Desde el 2016, hemos comenzado a escuchar los relatos de las mujeres que sufren violaciones colectivas. De ello se han derivado conceptos como «manada» o «jauría» para definir a los violadores que actúan colectivamente en sus prácticas de dominación.
En la presentación del libro “Yo sí te creo” de Samara Velte, la propia autora señalaba como ella y el periódico “Berria” habían decidido no utilizar el término «manada» por el significado que de él se deriva, como si estos violadores actuaran como animales salvajes.
Recientemente, a los acusados de la violación múltiple, de una menor de 14 años en Manresa se les ha denominado «jauría».
Las palabras que utilizamos para definir la realidad nos hablan no de la realidad sino de cómo la estamos describiendo y por tanto, no la estamos explicando.
Uno de los quehaceres feministas ha sido y es romper con la excepcionalidad de la violencia sexista. Romper con los escenarios de terror sexual e identificar la violencia como una expresión imprescindible para el ejercicio de la dominación patriarcal sobre el conjunto de las mujeres. El sexismo necesita de la violencia como elemento de coerción y de control. No es necesario que ésta se exprese, basta la amenaza de que pueda ocurrir. Un ejemplo cotidiano es el control que se ejerce sobre las mujeres jóvenes, para supuestamente protegerlas, y a la vez el control que se les exige a las mismas para no sufrir violencia. Porque las manadas, las jaurías y los locos están acechando.
El feminismo ha denunciado y actuado contra todas las formas de violencia sexista, incluida la institucional, que provoca una re-vulneración de los derechos de las víctimas y una omisión en la protección y garantía del ejercicio pleno de derechos del conjunto de las mujeres. Por eso hemos exigido leyes, necesarias y que han supuesto importantes avances en la sensibilización de la población, pero que pueden quedar en papel mojado si quien las tiene que aplicar lo hace con «perspectiva machista» o quien debe de aportar el presupuesto económico para su desarrollo sigue pensando que con calderilla se resuelve un problema estructural.
En el 98, tras el asesinato de Ana Orantes, el entonces vicepresidente del Gobierno, Álvarez-Cascos, señalaba la excepcionalidad del caso y hablaba de casos aislados. Desde el feminismo decimos que «no es un caso aislado, se llama patriarcado». Pueden ser y son futbolistas, peluqueros, guardias civiles, militares, jueces o periodistas. Así hasta cualquier profesión o situación vital porque los machistas andan sueltos en cualquier espacio. Es más, una parte significativa de ellos ya no se esconde sino que se siente poderosamente legitimada por partidos que vienen para reafirmar al machismo sin careta, el de siempre.
El sistema es resistente y ha conseguido fragmentar las diferentes expresiones como si no formaran parte de lo mismo, del continuum de dominación patriarcal. Seguimos visibilizando y alarmándonos con las formas de violencia física, formas que, por cierto, estamos viendo que no aplican la violencia física del golpe porque basta con la intimidación del grupo, que de por sí ya es violencia, o la utilización del chantaje para dominar. Entender que la violencia solo tiene que ver con la dominación y no con ningún otro elemento, es fundamental no solo para actuar a través de todos los agentes sociales sino para que las mujeres podamos identificar que ceder no es consensuar, que imponer es tan sencillo como que no te permitan decidir y negociar sobre lo que deseas y quieres.
Recientemente me llamaba una técnica de igualdad para trasladarme la alerta social generada en las familias, especialmente en las madres, que están preocupadas por la violencia que puedan sufrir sus hijas. Para ello proponían realizar cursos de defensa personal e instaban a los recursos municipales a actuar en ese sentido. Reconociendo la necesidad de generar una alerta (feminista) para dotarnos de mejores recursos, actuar de manera alarmista como si la violencia fuera una excepcionalidad o fuera solo material puede contribuir a generar medidas que a la postre refuercen más el terror y no nos faciliten identificar a los agresores machistas, porque la violencia física es solo una expresión de la crueldad patriarcal que para expresarse utiliza la coerción, la intimidación, el chantaje... mucho antes del golpe o de la violación.
Estoy convencida de que a nivel mundial debemos de lanzar una alarma feminista porque no queremos denunciar o llorar por las víctimas. Queremos erradicar la violencia de nuestras vidas y ello no es posible sin cuestionar el sistema de opresión patriarcal y todas sus formas de legitimar la violencia contra las mujeres.
Les invito a un sencillo ejercicio, cierren los ojos y piensen en una manada o en una jauría, ¿Qué les viene a la cabeza?
Ni el término «manada» ni el de «jauría» se corresponden con lo que en realidad son estos agresores machistas. De hecho, uno de los argumentos del abogado de los violadores de sanfermines «es que eran buenos hijos», se le olvido añadir hijos sanos del patriarcado.