Siempre se ha dicho que el PNV sabe hacer campañas como nadie, que son maestros a la hora de escoger los objetivos a los que dirigirse y adecuar el mensaje al público al que se destina, sin complejos a la hora de incurrir en manifiestas contradicciones que parecen molestar más a sus adversarios políticos que a ellos mismos. Veamos pues, aprovechando que el sobreactuado rifirrafe con Vox nos lo deja en bandeja, cómo opera la maquinaria.
Primero funciona el olfato. Es algo que se tiene o no se tiene, pero también se entrena. Buena parte del valor de los debates electorales televisados radica hoy en día en lograr buenos cortes para alimentar la campaña en horas y días posteriores. No creo, sinceramente, que el gesto de Aitor Esteban negándose a saludar al representante de Vox fuese impostado; pienso que la incomodidad de los jeltzales con Vox es real. En todo caso, diría que fue un movimiento ligeramente teatralizado. Puede que a Esteban le nazca el gesto espontáneamente –nunca lo sabremos–, pero no tarda en oler el potencial político que tiene.
En segundo lugar entra en acción el saber hacer. Hay que sacar partido de lo que el olfato ha sugerido. En cada acto se repiten los ataques a Vox, convertido en leitmotiv de la campaña jeltzale. Pocas horas después del incidente, de hecho, ya corrían en las redes anuncios patrocinados del PNV con el vídeo de Esteban haciéndole la cobra a Iván Espinosa de los Monteros. A mí me apareció en Instagram, lo cual da también alguna pista sobre la segmentación del mensaje; es decir, sobre el público al que se quiere hacer llegar la idea de que el PNV es el dique de contención contra Vox: un votante joven –disculpen la arrogancia– y preocupado por el auge de la extrema derecha.
Es importante subrayar la importancia de esta segmentación del mensaje, porque es cualquier cosa menos casual. Aquí está parte del saber hacer. El PNV tiene prácticamente asegurados los seis diputados que logró el 28A, pero la irrupción de Más País en Bizkaia le da una oportunidad de oro para lograr arrebatar otro escaño más a Podemos. El objetivo, por tanto, es minar a los de Pablo Iglesias en Bizkaia. ¿Qué mejor que enarbolar el antifascismo para apelar a un votante que lo mismo puede elegir la papeleta de Podemos que la del PNV?
Hasta aquí todo bien, no hace falta echarse las manos a la cabeza, sino más bien tomar nota. Por otro lado, no es nada nuevo. A Vox también le va de maravilla esta confrontación, por lo que no es descabellado decir que ambos partidos se están ayudando mutuamente a hacer la campaña. Tampoco conviene ponerse estupendos: en la campaña de abril fue a EH Bildu y a Otegi a quienes buscaron las fuerzas del trifachito, lo que probablemente fue en beneficio del independentismo vasco.
Es en el tercer acto cuando la maquinaria empieza a desbordar el marco del juego limpio y a alejarse de las capacidades y virtudes propias de un partido para entrar en las ventajas que otorga una posición de poder que se utiliza sin pudor alguno y, diría, con bastante poca vergüenza. Los resortes son el Gobierno de Lakua y los noticiarios de EiTB, y la fórmula consiste en un mensaje pretendidamente institucional de Urkullu contra Vox, que el Teleberri incluye en sus titulares no como mensaje electoral, sino como discurso del lehendakari. Ya luego, en bloque electoral nos cuentan qué dice cada partido. Como si no estuviésemos en campaña y como si Urkullu no tuviese partido. Todo después de volver a dar el sondeo del domingo, pero de ese dopaje ya hablaremos otro día.
No sé si merece la pena gastar tiempo recordando que Urkullu era presidente del EBB cuando una legalización de las de verdad no les encontró precisamente en frente –lean a Ramón Sola–; o que la Ertzaintza ha cargado en varias ocasiones contra manifestantes que protestaban contra actos de Vox en Euskal Herria; o que resulta irrisorio sacar pecho ante Vox mientras se ha pactado durante años con el PP y se acude en combo electoral con un PSOE cuya última medida estrella ha sido volver a incluir la celebración de referéndums en el Código Penal. Si la prioridad es frenar la involución centralista y retrógrada en el Estado español, el PNV dejó escapar una oportunidad de oro ausentándose de la declaración de la Llotja de Mar.
Pero quedémonos con ese tercer acto de la campaña jeltzale, que nos recuerda que ninguna alabanza a las virtudes electorales del PNV –que las tiene, y muchas– debería venir sin el recordatorio de la posición de poder de la que hace uso indiscriminadamente. Porque el uso partidista y electoralista de las instituciones públicas que, mal que bien, tienen el mandato de representar a todos los ciudadanos de la CAV, funciona a modo de dopaje, alterando lo que a priori nos dicen que es una carrera igualitaria hacia las urnas.