El Salzburgo, adversario al que mañana se medirá la Real en Anoeta en la ida de los dieciseisavos de la Europa League, es otro experimento más a golpe de talonario de cómo una multinacional se hace con el control de un club de fútbol, hasta el punto de transformar su identidad y valores históricos para lograr éxitos deportivos en beneficio de la propia firma.
Red Bull, también propietaria del Leipzig y del New York, se hizo con el control del próximo rival txuri urdin en 2005. Como cabía prever, el millonario Dietrich Mateschitz, dueño de la empresa de bebidas estimulantes, entró como un elefante en una cacharrería. Para empezar, eliminó el color violeta tradicional de la camiseta y lo transformó en el rojo y blanco de su logotipo vacuno, que suplantó al escudo secular de la entidad.
Semejante sacudida trajo consigo un auténtico choque de trenes entre los aficionados que no estaban dispuestos a renunciar a la denominación y espíritu del que había sido su equipo desde niños y quienes sucumbieron al resplandor de una inversión económica que anunciaba importantes fichajes de cara a reverdecer antiguos laureles.
La tensión se hizo más palpable todavía a raíz de que un buen número de seguidores que todavía portaban con orgullo la equipación violeta fueron expulsados del estadio durante un amistoso. Los nuevos rectores del club incluso se vieron obligados a regalar a cada abonado una de las nuevas camisetas para que los tonos impuestos fuesen asumidos por la masa social. La escisión no se hizo esperar y los primeros fundaron otro nuevo club, bajo la denominación de SV Austria Salzburg, coincidiendo en esas fechas con el caso del Manchester United.
Este nuevo equipo semiprofesional ha ido ascendiendo peldaños en las categorías menores de la competición austriaca, con el objetivo de llegar un día a enfrentarse a los nuevos ricos. Sin embargo, aún le restan dos escalones, los más complicados sin duda, para que tal duelo se materialice.
Mientras tanto, la inyección energética del toro rojo tampoco es que haya provocado una ilusionante subida en lo que se refiere al seguimiento del equipo. Pese a que se ha convertido en el nuevo dominador de la competición doméstica –siete títulos ligueros y dos de Copa en las últimas once campañas–, las gradas del Stadion Wals-Siezenheim, designación originaria del estadio ubicado al sudoeste de la ciudad alpina y nombre que también se utiliza para los torneos europeos por la limitación expresa de la UEFA a los patrocinios, apenas sí llegan a cubrirse en la mitad de su aforo.
Claramente comercial
Lo cierto es que esta liga centroeuropea siempre ha estado muy marcada por el ámbito comercial. De hecho, el propio Salzburgo ya contó en décadas anteriores con importantes spon- sors que condicionaron su apoyo financiero a cambio de ser compañero inseparable de la denominación del equipo.
Así, a finales de los años setenta –acababa de ascender a la Bundesliga en 1978– pasó a conocerse como Casino Salzburg, con la entrada de la empresa del sector del juego Casinos Austria. Fue su primera época esplendorosa en lo deportivo, incluso con sobresaliente repercusión en el continente, como supuso alcanzar en 1994 la final de la entonces Copa de la UEFA, en la que cayó por la mínima frente al Inter de Milán, tanto en el encuentro de ida como en el de vuelta. De esa etapa datan también sus iniciales conquistas ligueras.
Tres años más tarde, en 1997, se produjo un nuevo vuelco en su patrocinio, pasando a conocerse como Wüstenrot Salzburg, fruto de la llegada de la compañía dedicada a los servicios financieros y seguros. Un periodo de ingrato recuerdo, pues el club fue perdiendo presencia y cayó en un declive que incluso derivó en crisis económica al no poder pagar las deudas contraídas en los años anteriores. Ello llevó a los responsables de la entidad a la obligación de crear una nueva sociedad mercantil, que se mantuvo hasta que arribó con su dinero Red Bull.