«A menudo me acuerdo de aquel disco azul de acordes simples pero emocionantes». Como si de una novela de Paul Auster se tratase, anoche se cerró el círculo bajo el cielo roto de Kobetas. Weezer, cuarteto angelino alumbrado en el momento álgido de la industria discográfica a la sombra de los grandes nombres del rock alternativo, se dejó ver en el BBK Live Festival 2019. Hoy, esta noche, también en Kobetas, sobre el mismo escenario, Berri Txarrak quemará una nueva etapa en su extensa gira de despedida. Una enorme. Gigantesca. Necesaria para dotar a una generación de su propia nostalgia y dar paso a la siguiente.
Weezer y Berri Txarrak, Rivers Cuomo y Gorka Urbizu, separados por 24 horas, como en dos realidades alternativas diferentes, como si se tratase de un nuevo capítulo de Stranger Things donde lo que debía de haber ocurrido casi al mismo tiempo, está separado por un muro insalvable.
El rock y su historia funcionan exactamente igual que la historia convencional. La escriben los vencedores. Los que primero llegaron. Los que antes se dieron cuenta de que se podía escribir una historia del rock y tiranizar así a los que viniesen después.
La historia del rock está escrita desde la nostalgia y a menudo ha desarrollado mecanismos para que los que viniesen después asumieran la nostalgia de otros como una nostalgia propia. Perverso planteamiento. A menudo, alguien mayor, se sienta a tu lado y te dice lo que tienes o no tienes que hacer. Lo que tienes o no tienes que escuchar. Lo que realmente es bueno o no lo es.
No debería de ser así. Toda generación debería ser libre de construir su propia nostalgia. De su puño y letra. Sin imposiciones ni interferencias. De alguna manera o de otra, de eso iba el show de ayer de Weezer. 37.000 personas, definitivamente muchas, para escuchar esencialmente los hits de sus dos primeros trabajos de estudio salpicados de versiones que, más que probablemente, ilustrasen la nostalgia del propio Rivers Cuomo. «Rivers, hator!»
Hay que repetirlo. 37.000 personas viendo a Weezer tocando sus dos primeros discos más covers de Tears For Fears y Toto, composiciones que, probablemente, no conocerán pero que les emocionarán si realmente están allí por la música y no por el photocall.
Lo cierto es que Weezer ha sido siempre una banda de canciones bien estructuradas y bien compuestas, amante del rock de estadio y capaces de sobreponerse a su propia singladura y perdurar en el tiempo. En Bilbo no escatimaron en el arranque de su actuación: ‘Buddy Holly’ y ‘Undone – The Sweater Song’, sus dos mayores éxitos en los primeros minutos de la actuación.
El rock, la música, llegó a nuestras vidas para hacernos felices. En Kobetas ayer por la noche había mucha gente feliz. Que la felicidad nos arrastre a más felicidad. No cabe otra. Así que tras un debate interno que proponía por una parte vivir la nostalgia de otros con Weezer o seguir intentando construir una nostalgia propia a los cuarenta, llegó el que definitivamente fue el concierto de la noche.
Shame, joven formación de rock alternativo y punk oscuro y enérgico del sur de Londres derramó talento, sudor y violencia sobre el escenario Txiki. Con tan solo un disco en el mercado, el segundo debe de estar al caer, Shame es una realidad engrasada que de un sonido contenido en disco, pasa a ser agresión y adrenalina en su versión en vivo. Jóvenes haciendo música de jóvenes para que otros jóvenes escriban su propia nostalgia juvenil. El rock jamás será otra cosa porque cuando se convierte en otra cosa, pasa a ser la nostalgia de otros, la historia de otros.
Curioso que unas horas antes de Shame en el escenario Txiki, también hubiese actuado una banda relativamente joven con un concepto cercano en lo musical. Viagra Boys, combo sueco de punk y post punk, selló otra actuación ilusionante moviéndose entre la suciedad guitarrera y el hipnotismo electrónico con solvencia.
Brexit Pop
Justo antes de Weezer, también en horario capital, The Good, The Bad And The Queen ofrecieron un concierto deslavazado, crítico con el Brexit y con la presencia de auténticas leyendas del pop y el rock inglés sobre el escenario. Damon Albarn (Blur), Paul Simonon (The Clash) y Tony Allen (Fela Kuti) ofrecieron un espectáculo de inspiración teatral con buenos momentos pero excesivamente disperso e inconcreto para ser seguido en un festival.
La nostalgia es en ocasiones el motor de nuestras vidas, así como un ente enemigo que niega la posibilidad de seguir creciendo como personas. A media tarde los madrileños Cupido exploraron esa dualidad a lo largo de una actuación cargada de aires pop de la década de los ochenta, sintetizadores, autotune y vocoder. Allí también había gente feliz. En cierto modo, Cupido tienen la llave de esa felicidad gracias a un pop fresco y descarado con un único tema en sus letras: amor, desamor y desencanto juvenil naif.
La particular noche de quien escribe terminó con la actuación de Vince Staples en el escenario Bestean, donde el rapero, de Compton, California, desplegó sus rimas.
«Una canción te ha abierto la herida, apagando los días. Avisadme si muero, si no soy yo, si no soy el que era». La historia de Berri Txarrak está escrita a base de pequeñas heridas en el subconsciente de una generación que ha visto como Gorka Urbizu y los suyos han desgarrado su emoción, sin falta, cada dos o tres años.
La cita de hoy en Kobetas es ineludible. Tanto como lo era la de ayer con Weezer. Es hora de cerrar capítulos de nuestra particular nostalgia. Es hora de llorar, reir, saltar y cantar al viento acompañando a Berri Txarrak sobre el escenario donde ayer actuó Weezer. También es el momento de que otros, los siguientes, puedan articular su nostalgia sin nuestra tutela para que ese mar de felicidad de anoche con Weezer o de esta tarde noche con Berri Txarrak no cese nunca.