La noche del jueves no tenía sentido desviar el foco de la sociedad catalana, de las consecuencias del espectacular resultado de los independentistas y de la humillante derrota de los poderes del Estado. Eran, por derecho propio, los protagonistas de la contienda del 21D. Pero el tsunami político catalán tiene ondas expansivas que rebasan sus fronteras y ya se perciben de un modo u otro en Euskal Herria.
Empezando por detrás, el resultado de Ciudadanos tiene más efectos en Madrid que en Barcelona, donde su éxito no es socialmente inocuo pero sí institucionalmente estéril. Desde Madrid marcará agenda e irradiará su neofalangismo cool hacia Euskal Herria. La revolución reaccionaria de los naranjitos no hace distingos entre catalanes y vascos.
En este sentido, Arnaldo Otegi advirtió de que «se aproxima un proceso de derechización que va a amenazar nuestras libertades nacionales y sociales». Con unos resultados que confirman sus pronósticos, se reafirmó en su conocida postura sobre Catalunya, cuyo ejemplo puso en valor. Destacó la necesidad de «construir en Euskal Herria mayorías democráticas que reivindiquen nuestra identidad nacional y el derecho a decidir nuestro futuro». El matiz de que hay que hacerlo «con urgencia pero con paciencia, con tranquilidad pero sin perder el paso», vacuna contra la ansiedad y marca otros plazos.
El PNV quiso mostrar su distante simpatía por los líderes catalanes sin por ello condicionar su cercanía táctica con quienes mandan en Madrid y les apoyan en Gasteiz, sus aliados del PP. Koldo Mediavilla volvió a situarse entre «la negación del diálogo» del PP y la «vía unilateral» liderada por Puigdemont. No parece que cuando Aristóteles situó la virtud en el medio de dos posiciones extremas se refiriese a ese sitio entre opresores y oprimidos.
También se supo que el lehendakari Urkullu mandó ayer un mensaje a Puigdemont. Públicamente pidió que el Estado reconozca la existencia de un problema político que necesita una solución por «vías políticas y no por la judicial». ¿Qué le transmitió en privado? No se sabe, pero cabe recordar que, días después de que Puigdemont se tuviese que exiliar, se quejó de que era una «lástima que en el último minuto no se procediera a la disolución del Parlament y la convocatoria de elecciones por parte del president», para añadir que «quizás estaríamos hoy en un escenario diferente». Pues bien, no de la mano del president sino de la manu militari de Rajoy, eso ocurrió el 21D y el escenario no es tan diferente, sencillamente porque la sociedad catalana se ha reafirmado en su voluntad democrática y el Estado no va a respetarla. Esa es la tozuda realidad democrática.