Puerto III es una prisión «militarizada». Así lo remarca Txema Matanzas, el penúltimo preso del sumario 18/98, que quedó en libertad el pasado 28 de diciembre precisamente desde ese penal. Ayer viajó de nuevo a esta cárcel gaditana, situada a más de mil kilómetros de Euskal Herria. Lo hizo acompañando a los allegados de Xabier Rey, el preso iruindarra que fue hallado muerto este martes.
En declaraciones a GARA, Matanzas recuerda que compartió módulo con Rey y con otros dos presos vascos. Estuvieron en el denominado «modulo de conflictivos», por donde pasan los presos que abandonan el régimen de aislamiento y donde se encuentran quienes «han causado problemas y aquellos que deberían estar en un centro siquiátrico». «Algunas veces se daban situaciones tensas, aunque en general no había actitudes violentas hacia los presos vascos», indica, añadiendo que en ocasiones la convivencia en el interior del modulo resultaba «complicada».
«Estamos hablando de un módulo desagradable. Estaba sucio, había mucho ruido y se generaban situaciones de estrés», señala. Los horarios impuestos por los responsables de la prisión son estrictos: «A las 8.30 ó 9.00 salíamos de las celdas y bajábamos a desayunar, y después de comer, sobre las 13.30, nos subían a las celdas de nuevo y allí estábamos hasta las 19.00. Cenábamos en tres cuartos de hora y volvíamos a la celda. Desde las 19.30 hasta las 8.30 o 9.00, cada preso está en su celda», apunta.
Según explica, Puerto III es una «prisión muy militarizada, con unos controles férreos», en la que algunos funcionarios actuaban con un «odio disimulado» hacia los presos vascos. «No había talleres, y nosotros hacíamos deporte por nuestra cuenta», indica. Y advierte de que no se dan permisos para poder realizar actividades socio-culturales fuera del módulo. «Estaba prohibido. Eramos presos de primer grado en módulos de segundo grado. Allí estábamos y de allí no podíamos salir», denuncia.
«Te volvías loco en el módulo»
La situación en aislamiento era todavía peor. «Aislamiento no tiene nada que ver con el resto de módulos de la prisión. Son galerías con diez celdas, y un pequeño patio al que sales como mucho junto a otros cuatro presos», indica Matanzas, que estuvo cuatro meses prisionero en ese régimen. «Todos pasamos por aislamiento y nos sacaron. Pero Xabier regresó durante un año por un altercado en un módulo normal», detalla.
Estar tan lejos de los allegados no ayuda precisamente a despejar la mente. Matanzas reconoce que tuvo que tomar medicamentos durante los años que pasó en Puerto III. «Cada uno lo lleva como puede, yo tuve que tomar ansiolíticos para pasar el día. La verdad es que te volvías loco en el módulo», remarca antes de insistir en que Puerto III es una prisión «estricta», en la que se cumplen a rajatabla las ordenes que llegan desde la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias.
El único respiro que tienen los presos vascos son las comunicaciones con sus familiares y amigos, que «eran las normales». «Al mes teníamos dos vis a vis de hora y media, y una visita semanal de 40 minutos a través de un cristal», señala. Esta es la dura realidad en la que ha vivido Xabier Rey los últimos años de su vida. Alejado de su entorno social y afectivo, y encerrado en una prisión en la que los movimientos quedan restringidos al interior del módulo, cuando no se está en régimen de aislamiento.