Catalunya acostumbra a mirar a España a través de su ombligo. Los partidos soberanistas actúan en Madrid en función de sus necesidades en Barcelona. Esto no es malo por principio –también lo hacen a menudo los vascos–, pero quizá haya más de un malentendido sobre el funcionamiento del Estado que tenga su origen aquí. Solo este prisma umbilical ofrece un marco que haga inteligible la actuación de los partidos mayoritarios del independentismo en el Congreso de los Diputados. Porque cualquiera que escuchase ayer a las portavoces de JxCat y ERC hubiese podido pensar que los primeros se abstuvieron y los segundos votaron en contra. Y no.
Igual que en Euskal Herria, más allá de los votos particulares de cada actor, muy pocos independentistas consideraron en Catalunya una mala noticia la investidura de Pedro Sánchez. Sobre todo vista la alternativa. Lo explicitó ayer mismo uno de los portavoces de JxCat, Eduard Pujol, que aplaudió la predisposición de EH Bildu a votar «sí» a Sánchez en caso de que algún tránsfuga pusiese en riesgo la investidura. Mientras, ellos se mantenían en el «no». Vótale tú, que a mí me da la risa.
Al otro lado, el duro discurso de la parlamentaria Montse Bassa, hermana de la exconsellera Dolors Bassa, hoy encarcelada, solo se entiende por la necesidad de ERC de marcar músculo en Catalunya tras posibilitar la investidura de Sánchez. A diferencia de EH Bildu, que ha explicado su abstención como parte del compromiso para frenar al fascismo en todos los frentes en los que tenga opción de hacerlo, sin hacerse grandes ilusiones sobre el Gobierno que salga, Esquerra lo ha hecho en el marco de la apertura de una negociación política sobre el conflicto entre Catalunya y España.
El «no» permitirá a JxCat presentarse a las próximas elecciones catalanas como la garantía para evitar que ERC se abra a buscar nuevas aritméticas fuera del independentismo. Del mismo modo, la mesa de diálogo entre Madrid y Barcelona será la baza de ERC para presentarse como el interlocutor principal del independentismo, como la fuerza pragmática que puede lograr algo en el impasse actual.
Ese es el escenario que deja la investidura española, el mismo que dominará las elecciones que llegarán, más pronto que tarde, a Catalunya. Esto es tan cierto como decir que dicho escenario es poco más que una entelequia. El año es demasiado joven como para empezar a engañarnos. JxCat también prefiere a Sánchez que al trifachito en la Moncloa, y la Diputación de Barcelona, donde desbancaron a ERC para pactar con el PSC, nos previene de las futuras promesas electorales. Además, con Puigdemont libre para hacer la campaña en Perpinyà, son los principales interesados en que la inhabilitación de Torra acabe en un nuevo adelanto electoral cuanto antes. Paradojas de la vida. En Esquerra, por su parte, saben perfectamente que el diálogo con el PSOE no va a acabar ni en la amnistía ni en el ejercicio de la autodeterminación.
Más allá de las trampas de cada uno, lo que gana el independentismo con la investidura, mucho más que una opción de negociación real, es tiempo. Ni más ni menos. Ha sido el editor Germà Capdevila, en Nació Digital, el que ha dado la visión más honesta del panorama. El Gobierno Sánchez-Iglesias puede aflojar algo la soga de la represión y permitir al independentismo reordenar ideas y prioridades, algo que no ha hecho de forma compartida desde 2017. Prepararse, en definitiva, para el choque que tarde o temprano llegará de nuevo –hablar de rearme del régimen del 78 parece bastante fantasioso–, ampliar mayorías y estar en disposición de dar la batalla en condiciones más favorables que las actuales.
Mientras, la aportación catalana a la estabilidad del nuevo Gobierno español dependerá del resultado de las citadas elecciones al Parlament, donde una victoria clara de ERC abriría una nueva etapa, dando carpetazo a lo que hemos conocido como Procés. Pero en ningún sitio está escrito que el sorpasso vaya a materializarse. Dependerá, en parte, de quien menos ha buscado la estabilidad de Sánchez, la CUP, obligada a reinventar su papel en el Parlament. Si se ve en la tesitura de elegir entre la reedición del pacto ERC-JxCat y un Tripartit 2.o, ¿qué hará?