Alberto PRADILLA

Siete días de muerte tras la erupción del volcán de fuego

La erupción provocó una de las mayores catástrofes que se recuerdan en Guatemala. Más de un centenar de personas y al menos 200 desaparecidos. Mientras en la «zona cero» se dan por finalizadas las labores de rescate, se alzan voces que se preguntan por qué algunas comunidades no fueron evacuadas.

San Miguel Los Lotes fue una comunidad de aproximadamente 2.000 habitantes, pero ya no existe. Sus casas, sus calles, la escuela y alguna tienda han quedado completamente sepultadas bajo toneladas de lava y polvo tras la erupción, hace una semana, del Volcán de Fuego, en Guatemala. En ese lugar yacen, enterradas, decenas de personas. Las cifras oficiales hablan de 109 muertos y más de 200 desparecidos. Podrían ser muchos más. Nadie sabe a ciencia cierta cuántas personas se encontraban en el lugar cuando una enorme nube se tragó la aldea. El país centroamericano sufre una de sus mayores catástrofes en la historia reciente. Al menos 12.000 personas han sido evacuadas, el volcán sigue rugiendo y las labores de rescate de cuerpos están paralizadas.

A Juan Francisco González, de 52 años, la erupción le pilló en casa. Tuvo suerte. Su vivienda se encuentra junto a la carretera, un lugar al que llegó el polvo, como una tormenta de arena hirviendo, pero no la lava ni la tierra incandescente. Explica que se encerró con su mujer y sus hijos y que cuando sintieron que todo había terminado, escaparon. Ahora intenta recuperar algunas de sus pertenencias. Poco ha quedado que pueda servir. González lleva una bolsa con ropa de mujer. A pesar del peligro, algunos supervivientes esquivan los controles policiales para llegar hasta lo que queda de sus viviendas. Quieren ver si sus familiares, o más bien sus restos, pueden ser rescatados. También, si todavía hay algo que pueda servir: un televisor, un horno, algo de ropa. Lo han perdido todo.

La «zona cero» de la erupción es un paisaje lunar. Los primeros días el suelo estaba incandescente. Tanto que las suelas de los zapatos podían quedarse pegadas en el pavimento. Desde el miércoles, y tras incesantes lluvias, se puede caminar, pero el panorama es desolador. La lava sepultó las casas, elevando el nivel del suelo a varios metros. De los domicilios apenas se ve el tejado. Por debajo, decenas de personas enterradas cuando intentaban protegerse.

Aún con el país en estado de shock, se han alzado voces que se preguntan cómo pudo ser posible que la erupción pillase por sorpresa a una comunidad entera. «No avisaron, nadie fue gritando, diciendo que se marchasen. Si no, esto no hubiese ocurrido», protesta José López, también vecino de Los Lotes, ante lo que antes fue su casa. Ahora no levanta un palmo del suelo. Dentro quedaron su madre Vicenta, su hermana Heidi Florencia, su cuñado José Luis y dos hijas de estos. Él se encontraba fuera, en Escuintla, la capital más cercana. Trató de regresar cuando los que lograban salir llegaban con graves quemaduras, pero fue imposible. Ahora sube por los cafetales de la ladera de la montaña para plantarse ante lo que fue su aldea y comprobar que no queda nada y que jamás podrá regresar.

Sin opción a elegir dónde vivir

En las faldas del Volcán de Fuego se ubican, se ubicaban, 21 comunidades. De ellas, 7 han sufrido graves daños. Los Lotes ha desaparecido. Al menos 50.000 personas residen en un área de riesgo, con la amenaza constante de una erupción. Este es un territorio humilde, de campesinos que cobran 40 quetzales por jornal. Es decir, algo más de 4 euros por trabajar de sol a sol. En esas condiciones, elegir dónde se vive no suele ser una opción. Por eso hay aldeas, como la de San Felipe, a 6 kilómetros de la «zona cero», en las que los vecinos no quieren moverse. Prefieren confiar en que no ocurrirá nada y guardar sus escasas pertenencias.

El Ministerio Público ha comenzado de oficio una investigación para determinar por qué la aldea no fue evacuada a tiempo. El Insivumeh (Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología) emitió una alerta a las 6 la mañana. Le siguieron nueve boletines más. Pero la Conred (Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres) no ordenó el desalojo y únicamente instó a los vecinos a resguardarse en casa. Esa fue su condena. Desde instancias oficiales se ha intentado responsabilizar a los pobladores, asegurando que están acostumbrados a la actividad del volcán y que minimizaron el riesgo. Sin embargo, hay detalles que muestran hasta qué punto las condiciones económicas son una garantía para sobrevivir. En la ladera del volcán se ubica un resort con campo de golf llamado La Reunión. Ellos sí que evacuaron. Tenían información directa porque el Insivumeh, una instancia estatal, carece de internet y ellos les prestan el servicio a cambio de recibir reportes inmediatos.

Una semana después de la tragedia no hay opciones de encontrar supervivientes. Desparecieron con las 72 horas. Los trabajos de rescate de cadáveres están suspendidos debido a que el volcán sigue activo. El viernes, por ejemplo, grandes columnas de humo eran visibles desde Alotenango. Mientras el volcán seguía expulsando lava, en la plaza central se velaba a dos vecinas: Maritza Nij y María Zelada. Por la tarde, otro entierro. Quienes pueden dar sepultura a sus familiares se sienten, de algún modo, afortunados. Al menos, tienen un cuerpo al que velar. El resto sigue en los albergues, esperando.

La catástrofe ha despertado una inmensa ola de solidaridad. Desde decenas de municipios se organizan convoyes con ayuda humanitaria: ropa, líquidos, comida. Hay casos como el de Juan Bernal, alcalde comunitario de Saquil Grande, una aldea tremendamente pobre en Nebaj, que el viernes se plantó en Alotenango con el equivalente a 5.000 dólares en comida. Lo habían recolectado entre los vecinos y la comunidad migrante en EEUU. Había viajado durante 16 horas para entregar los víveres personalmente.

Queda por saber por cuánto tiempo se alargarán las labores de rescate de cuerpos, si es que se retoman. Lo más previsible es que el Gobierno declare la zona como camposanto y lugar inhabitable y las víctimas queden enterradas ahí para siempre. Para entonces la tragedia no estará tan fresca, las donaciones habrán menguado y cientos de personas quedarán con un futuro incierto.