la venta a principios de 2018. Este proyecto es fruto de la colaboración entre dos medios de comunicación, el diario GARA y el semanario de Ipar Euskal Herria, Mediabask, y la editorial Txalaparta.
Basado en testimonios y documentos inéditos, el autor analiza la inacción de París desde la Conferencia de Aiete, en octubre de 2011, y profundiza en la compleja gestión del proceso de desarme de ETA en París, la cual se desarrolló entre fuertes tensiones gubernamentales y bajo el prisma de que el proceso llegara a buen puerto pero, siempre, sin perturbar en exceso a Madrid.
Por vez primera algunos de los actores de la alta esfera gubernamental hablan abiertamente, como es el caso de un exministro del gobierno de François Hollande que ejerció su cargo hasta la elección de Emmanuel Macron, en mayo de 2017, y que constata con toda claridad: «En París todo el mundo se alegró de que la sociedad civil se hiciera cargo del desarme».
Se trata de un testimonio novedoso e intenso, de un exmiembro de gabinete que, a condición de no revelar su identidad, habló con Antton Rouget, uno de los periodistas que ha colaborado en ese proyecto, sobre la gestión en las instancias gubernamentales parisinas del llamado «dossier vasco», y más concretamente, del periodo que va desde el 16 de diciembre de 2016 en Luhuso hasta el 8 de abril de 2017 en Baiona, fecha en la que se completó finalmente el desarme de ETA.
La acción policial de Luhuso, que se saldó con la detención de cinco personas y que provocó una fuerte reacción social en toda Euskal Herria, y la iniciativa de los artesanos de la paz que se puso en marcha tras ese operativo, tuvieron la virtud, en opinión del ex alto cargo, de desbloquear una situación hasta entonces insoluble para François Hollande, al permitir al ejecutivo delegar la gestión de la «cuestión vasca» a un tercero.
«Ello hizo posible que las cosas se hicieran sin llegar a un enfrentamiento directo con España» analiza el exministro en la conversación mantenida con Rouget meses después de la exitosa maniobra.
Por lo demás, el mandato de Hollande estuvo marcado por una extremada prudencia, lo que contribuyó a asentar el inmovilismo, con respecto a un asunto largamente desatendido.
Prudencia que se explica, por una parte, por esa actitud de no querer incomodar al «partenaire español», pero que también tiene una explicación más doméstica, ligada al contexto político inestable que se vivía en el seno de la mayoría socialista.
Tensiones internas
Si los emplazamientos al diálogo con ETA, que se suceden de forma insistente desde 2012, cara a proceder a un desarme seguro y verificable, cayeron en saco roto fue, según analiza este antiguo miembro de gabinete porque «el jefe del Estado no deseaba enmarañar con una nueva cuestión una situación de por sí compleja» y recuerda que «vivíamos un ambiente político muy duro, con divisiones importantes en el seno de la izquierda gubernamental, que se remontaban al inicio del mandato».
La fuente reconoce que hubo algunas conversaciones, en particular sobre la cuestión carcelaria, con la entonces ministra de Justicia, Christiane Taubira.
Concretamente, en julio de 2015, una delegación integrada por representantes de asociaciones de solidaridad con los presos vascos fue recibida por el director de gabinete de la ministra, Alain Christnacht.
Antiguo miembro de gabinete del primer ministro Lionel Jospin, entre 1997 y 2002, este pilotó los Acuerdos de Nouméa (Nueva Caledonia-Kanaky) en 1998 y de Matignon (sobre Corsica) en 2002. Sin embargo, ese diálogo no fue más lejos.
Por su parte, el ministro de Interior hasta marzo de 2014, y después primer ministro, Manuel Valls, que para entonces había efectuado ya su primer desplazamiento ministerial a Madrid, no ocultó nunca su alineamiento con las posiciones españolas. «Valls está muy ligado a España e intervino en este asunto en su condición de catalán», deplora su antiguo compañero de gabinete.
El peso del posicionamiento de Valls en el «dossier vasco» se vio reforzado por otra cuestión, en concreto por la evolución del contexto securitario del Estado francés, tras los atentados yihadistas contra el semanario satírico “Charlie Hebdo” y la sala de fiestas Bataclan.
«En el fondo, François Hollande no se oponía a abordar la cuestión vasca, pero creo que no quería asumir riesgos añadidos con un tema político que era visto como secundario» justifica su ex ministro para quien la presión de los atentados islamistas de 2015 paralizó totalmente al aparato del Estado.
«Hay que analizar bien el ambiente que reinaba en Beauvau (sede del Ministerio de Interior francés, ndlr) en esa época. La labor cotidiana pasaba por la gestión de un alto nivel de riesgo, de amenazas permanentes, de detenciones», recuerda el ex miembro del ejecutivo Hollande tratando de explicar la posición inflexible adoptada por los ministros sucesivos.
El nombramiento de Bruno Le Roux, apparatchik socialista sin marcado perfil político, en diciembre de 2016, no cambió la tendencia. A tenor de las críticas de este exministro, más bien ocurrió todo lo contrario. «En materias sobre las que no tiene una opinión propia, el ministro de Interior se apoya totalmente en lo que dicen sus servicios. Fue el caso de Bruno Le Roux, que no tenía un buen conocimiento de la situación del País Vasco, y seguramente tampoco había abordado antes reflexión alguna a ese respecto».
«Con la acción de Luhuso Le Roux tuvo una reacción de manual, y difundió un comunicado de prensa (asociando a los activistas con miembros de ETA, ndlr) sin saber en realidad de qué estaba hablando, en consecuencia, ¡el texto del comunicado fue de chiste! », afirma este exministro, quien no duda en meter el dedo aún más en la llaga al afirmar que «en París todo el mundo sabía a esas alturas que las personas detenidas no eran violentas».
Las relaciones tejidas por Jean-Nöel Etxeberri Txetx y el ex ministro de Interior y luego primer ministro Bernard Cazeneuve eran conocidas. Al igual que los vínculos que mantenía el portavoz del gobierno, el ministro de Agricultura, Stéphane Le Foll, con el fundador de la Cámara de Agricultura Vasca, Mixel Berhokoirigoin.
Pese a ello, el día después de las detenciones, Le Roux persistió en la idea de que «esas personas habían sido manipuladas por ETA», expresa con resignación su excolega de gabinete.
Tras verse envuelto en un escándalo de presuntos empleos ficticios para beneficiar a sus hijas, Le Roux fue reemplazado en marzo de 2017 por Matthias Fekl, consejero regional de Nueva Aquitania y figura en ascenso en el Partido Socialista.
El nuevo ministro de Interior tenía un perfil, de acuerdo al testimonio de su excompañero de gabinete, «netamente más abierto sobre la cuestión». Además, siempre según su valoración, el contexto político en que se produce su nombramiento era «más distendido», ya que la perspectiva había cambiado netamente: «Estábamos al final del quinquenato y para entonces ya estaba claro que íbamos a perder el gobierno»
Queda un factor por mencionar. Según revela el exministro, tras la acción de Luhuso, «llegan varios mensajes que advierten de que habría otras operaciones de ese tipo». En esa nueva tesitura, el Gobierno de Hollande optó por situarse en tierra de nadie. No daría un apoyo público al desarme, pero tampoco procedería a la obstrucción operativa del mismo.
«El comunicado emitido por Fekl el 8 de abril (que reconoce que el proceso de desarme se ha materializado con éxito, ndlr) fue muy importante, ya que fue validado por los servicios del primer ministro Bernard Cazeneuve», confirma el ex ministro. Y concluye con una última afirmación sobre el 8 de abril: «Esa operación se desarrolló de manera positiva porque el Estado quiso que todo transcurriera de la mejor forma posible».