«No quiero ser siempre una víctima, quiero volver a reír»
Alan McBride perdió a su mujer en un atentado del IRA en 1993 y quedó al cargo de su hija de dos años. El suyo es hoy uno de los discursos más potentes por la reconciliación en Irlanda del Norte. El Foro Social ha acercado su testimonio a Euskal Herria. Hoy estará en Gasteiz.
Para una sociedad acostumbrada a considerar el hecho de ser una víctima como una trinchera, escuchar mensaje de McBride supone una ruptura radical. Esta víctima del IRA –que creció en un barrio pobre, protestante y unionista de Belfast– explicó en Iruñea las líneas básicas de sus actuales posicionamientos sobre el conflicto atándolas a su experiencia vital. Su conferencia en el Parlamento navarro arrancó con una anécdota en un supermercado. Un día, una mujer a la que no supo reconocer, le abordó mientras hacía la compra y comenzó a decirle que la vida no tenía sentido, que todo era horrible. McBride, asintió dejándola desahogarse y, después, se marchó a su coche a dejar las cosas. En ese momento, se acordó de quién era aquella mujer. También ella había perdido a su marido en un atentado. Entonces, volvió corriendo hasta encontrarla. «No tienes razón. La vida no es horrible, yo quiero volver a reír. Hay que superarlo», le dijo.
McBride explicó que el reto de la víctima es dejar de serlo y salir adelante. El irlandés fue desgranando retazos de su vida a una sala repleta para que los asistentes pudieran entender cómo ha ido evolucionando su forma de pensar. Contó que se hundió tras el atentado mientras se hacía cargo solo de su hija de dos años. Y explicó cómo, movido por algo parecido a la venganza, canalizó ese dolor haciendo campaña contra Gerry Adams, persiguiéndole con pancartas en cada acto que celebraba. Se enfrentó con el líder del Sinn Féin en radios y televisiones. Pero poco a poco, su forma de entender las cosas cambió.
Esta víctima del IRA describió el Norte de Irlanda como un lugar marcado por un enorme determinismo social. Él creció en un barrio donde los unionistas visten distinto, hablan distinto, van a iglesias diferentes y jamás se juntan con los católicos. «Vivíamos a cinco metros pero es como si viviéramos en dos mundos». A través de su actividad en los movimientos civiles, McBride acabó rompiendo ese muro entre los naranjas y los verdes. Comenzó a comprender parte de lo que empujó a los del IRA a tomar las armas. «Creo en el bien y en el mal. No hay excusas para ciertos actos y todos somos responsables de lo que hacemos, pero hemos de entender el contexto del otro», afirma. McBride defiende que «decir que el otro grupo es el responsable en exclusiva del conflicto es la solución fácil, pero hay que esforzarse más».
Derechos y responsabilidad
Conforme pasó de ser el activista azote de Adams a mantener una visión más conciliadora, quienes le acompañaron en sus primeras acciones le fueron dejando de lado. Pasó de ser un referente a la que su comunidad le preguntaba cosas, a alguien ignorado. En parte, por haberse posicionado contra la celebración de los desfiles orangistas tras el cese de la violencia, al entender que no favorecían la reconciliación. En su opinión, para la reconciliación no basta con el cumplimiento estricto de los Derechos Humanos. También hace falta que todos se comporten con responsablidad. «Los unionistas tienen su derecho a la libre expresión y a desfilar, pero ofender a la otra parte ni ayuda ni es responsable», explicó. Partiendo de esta idea, calificó de «moralmente reprobable» la falta de implicación del Gobierno español en la situación abierta en Euskal Herria.
Ya en la ronda de preguntas, el público navarro le lanzó una cuestión difícil: «¿Cuándo una víctima cree que se ha hecho justicia?». Antes de ello, McBride había relatado que el joven de 19 años del IRA que puso la bomba que mató a su mujer y a otras ocho personas salió de la cárcel con los acuerdos de Viernes Santo, tras siete años de prisión. «La justicia nunca va a ser como uno quiere y que el asesino de mi mujer salga a los siete años es algo injusto», respondió en un primer momento. Pero después añadió que el defiende Viernes Santo porque «lo importante no es una condena justa, sino la gran pregunta es qué precio estamos dispuestos a pagar cada uno por la reconciliación». Y él, lo que más desea, es una sociedad mejor para su hija, aquella de la que cuida a solas desde que tenía dos años.