Jokin Altuna, el «carasucia» de las dos paredes
En un frontón Bizkaia atestado y entregado, dos generaciones frente a frente, y un campeón, un nuevo campeón. Jokin Altuna. El estudiante aplicado que salió contestón. Rompió el equilibrio a mitad del tanteo, aguantó el canto del cisne de Olaizola y se fue directo al cartón 22. Sus años, los del «carasucia» coronado en el Manomanista, en su gran año. Amezketa ya tiene otro hijo.
«Envejecer no es tan malo si se piensa en la alternativa»
Maurice Chevalier
Dicen que las paredes hablan y que donde mejor lo hacen es en el dos paredes, ahí donde un joven Altuna le ganó la finalísima al veterano Olaizola. Un cruce de caminos, una bifurcación de generaciones. Dos paredes, dos colores, el cartón 22, y con esos mismos años, un pelotari desacomplejado. Sostenía Eduardo Galeano que, «por suerte, todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad». Y ese ‘carasucia’ de los frontones es Jokin Altuna.
La antropóloga y estudiosa de la pelota a mano Olatz González Abrisketa dividía a los pelotaris entre zorros y leones. Encerrados entre las tres paredes del Frontón Bizkaia, atesdado de un vehemente público, decantados los decibelios a favor del amezketarra, el león Olaizola y el zorro Altuna. La suerte de la chapa cae del color del aspirante, que escoge la pelota que mejor se le amolde a la mano, como Cenicienta su zapato o el Rey Arturo su espada. Gana el primer tanto, primero de muchos, primero de más que su rival. Cae el segundo y Jokin no puede evitar furtivas miradas a la grada, a los suyos, allá, en la contracancha, gritones, en tanto Aimar va y viene, manojo de tics, se ajusta los tacos, se retira el sudor, soba la pelota, se acomoda el pantalón, cabeza gacha, siempre. Y así cada tanto, cada cartón, azul, rojo.
Hasta ese alternante 8-9 para Jokin, cada tanto es un partido en sí mismo. El ágora vasca, ahí donde la pelota habla, generaliza el murmullo con cada saque, aguanta la respiración en el durante y exhala tras cada chapa, cada fallo, cada acierto. La tensión se palpa en cada golpeo, cada resto, cada pegada al aire, cada estorbo. Aquí nadie se fía de nadie. Maldice Aimar con cada desacierto, saca a relucir Altuna sus dotes adivinatorias con cada pelota al ancho del navarro. Luminoso en el 8-14, el guipuzcoano haciéndolo fácil, quiebra su racha Olaizola. Cinco de una tacada, el león vende cara su melena. Las paredes hablan. Qué le dice una a la otra... nos vemos en el rincón. Pero no, estas paredes hablan y Jokin responde con otro dos paredes que marca un antes y un después. El 13-15. Dos tantos más para el de azul y el frontón estalla. El 18 es clave. Falla Olaizola el resto, estorbado por la pared. 13-20, Aimar se lleva las manos a la cabeza. El frontón Bizkaia también. Asiste al relevo generacional tan en boca de todos. Cartón 21. Altuna bota la pelota mientras lo aplaude, saca y una dejada suya bastará para ganar. Cae de rodillas, recibe la felicitación del gran campeón sigiloso hacia vestuarios, mientras el entronado lanza sus puños apretados al graderío, entregado, buscando complicidades, señala con el dedo. «Lo, lo, lo... Jokin Altuna», ruge la marabunta de Amezketa. El escritor donostiarra Miguel Pelay Orozco describió la irrupción de Atano III como «la aparición de la luz eléctrica en un mundo de bujías y quinqués». La erupción de Altuna, a sus 22 años, su tez blanca casi monacal, su aparente fragilidad, su ‘veteranía’, será evaluada con el paso del tiempo, para saber si el frontispicio de la pelota le tiene reservado un lugar junto al gran Aimar. De momento, el ‘carasucia’ de las dos paredes viene para quedarse.