Si el lunes Catalunya olía a setiembre, ayer adquirió regusto a 10 de octubre. Una jornada, aquella, en la que Carles Puigdemont decidió posponer la declaración de independencia con el objetivo de forzar una negociación con el Estado. A toro pasado, tres meses y medio después, se puede afirmar ya que el movimiento no dio sus frutos. Más bien lo contrario: el Estado lo entendió como un síntoma de debilidad, seis días después encarceló a Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, y fue cercando al independentismo hasta llevarlo al abismo de los últimos días de octubre. Lo que viene después ya lo conocemos.
Ayer por la mañana, Roger Torrent anunció a las 9.34 de la mañana una comparecencia para once minutos más tarde. Llevaba en la carpeta una pequeña bomba parlamentaria: el aplazamiento –que no suspensión– del pleno de investidura. La incógnita sobre si Puigdemont iba a regresar o no pasó rápidamente a un segundo plano. El que sigue siendo único candidato a la investidura –conviene subrayarlo porque así lo hizo el propio Torrent– pasó ayer desapercibido, aunque los controles en la frontera y en el propio Parlament se mantuvieron durante toda la jornada. Que se lo pregunten si no al líder de los Comuns, Xavier Domènech, al que también abrieron el maletero del taxi en el que llegó.
El aplazamiento del pleno, que Torrent pospuso vagamente hasta contar con las garantías necesarias para investir a Puigdemont –y que se prolongará al menos hasta que el TC decida sobre el recurso del Gobierno español– era una posibilidad que ya corría el lunes como posibilidad por los corrillos del Parlament, pero las formas sorprendieron: Torrent, que no hace más que ganar unos días de margen para tomar una decisión sobre la investidura, tomó y anunció la decisión sin informar siquiera antes ni a Junts per Catalunya ni a la CUP.
Tensión creciente
La decisión de Torrent tensó hasta nuevos límites las costuras de la frágil entente independentista. Los reproches mutuos, que ya existían, salieron a la luz pública sin disimulo, sobre todo durante la primera mitad de la mañana. Desde JxCat se hablaba en los pasillos de «cuchillada», mientras que públicamente, Elsa Artadi agradecía el tono a Torrent –por insistir que Puigdemont sigue siendo el único candidato– pero recordaba: «Ayer (por el lunes) se nos dijo que hoy íbamos al pleno».
Claro que ERC también tiene su baúl de agravios, entre los que constan que Puigdemont no avisase a Torrent de que le iba a pedir públicamente amparo –lo cual se entendió como una medida más de presión– o que JxCat no quiera negociar gran cosa más allá de una investidura sin la cual amenaza con provocar nuevas elecciones.
La competición entre la antigua Convergència y Esquerra por la hegemonía en el campo independentista ha marcado, para bien y para mal, todo el procés. Catalunya no se entiende sin esta pugna, pero su sombra oscurece los momentos de tensión: cuando uno de los dos trata de recular, el otro se mueve para capitalizar las dudas del otro. Torrent vivió ayer exactamente lo mismo que vivió Puigdemont el 26 de octubre, cuando estuvo a punto de convocar elecciones anticipadas en vez de dar paso a la declaración de independencia. Cómo cambian las cosas: es ERC quien teme ahora unas elecciones.
Y entre el fuego cruzado alzó la voz la CUP, algunos de cuyos representantes repitieron ayer el mismo paseo –con las mismas caras– que ya realizaron el 10 de octubre desde sus despachos a los de JxCat. Uno de ellos fue Lluc Salellas, que concentró en las redes sociales el sentir de los anticapitalistas: «¿Por qué Junts no explica cómo hará efectiva la investidura? ¿Por qué ERC no avisaba con transparencia y antelación lo que ha acabando haciendo hoy?».
Ya a media tarde, la diputada Maria Sirvent lo reiteró: «Sospechamos que la reculada de hoy es fruto de intereses partidistas y nosotros no entraremos a jugar este juego». Lo hizo ante las centenares de personas que lograron saltarse el cordón policial del parque de la Ciutadella –donde se sitúa el Parlament– y plantarse ante las puertas de la cámara catalana.
El enfado de las bases fue notorio, aunque no se verbalizaron proclamas contra Torrent. ANC y Ómnium mantuvieron sus movilizaciones pese al aplazamiento del pleno y cuando desconvocaron la concentración, mucha gente siguió hasta conseguir llegar a las puertas del Parlament. No fue un momento insurreccional, como probablemente debió parecer en algún momento a través de las redes sociales, pero sí un aviso a tener en cuenta. Habrá que seguir la evolución de la pequeña acampada que los Comités de Defensa de la República comenzaron por la noche en la Ciutadella.
Puigdemont a dos bandas
La frenética jornada concluyó con un vídeo del propio Puigdemont, que repartió una de cal y otra de arena. Ensalzó la importancia de «mantener la unidad» y llamó a «respetar» la decisión de Torrent de posponer el pleno. Pero al mismo tiempo no ahorró recados ni indirectas a Esquerra: «Pensar que se acabará el 155 cumpliendo como alumnos aventajados las órdenes es de una gran falta de realismo».
Y ante todo, Puigdemont quiso acabar con un recordatorio: «No hay ningún otro candidato posible ni otra aritmética».