La versión oficial dicta que la noche del 5 de abril de 2012, tras las cargas con pelotas de goma que hirieron mortalmente a Iñigo Cabacas, al volver a la comisaría, las escopetas y los macutos con pelotas y cartuchos se amontaron en el búnker sin ningún control. Las escopetas se limpiaron y el material se repuso sin atender a si las armas habían sido o no disparadas. Esta actuación no solo contradice el más elemental sentido común, sino también los reglamentos de la propia Ertzaintza. Y, además, una nueva fuente interna desmiente a este diario que ese fuera el proceder habitual en la Comisaría de Bilbo, asegurando que «tenía en su armero y almacén un orden impecable».
La imagen de caos en el búnker puede ser parte de una estrategia interna de la Ertzaintza que –según se lee en la sentencia de la Audiencia Provincial de Bizkaia sobre la muerte de Iñigo Cabacas– «desde el momento en que se van dando cuenta de que se ha producido un herido, van acomodando o preparando su versión para evitar responsabilidades».
No hay registro de aquel día
Los manuales policiales establecían un riguroso control del material antidisturbios que salía de las comisarías y se utilizaba posteriormente. Todo ello debía constar en un libro de registro, con la firma del armero e informes del responsable del operativo dando cuenta de «los hechos y circunstancias concretos que han motivado la actuación».
Sin embargo, como informó GARA el 21 de abril de 2013, no existe el registro preceptivo del uso de escopetas y pelotas la noche en que la Ertzaintza hirió a Iñigo Cabacas, sin que en aquel momento pudiera determinarse si no se cumplimentó ningún documento aquella noche o desapareció mas tarde.
Con posterioridad, el agente 8144, armero de la Comisaría de Bilbo, declaró ante la jueza que en aquel tiempo no se hacía ningún control sobre el material utilizado en las cargas policiales. Simplemente se colocaban en cada furgoneta tres juegos de escopetas y sacas con pelotas y se recogían al regreso, sin hacer constar en los formularios correspondientes si las escopetas se habían utilizado o no, cuántas pelotas se habían disparado y quién era el portador de cada una de las armas.
Por contra, este diario publicó en junio de 2014 que personas que conocían el funcionamiento interno de la Ertzaintza y de la comisaría de Bilbo no creían que esto fuera posible. Aseguraban que «desde hacía años» el control era exhaustivo y se apuntaba todo.
Solo desde fuera puede creerse
Tras la sentencia por la muerte de Iñigo Cabacas, el descontrol en el búnker de la Comisaría de la Ertzaintza de Bilbo se ha convertido en verdad judicial, aunque ello conllevara un reproche del tribunal.
Ante ello, una fuente de la Ertzaintza, con quinquenios en el cuerpo, ha transmitido recientemente a GARA que «ese proceso no se ha llevado con desorden en ninguna comisaría. Mucho menos en la de Bilbao, donde históricamente podía haber decenas de intervenciones a la semana».
«Todo lo contrario», incide. «La Comisaría de Bilbao tenía en su armero y almacén un orden impecable, que hace inadmisible e imposible que no se supiera inmediatamente qué agentes dispararon y cuáles no».
Esta fuente añade que únicamente «alguien ajeno a la Ertzaintza puede creerse que en aquel turno de trabajo de abril de 2012, en la comisaría de Bilbo no se anotó en los libros de armero a qué agentes se les entregaban las escopetas, con su número correspondiente en la culata, y los macutos precintados con las bolas de goma y los cartuchos impulsores, también con su número pintado en el exterior de cada macuto».
La adopción de estas medidas de control se justifica también por la propia seguridad de los agentes que han de utilizar ese material.
Tanto a esta fuente como a otras anteriores les sorprende que si el caos en el búnker era tal, nunca se tomaran medidas disciplinarias al respecto y se aupara al nagusi de la comisaría a jefe de la Ertzaintza.
El tribunal describe que la Ertzaintza preparó su versión para evitar responsabilidades
El tribunal que condenó a uno de los mandos de la Ertzaintza por la muerte de Iñigo Cabacas ya describe en su sentencia no solo «la deficiente investigación» llevada a cabo para posibilitar el esclarecimiento de los hechos, sino que «desde el momento en el que se van dando cuenta de que se ha producido un herido, van acomodando o preparando su versión para evitar responsabilidades».
Los jueces «echan en falta» que desde esa misma noche, sabiendo que había un herido por pelota de goma, la Ertzaintza no acometiera «una serie de actuaciones de comprobación mínimas, como es la recogida de todas las armas que fueron utilizadas en el lugar, lo cual no era difícil pues cada furgoneta tenía asignadas una serie de armas y había designados una serie de escopeteros».
La sentencia critica textualmente que «en lugar de esto se recogieron las armas, sin establecer a quién se habían asignado o quién las había usado, se limpiaron de inmediato y se impidió cualquier prueba que pudiera realizarse sobre ellas».
Pero no solo hay fallos de investigación que se puedan atribuir a una mala práctica, sino también actuaciones deliberadas para eludir responsabilidades penales con la muerte de una persona de por medio.
Hay constatación de que son muchos más los agentes que dispararon que los que lo admitieron en la investigación, y así lo reconocieron miembros de la propia Policía autonómica en la fase de instrucción. El tribunal asegura sobre algunos de los extremos que declararon los acusados en el juicio que «sabemos que esto no es cierto». También consideran que los testimonios de algunos de los agentes que acudieron a la vista oral como testigos «están cargadas de subjetividad, de un ánimo de eludir responsabilidades y de cierto espíritu corporativo que les resta credibilidad de manera evidente», añadiendo que «muchos de ellos niegan hechos o circunstancias que se producían junto a ellos o que se pueden ver con claridad en las imágenes».
Precisamente la nueva fuente de la propia Ertzaintza a la que hace referencia esta información se rebela contra el hecho de que «se pueda segar una vida delante de decenas de policías presentes y no se consiga esclarecer lo ocurrido». Insiste en que «con decenas de los mejores testigos posibles, esta muerte no se ha esclarecido».
Y añade que lo ocurrido no se debió a una situación de desorden, sino a una forma de actuar que se ha mantenido durante años, con «cosas que se han hecho mal» hasta acabar con la vida de Iñigo Cabacas y también en los seis años posteriores a su muerte.I.I.