Aritz INTXUSTA

Un auzolan titánico para una manifestación imposible

Ayer quedó claro que la solidaridad que despierta Altsasu es más grande que el propio pueblo. La gente no cabía. Tan sencillo como eso. Si la protesta salió adelante fue por la fuerza que mueve a sus vecinos. Altsasu se ha transformado. Es una máquina que lleva el auzolan a otro nivel.

Llegaron los vecinos al frontón y se llevaron a prácticamente todos los que habían extendido los sacos de dormir el sábado por la noche. Eneko Mendiluze trataba de poner orden a todo aquello. Se arrimaba al vecino que ponía la casa y gritaba con el micro: «Cinco sitios. ¡Una cama de matrimonio y tres colchonetas!». Entonces se acercaban también los visitantes a los que les cuadraba la oferta y se ponían de acuerdo para pasar la noche. Al acabar, la gente que se quedó en el frontón el sábado fue porque quiso. Algunos extendieron el saco por cumplir el expediente. La noche previa a la manifestación estaba impregnada de algo especial (y también había conciertos en el gaztetxe).

La mayoría de los autobuses que venían de lejos no llegó el sábado, sino que salieron de madrugada. Buena parte de los sonrientes catalanes que se adueñaron ayer de Altsasu habían dormido en el incómodo sillón del autobús.

Si una señal presagiaba el aluvión de gente, fueron las autocaravanas. Cientos de ellas pusieron cerco a Altsasu e incluso había tiendas de campaña escondidas entre las hayas. «Hay muchas más que cuando el Oinez», comentaban los vecinos. Altsasu acogió la gran fiesta de las ikastolas navarras en octubre pasado y ni siquiera entonces el pueblo se copó así.

El desayuno en la sociedad Kukuerreka marcaba el inicio del día. Los vecinos levantaban jaimas para la prensa, para vender camisetas y los altavoces cantaban “Aurrera Altsasu” durante las pruebas de sonido. A partir de las nueve había pan, bollos y café para todo el que quisiera en Kukuerreka. «Seréis bienvenidos aquí hoy y siempre», les aseguraba uno de los socios que repartía café. Las mesas de desayuno se doblaban en cuanto se levantaban los invitados. Los bares también estaban llenos. Los camareros no daban abasto con cafés y pintxos.

Parecía que cada vecino tenía una tarea asignada. De par de mañana nadie estaba quieto. Unos izaban pancartas, otros traían mil cosas, todo el mundo llevaba guantes y medio centenar se vestía el peto para subirse a las rotondas a encauzar el tráfico. Si no consiguieron un aparcamiento para todos fue, sencillamente, porque no había espacio para tantos vehículos. La manifestación era imposible.

Más de 250 acudían a las reuniones preparatorias de esta manifestación imposible. Ayer eran cientos de personas las que, como hormigas, cumplieron su función sin pedir nada a cambio. La solidaridad llegó a Altsasu ayer desde fuera, pero el motor de todo lo que sucede está en el propio pueblo.