Nayara BATSCHKE (EFE)
SAO PAULO

«Me golpeó hasta que perdí la conciencia»

«Empezó a insultarme y me golpeó hasta que perdí la conciencia». Así recuerda Crimeia de Almeida, entonces embarazada de 7 meses, su primer encuentro en 1972 con el coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el torturador de la dictadura brasileña homenajeado por el presidente Jair Bolsonaro.

Manifestación realizada en contra de la dictadura el pasado día 5 en Sao Paulo bajo el lema «Nunca más». (Nelson ALMEIDA/AFP)
Manifestación realizada en contra de la dictadura el pasado día 5 en Sao Paulo bajo el lema «Nunca más». (Nelson ALMEIDA/AFP)

Desde su residencia del centro de Sao Paulo, De Almeida revive en una entrevista con Efe su calvario en un momento en el que Bolsonaro ha reabierto heridas recientes de Brasil al minimizar los crímenes perpetrados durante la dictadura y cuestionar la legitimidad de las instituciones encargadas de investigar las muertes y desapariciones en ese periodo.

«Yo digo que la tortura debe ser tratada como un crimen imprescriptible. Porque, para el torturado, la tortura no prescribe jamás», subraya.

La enfermera jubilada, de 73 años, habla de sus memorias con serenidad. Su relato crudo de las atrocidades que «revive continuamente» le sirven como «terapia» y forma de «resistencia» para que «la historia no vuelva a repetirse».

«Cualquier amenaza o declaración que hace este tipo (Bolsonaro) me deja siempre en alerta, me hace pensar: ¿será que volveremos a pasar por todo aquello otra vez?», remarca.

Asimismo, el recuerdo de Ustra (1932-2015), a quien Bolsonaro, cuando aún era diputado, dedicó su voto en el juicio político que destituyó a la entonces presidenta Dilma Rousseff (2016), sigue vivo en la memoria de muchas víctimas.

Antes de acceder a la Presidencia el pasado 1 de enero, Bolsonaro defendió que el coronel había sido «uno de los hombres clave para evitar que Brasil cayera en manos del comunismo».

«Fue un golpe cuando Bolsonaro dedicó su voto a Ustra. Ahí me di cuenta de que la democracia en Brasil ya no valía nada», señala.

Define el momento actual de Brasil como «una nueva, aunque diferente dictadura» y realza, que pese a que Bolsonaro haya sido «democráticamente elegido», no está respetando la democracia que le eligió con todas «esas actitudes dictatoriales».

De Almeida empezó su activismo político a los 15 años en el movimiento estudiantil de la ciudad de Belo Horizonte, en el sudeste del país. Cuando los militares tomaron el poder, el 31 de marzo de 1964, las cosas «cambiaron rápidamente».

«Ese mismo año, mi padre fue arrestado. Fue muy torturado. Estuvo desaparecido durante 4 ó 5 meses», recuerda.

Debido al acoso de los militares, la familia se mudó a Río de Janeiro y pasó a vivir en la clandestinidad. Mientras cursaba Enfermería en una facultad carioca, De Almeida retomó su activismo estudiantil, se afilió al Partido Comunista de Brasil (PC do B) y decidió unirse a la guerrilla del Araguaia, que desde la región de la Amazonía intentó implantar el socialismo en Brasil.

De Almeida se quedó embarazada y tuvo que regresar a la ciudad. «Pero en diciembre de 1972, mi hermana y mi cuñado fueron apresados. Los militares irrumpieron en su casa y yo fui detenida, embarazada de casi 7 meses y con mis dos sobrinos», de 4 y 5 años, relata.

Sentada en una modesta mesilla en su amplio apartamento de Sao Paulo, recuerda como si fuera ayer aquellos meses entre 1972 y 1973 que pasó bajo la custodia de los militares.

Fue sometida a diversas torturas físicas y sicológicas, entre ellas palizas, privaciones de sueño, agua y comida, ruletas rusas o amenazas constantes de que mataría a su hijo nada más nacer.

«A inicios de 1973, fui transferida de Sao Paulo a Brasilia, porque era el Comando Militar del Planalto que acompañaba las cuestiones de la guerrilla», apunta. Fue en este pelotón de la capital federal donde De Almeida rompió aguas, pero su «auténtica y eterna» agonía no se detuvo.

«El médico me dijo que no haría el parto porque no le tocaba la guardia aquella noche y me puso un suero para que se retrasara el parto», afirma.

Como se opuso a la intervención, le ataron a la cama por las piernas y los brazos y le introdujeron el suero forzosamente. Durante el parto, el médico le hizo una «innecesaria y dolorosa» episiotomía.

«Mientras me cosía, sin ninguna anestesia, yo tuve un shock orgánico por el dolor. Tampoco me dijeron si mi bebé se encontraba bien, si era niño o niña, nada», recuerda.

Tras 52 días en el hospital, el bebé finalmente fue entregado a una tía y, poco después, De Almeida fue puesta en libertad. Desde entonces, dedica su vida a la búsqueda de presos políticos que siguen desaparecidos.

Para evitar la vuelta de «todas esas atrocidades» al país, su mensaje es claro: «El precio de la libertad es la eterna vigilancia. Fuimos poco vigilantes en el pasado reciente y ahora hay que estar alerta».