Gotzon ARANBURU

Doce rostros migrantes que interpelan

‘Inmigrante’ es un término que, de tan amplio, casi no indica nada. Son tantas las casuísticas, tan diferente cada historia... Eso sí, les une el hecho de haber tenido que abandonar su tierra y haberse asentado en otra, y también el deseo de empezar una nueva vida sin olvidar sus raíces. Doce de estas personas muestran su rostro en la muestra fotográfica ‘Kosmo-polita’. 

Si los inmigrantes no forman un bloque compacto y homogéneo, tampoco la parte receptora respira igual en todas partes; no es lo mismo Berlín que Bilbo, no es igual un estado poderoso de Europa que un pueblo sin estado. Todo ello provoca mayores o menores niveles de integración, mayor o menor sentimiento de pertenencia, identidades en muchos casos poliédricas… Son cuestiones sobre las que reflexionan los hombres y mujeres retratados por el fotógrafo Mauro Saravia, él mismo un ejemplo de identidad compartida entre Euskal Herria y Chile.

Son doce retratos, todos ellos correspondientes a hombres y mujeres que en los últimos años han llegado a Bilbo desde distintos puntos del mundo y se han asentado en la ciudad. Mejor dicho, once, pues el duodécimo, Georges Belinga, nació hace 39 años en Barakaldo, de padre camerunés y madre española. Georges se siente, en gran parte, vasco, pero no reniega de su componente africano. Habla euskara y castellano, y también alemán, inglés y francés, idioma este último en el que se comunica entre sí la mayor parte de la comunidad camerunesa en Bizkaia. Pero dejemos para más adelante su testimonio.

Fotógrafo documentalista, Saravia es uno de esos profesionales cuya carrera sigue un hilo bien perceptible para cualquiera que se interese por su obra. En dos palabras, le interesan los derechos humanos y no le interesan los privilegiados, sino aquellos hombres y mujeres que en un momento de su vida tienen que enfrentarse a situaciones complicadas, realmente duras en ocasiones, bien sean gudaris del 36, mujeres represaliadas de la posguerra, o inmigrantes que luchan hoy por salir adelante en Euskal Herria. Casi nunca son complacientes sus retratos, no buscan que resulten “favorecedores”, pero respiran dignidad en cada píxel. En el caso de la muestra que se exhibe estos días en el Centro Municipal Elcano de la capital vizcaina bajo el título “Kosmo-polita”, sus sujetos miran de frente a la cámara, y apenas alguno esboza una sonrisa, pero sus miradas –al fin y al cabo, en la mirada muestra el ser humano gran parte de su personalidad– constituyen un mensaje en sí mismo.

Ya en el juego de palabras del nombre de la muestra, “Kosmo-polita”, se vislumbra la filosofía que anima al creador de la exposición. “Kosmos” significa mundo, y “Politis” ciudadano/ciudadana, pero es que además en euskara “polita” significa bonito. Sería algo así como reivindicar la hermosura de una sociedad de ciudadanos del mundo, en versión vasca.

Testimonios de viva voz

Creikeiba, Amal, Georges, Felipe, Mariana, Pascual, Maria Erlinda, Irina, José Ribeiro (Betto Snay), Louali Hilda y Fang Xiao son los nuevos bilbainos que han posado para Mauro Saravia. Además de las fotografías, la muestra de la calle Elcano recoge el testimonio audiovisual de esta docena de personas. El visitante elige una de las doce fichas disponibles y la coloca sobre el sensor de un proyector, que mostrará en la pared, convertida en pantalla, al protagonista contando sus vivencias, su vida en Bilbo, sus anhelos, sus alegrías y desengaños. Quien se tome el tiempo de escuchar los doce testimonios se hará muy probablemente una idea más cabal de la realidad de la inmigración que leyendo un informe institucional.

Mauro Saravia es biznieto y nieto de vascos y catalanes que emigraron a Chile. Hace unos años se afincó en Euskal Herria y su entorno familiar es ahora vasco, euskaldun, de forma que su proceso de integración, o reintegración, ha sido acelerado. Hay realidades vascas que conoce mejor que muchos nativos, mientras sigue intentando aprehender algunos rasgos de nuestra idiosincrasia y nuestra percepción del mundo que le resultan aún ajenos. «Siempre he tenido la inquietud de la identidad, del ir y el volver, del sentirte de un lugar, de la diversidad… son cuestiones no resueltas del todo todavía por mí. ¿Soy vasco-chileno? ¿Chileno-vasco? Cuando estoy allá me siento bien, cómodo, pero siento que me falta algo, una parte de mí no encaja allí. Y exactamente lo mismo, pero a la inversa, me ocurre en Euskal Herria. No es una circunstancia particular mía, sino algo generalizado entre quienes emigran con una cierta edad, e incluso entre emigrantes de segunda generación» nos dice Saravia.

Ese es precisamente el caso de Georges Belinga, nacido hace 39 años en Barakaldo de padre camerunés y madre española. De verbo suelto e ideas claras, Georges, que además de la realidad bilbaina conoce la de Berlín y otras europeas, constata y lamenta que el color de su piel siga siendo un handicap en su vida cotidiana en la capital vizcaina. «Mi padre fue uno de los primeros siete negros que se vieron en Bilbao, junto a Pascual –que también ha sido retratado para la muestra– y un puñado más. Yo crecí en Barakaldo y la identidad era entonces plana: o nativo o nuevo vasco, esto es, inmigrante del Estado español. ¿Y yo? Fue más tarde, cuando en los 90 empezaron a llegar emigrantes de África, Asia, Latinoamérica… cuando encontré otras referencias para situarme en el mundo, para ir haciéndome con una identidad poliédrica».

Los hombres y mujeres retratados por Saravia proceden de Europa, Africa, Asia y Latinoamérica. Algunos se han establecido entre nosotros tras un largo periplo, caso de Creikeiba Hamadi, saharaui que salió muy joven de los campos de refugiados de Tinduf, recaló en Cuba, donde obtuvo su formación universitaria, para finalmente establecerse en la capital vizcaina. Una característica común a todos ellos es que no se han desentendido de sus compatriotas tras haberse instalado en Bilbo, sino que trabajan por facilitarles las gestiones administrativas, buscarles trabajo… y también por establecer puentes entre autóctonos e inmigrantes. Es el caso de Fang Xiao, directora del Instituto Chino, que trabaja activamente en el conocimiento mutuo de las culturas vascas y china, o de Mariana Urcuyo, sicóloga nicaragüense, que ayuda a las muchas compatriotas –se calcula que más de 5.000– que trabajan en el cuidado de ancianos o en el servicio doméstico, en no pocas ocasiones en condiciones irregulares, a legalizar su situación y acceder a los derechos que les corresponden.

Encaje social

Volvamos a Georges Belinga. Aquel niño de Barakaldo que solo sabía de Camerún las historias que le contaba su padre, se encontró en la década de los 90 con un nutrido grupo de cameruneses que arribaban a Bilbo y a los que se acercó ansioso de trabar amistad. Pero de nuevo se produjo la paradoja tan repetida entre emigrantes: si para los vascos nativos era «demasiado negro» para ser vasco, para los cameruneses nativos era «demasiado blanco» para ser africano. «Definitivamente sí, el color de mi piel marca. Mis compañeros de clase que eran hijos de emigrantes andaluces o extremeños fueron aceptados sin problemas como vascos, pero conmigo siempre estaba el “problema” de la negritud. Y sigue estándolo, lo digo claramente porque lo percibo en mi vida cotidiana». Sus experiencias posteriores y el bagaje adquirido le permiten ahora considerarse sujeto de una identidad compartida.

Belinga entiende que la comunidad inmigrante ha de dotarse de herramientas de desarrollo personal y laboral propias, pasando de depender de una economía asistencial o de realizar trabajos que los autóctonos no queremos a desarrollar iniciativas de empleo con sello propio y encaje social. De ahí que se haya lanzado a impulsar en el barrio de San Francisco, con otros compañeros que comparten su filosofía, un vivero de microempresas sociales –“coworking a la africana” en sus palabras– de ámbitos tan dispares como un gimnasio, una academia de baile, una empresa de import-export hacia Africa, o un mercado de especias como el que se organiza los domingos en Plaza de la Cantera. El objetivo no es solo proporcionar empleo, sino también cambiar la imagen de San Francisco como barrio problemático o degradado, sacando a la luz y explotando todo el potencial, creativo y económico, que poseen sus pobladores.

Si algo representa a Bizkaia en el imaginario colectivo, tanto dentro como fuera del herrialde, es el Athletic. Aunque su rostro no figura en la exposición, inevitable preguntar a Georges sobre la influencia que supone que Iñaki Williams juegue en la Catedral. «Es un hecho totalmente positivo desde cualquier vertiente que se contemple. Hace que la gran masa social que arrastra el Athletic empiece a ver, mediante la ‘mancha’ de Iñaki, que esta sociedad es diversa, y yo espero que estos ejemplos se vayan diversificando y aunque el deporte es muy importante no lo son menos otros ámbitos de la sociedad y yo espero que pronto empecemos a ver médicos, chóferes de autobús, barrenderos y empresarios inmigrantes, que empecemos a ver, en definitiva, lo mucho que pueden aportar a Euskadi», indica Belinga.