Altsasu lo ha vuelto a lograr. La batalla de cifras entre la organización y la Delegación del Gobierno parece una locura. La Delegación habla de entre 35.000 y 50.000 personas. Altsasukoak Aske, que estimó en función de metros cuadrados, apunta a los 60.000. Y la localidad solo tiene 7.500 vecinos. Por tanto, como mínimo quintuplicó su población para protestar por lo desproporcionado de las condenas a ocho jóvenes por una pelea con dos guardias civiles en la que ni siquiera participaron parte de los condenados. El abanico de condenas va de los 6 a los 13 años, tras confirmarse la primera sentencia por parte de la Sala de Apelación de la Audiencia Nacional (solo cambió la pena para un acusado, para rebajarla de 10 años a 6).
Obviamente, ante tal afluencia de gente, el pueblo colapsó. La pancarta que portaban los padres de los jóvenes comenzaba a moverse mientras todavía se veía la entrada al pueblo convertida en un monumental atasco en el que se vieron afectados varios autobuses. No había forma de esperarlos pese a que la gente que se quedó en la carretera había venido con tiempo y que los accesos a Altsasu son muy buenos. Viajeros de algunos de esos autocares aseguraban haber quedado más de una hora atrapados cerca de la salida de la autovía.
Esta era una manifestación especial. El drama de la desproporción de penas que ha roto la vida de estos ocho jóvenes ha traspasado todas las fronteras. Nada en Nafarroa mueve tanta gente como esta injusticia. Desde el sábado, la localidad parecía literalmente tomada por los incansables catalanes con vistosas enseñas amarillas, banderolas y esteladas. Algunos paseaban con barretina. Había autobuses también de Madrid y Zaragoza, y se vieron también banderas asturianas.
Conscientes de esto, los organizadores realizaron un despliegue espectacular. Se propusieron que todos los recién llegados entendieran por qué el pueblo se está echando a la calle como lo está haciendo. Trazaron, de este modo, un recorrido que atravesara el pueblo callejeando hasta pasar por delante de las casas donde vivían –y de donde se llevaron– los ocho jóvenes. Todos estos puntos estaban marcados con carteles amarillos que indicaban los días que llevan presos.
Los hitos de la protesta
Fue en este callejear donde se vivieron algunos de los momentos más emotivos de la protesta. El punto donde Iñaki Abad se entregó a los guardias, por ejemplo, resultó ser uno de ellos. En buena medida, porque el vídeo del joven camarero del Haritza avanzando hasta los agentes constituye uno de los momentos icónicos de este drama que aún está lejos de acabar.
Este itinerario mostraba, de algún modo, que los protagonistas de esta historia son gente que vive en casas normales, humildes, sin nada que destaque particularmente. Y esta es la verdadera fuerza que se esconde detrás de la enorme ola de solidaridad: decenas de miles de personas han entendido que el Estado puede cebarse con ellos igual que lo está haciendo con estas ocho familias.
De ahí que otro de los momentos que regaló ayer la protesta tuviera como protagonista un pequeño balcón. Allá, una familia de origen magrebí colgó un cartelito pidiendo la libertad de los jóvenes en árabe. Los padres, que como siempre eran los que llevaban la pancarta, se pararon y se lo agradecieron gritando: «Sucram, Sucram».
Esta familia árabe arrancó lágrimas a las familias después de que miles de personas les llevaran en volandas por las calles de su propio pueblo. Las aceras parecían tronar cuando estallaban los gritos de “Alsasukoak askatu!”. Por lo general, la reacción primera que tenía la gente era la de aplaudir. También se gritaron lemas como “Alde hemendik, utzi bakean!” o “Hau ez da Justizia”. Pero principalmente la gente intentaba arroparles, más que lanzar consignas políticas que se sobrentendían.
La manifestación tuvo un componente narrativo más. A lo largo del recorrido se colocaron 18 pancartas, marcando los distintos hitos que ha tenido el caso Altsasu. La cronología arrancaba con la pelea del bar y el desembarco mediático, pasando por la intervención de Covite, las detenciones, las sentencias... La organización insistía mucho en eso, en que la gente tenía que volver ayer a sus casas entendiendo un poco mejor todo lo que ha ocurrido desde la madrugada del 16 de octubre de 2016, cuando una pelea en un bar dio inicio a todo.
Mantener alzadas estas 18 pancartas suponía destinar a 36 personas únicamente a esta función. Otro centenar estaba poniendo orden como podía entre los coches y había que sumarle el resto de la infraestructura. El auzolan de cientos de vecinos fue colosal e impecable.
De vuelta a las calles centrales del pueblo para terminar la protesta, una gaita y una txalaparta avanzaron el inicio del acto central. Primero habló la plataforma que organizaba el acto. Aritz Leoz, portavoz de Altsasukoak Aske, afirmó que la de ayer supuso «una nueva muestra de dignidad de este pueblo que vuelve a pedir justicia proporcional y real, no solo para los ocho jóvenes encausados sino para toda una sociedad». Insistió en que todo esto merece la pena, porque una justicia capaz de cosas así supone un peligro para todos. Aun así, debido al enorme éxito de la convocatoria, Leoz sobre todo agradecía a todo el mundo el esfuerzo que se tomaron para acudir a la cita. «Imprescindibles, sois imprescindibles», les gritaba.
También hablaron las madres y los padres de los jóvenes que tuvieron una intervención muy política. «Estamos asistiendo a la vulneración de derechos fundamentales: el derecho a la presunción de inocencia, a un juicio justo e imparcial, el derecho a las garantías necesarias para la defensa, a la libertad, a la proporcionalidad de las penas. Son derechos consagrados en los tratados internacionales, en el Derecho Procesal y en las leyes de mayor rango», afirmó Edurne Goikoetxea.
Hubo una tercera lectura. Corrió a cargo de Ainara Urkijo, la única de las personas señaladas por los agentes que no ha acabado en prisión. Ella hizo lectura de una carta remitida por los siete presos que están en Zaballa. El mensaje que quisieron trasladar los jóvenes fue, sobre todo, de agradecimiento al apoyo recibido. Pero también dieron una voz de alerta. Recordaron que la sentencia siembra un peligroso precedente a futuro por la forma en que usa el agravante de discriminación para castigar lo que en realidad es un atentado contra la autoridad.
La marea humana se rompió casi tres horas después del inicio de la marcha. La gente se desperdigó por los bares de un pueblo colapsado por la solidaridad. Y donde todos los presentes estaban seguros de haber tomado parte de algo bonito y, además, importante.