Beñat ZALDUA

Ciudadanos, los orígenes

Ausente de la vida política real vasca, a Ciudadanos solo se le conoce aquí por “shows” como los de Altsasu, Errenteria o Ugao. Esta alineación con el trifachito, sin embargo, tiene poco que ver con los orígenes catalanes de la formación; un ADN que sugiere no descartar un giro hacia el PSOE.

El bipartidismo español es rocoso. Tiene inercias imparables, paga muchos sueldos y crea servidumbres difíciles de romper. Que se lo digan a Podemos, que parece condenado a seguir el camino de Izquierda Unida, aquel simpático pepito grillo sin voz ni voto. La medicina la probó el 26M Ciudadanos, quedando a años luz del sorpasso al PP que pareció posible el 28 de abril.

Ante el partido naranja se abren dos opciones: puede seguir alineado a la derecha pura y dura hasta acabar convergiendo con el PP en una futura –quizá no muy lejana– reconstitución de ese espacio político, o puede buscar situarse en el medio –que no en el centro– y ejercer de muleta ora a un lado, ora al otro. Es lo que han reclamado ya voces como la del gurú económico del partido, Luis Garicano, o fundadores de la formación como Francesc de Carreras, que ha pedido recuperar la «función de partido bisagra».

Es decir, volver a unos orígenes que poco tienen que ver, digamos, con el trifachito andaluz. Esos orígenes se sitúan en el primer Tripartit de Pasqual Maragall, cuando el proceso de redacción de un nuevo Estatut encendió las alarmas tanto en el Estado como en algunos despachos de Barcelona. Uno de ellos fue el del citado De Carreras: «Con la fundación de Ciutadans algunos queríamos que cambiara el PSC». Otro de los alarmados fue, qué cosas, el ahora abogado de Joaquim Forn en el juicio contra el independentismo catalán, Xavier Melero: «(Ciudadanos) solo tenía que existir el tiempo suficiente para que el PSC rectificase su deriva nacionalista».

Baste traer a la memoria estas dos citas para situar el ánimo fundacional de los impulsores del partido: responder al nuevo Estatut y forzar al PSC a alejarse de ERC y del Tripartit, haciéndolo volver al redil del régimen del 78. Como si alguna vez se hubiese salido: aquel Estatut no rompía nada, apenas trataba de ensanchar el terreno de juego. Se ve que no se puede.

Pero volvamos al presente. Pese a los malos resultados, Ciudadanos tiene la llave en plazas autonómicos como Madrid, Castilla y León, Aragón o Murcia, donde puede entregar el gobierno al PSOE o sumarse a un trifachito en una posición de subalternidad. Lo mismo ocurre en varias ciudades del Estado. Hay quien ha señalado, acertadamente, que volver a los orígenes y facilitar algunos gobiernos al PSOE requeriría que Rivera se desdijese del veto a Sánchez. Es algo que, de momento, se resiste a hacer, pero es difícil pensar que, por sí solo, pueda suponer un gran problema a medio plazo.

El polaco Slawomir Sierakowski advertía recientemente sobre las diferencias entre los autoritarios líderes del Este del Europa, que acostumbramos a meter alegremente en el mismo saco, igual que hacemos con Rivera y Abascal. «Mientras que Orbán (Hungría) es un cínico, Kazcynski (Polonia) es un fanático para quien el pragmatismo es una señal de debilidad. Orbán nunca actuaría en contra de sus propios intereses, Kazcynski lo ha hecho muchas veces».

Es una incógnita saber si Vox emulará al PiS polaco, pero de lo que no hay duda es de que Rivera, sobre cuyo hiperliderazgo se ha construido la imagen de Cs, es de la cuerda de Orbán. Otra cosa es que su ego acierte a encajar la derrota del 26M.

En cualquier caso, no hay que olvidar que las negociaciones no se circunscriben al terreno municipal y autonómico, sino que tienen una tercera y cuarta dimensión: la estatal y la continental. La fórmula para la investidura de Sánchez, aunque segura, sigue siendo una incógnita. El fracaso de Podemos el 26M ha minado sus expectativas ante el PSOE, que podría optar por gobernar en solitario y buscar a ratos a Ciudadanos, dejando cómodamente al PP a un lado y a Podemos al otro. El PNV le puede explicar cómo funciona. De momento, el PSOE ya ha avanzado que no piensa tocar la reforma laboral.

Por otro lado está la dimensión europea, en la que Sánchez busca recuperar un protagonismo perdido para el Estado español. Lo quiere hacer de la mano de un Macron que hace de puente entre el grupo socialdemócrata y los liberales de ALDE, donde encontramos a Ciudadanos y al PNV. El grupo liberal está llamado a tener un gran protagonismo en esta legislatura europea, pero los de Rivera necesitan marcar distancias respecto a Vox para pintar algo.

Estos factores van creando un ambiente que puede empujar a Ciudadanos, a corto o medio plazo, a ese punto medio entre PSOE y PP. Quien ha explicitado más claramente las contraprestaciones que, según el establishment, el PSOE debería ofrecer a cambio de este giro ha sido José Antonio Zarzalejos: Nafarroa y Barcelona. «Si la comunidad foral y el consistorio barcelonés se pierden para la causa constitucionalista, nos estaríamos acercando a una situación crítica para el sistema de 1978», ha escrito.

¿Aceptará el PSOE? A falta de ver lo que decide su militancia, si es que finalmente es consultada –así lo prescriben los estatutos–, la historia reciente navarra dice que no se puede descartar que así ocurra, ni mucho menos; y la obsesión por impedir la llegada de Maragall a la alcaldía de Barcelona no hace sino confirmarlo. Aceptado que el independentismo catalán no va a desaparecer, el objetivo del PSC y del unionismo más avispado es aislarlo, con la esperanza de reducir su capacidad de maniobra. La operación es bien conocida aquí, la estamos volviendo a ver en Nafarroa, pero que ocurra fuera de Euskal Herria ayuda a desmontar el relato que sostiene el veto a EH Bildu como una cuestión ética consecuencia del conflicto armado. Nada que ver, es ventajismo moral para no reconocer al independentismo como legítimo interlocutor.

En cualquier caso, la jugada barcelonesa no depende ni del PSC ni de Cs, ya que está en manos de Colau aceptar o no sus votos para impedir a ERC llegar a la alcaldía. La partida navarra, por otro lado, sigue abierta y presenta magras ganancias para el ego de Rivera, que es el hermano menor de Navarra Suma (en solitario apenas logró un 7,41% de los votos en las Europeas). ¿Qué ganaría entonces Ciudadanos? Bajo la ambiciosa óptica de Rivera, apenas unas migajas a cambio, además, de traicionar a parte de su electorado actual –algo que también tiene sus riesgos–. Bajo el prisma de los fundadores del partido, todo. Puede apuntalar al PSOE en la Moncloa y entregar la comunidad de Madrid al PP; puede asumir ese papel de bisagra e impedir que Pedro Sánchez dependa de independentistas y de Podemos; puede, en definitiva, cumplir con la misión para la que fue engendrado.