
Ha muerto Xabier Arzalluz, el hombre que ha marcado a una generación de jelkides y también a quienes nunca participaron del jelkidismo. Hombre de oratoria brillante. Áspera en ocasiones y embaucadora cuando interesaba, tomó el testigo de la generación que sufrió la guerra y sus padecimientos de la mano de Carlos Garaikoetxea.
Los dos procedían del carlismo mamado en la infancia y ambos hicieron juntos un tramo del trayecto hasta que, como en 1931, Comunión y Aberri, rompieron el Partido en dos. Arzalluz se quedó en el pragmatismo ignaciano que dieron en llamar el “Espíritu del Arriaga” y las alianzas y trueques con Felipe Gonzalez, primero, y Aznar, después.
Pero Arzalluz ha sido mucho más eso. Con botas chirucas encendía a sus bases en las campas de Salburua y con traje y corbata cortejaba a gobernantes y banqueros. Lo hacía en beneficio del proyecto político que rehizo tras la escisión de Eusko Alkartasuna.
La ruptura entre el presidente del EBB y el Lehendakari supuso un trauma que no dejó indiferente a nadie, ni jelkides ni ajenos. Pero no menos traumática fue la ruptura del propio Arzalluz con quienes habían alardeado de fieles escuderos y terminaron en detractores. Léase los que ahora mismo cortan el bacalao en Sabin Etxea o Ajuria Enea.
Xabier Arzalluz se ha ido por razones biológicas, pero ya se había ido de la política por otras razones. Las que corresponden a la última reescritura de su forma de ver las cosas: los de ahora no le gustaban. ¡Para qué engañarnos!

Una piedra tallada hace 10.000 años, rival de la Mano de Irulegi

«Pantierno», «castellano», «adaburu xarra»... así se insultaba en la Nafarroa del XVI y XVII

La juventud independentista responde en Berriozar a la campaña de UPN y la AN

Cuando todo se juega en Bilbo en 24 horas (y pico)
