«La percepción de amenaza va a aumentar y aguantar el tirón sicológico será más exigente»
El miedo –y su gestión por parte de la sociedad– será una de las claves que marcará la batalla por controlar la expansión del coronavirus. El sicólogo y divulgador Igor Fernández (colaborador del semanario Zazpika) ayuda en esta entrevista a desentrañar la mecánica que activa el cerebro ante una situación tan estresante.
Una de las reacciones más llamativas de los últimos días ha sido ese asalto irracional a los supermercados iniciado el pasado martes para hacer un acopio de comida absurdo. ¿Qué explicación tiene semejante comportamiento?
Las personas como individuos o como grupos funcionamos ligeramente distinto. Como individuos, somos capaces de negar la evidencia más grande. Nos decimos: «Esto está pasando allí, a mí no me va a suceder». Alargamos la toma de conciencia y de decisiones a tomar para prevenir un mal que todavía no ha llegado. Existe una negación o una despersonalización. Nos decimos ‘esto no va conmigo’ porque les sucede primero a los chinos y luego a los italianos, a los que percibimos como distintos y lejanos.
Esa distancia emocional la tenemos que poner porque pasan muchísimas cosas en el mundo y no nos podemos preocupar por todas. Los medios nos bombardean con amenazas diarias, sería imposible. De repente, la gente comprendió que no era así, que ya no había distancia, que el problema lo tenemos en la puerta de casa. Fue una sorpresa.
Se saltó de la nada al todo. En un mismo día, distintas localidades y mismo comportamiento sin sentido. La gente llevándose hasta el papel higiénico. ¿Se le ocurrió a todo el mundo lo mismo de forma simultánea o se contagiaron el comportamiento los unos a los otros?
Son comportamientos muy apegados a formas muy primitivas de reacción. Seguimos siendo primates en el sentido de que somos seres gregarios, mamíferos que cuando vemos a otros reaccionar, aunque nosotros no veamos la amenaza, seguimos el comportamiento. Reaccionamos empáticamente. Estamos diseñados así.
En cuanto vemos a un igual, y remarco lo de igual porque he de percibirlo como igual a mí, realizar un comportamiento de este estilo, lo copiamos. Es igual que lo que ocurre con una gacela que no necesita ver al guepardo para correr, basta con que corra la gacela de al lado. Eso le salva la vida.
Se supone que no somos simples gacelas.
Esa idea de que nos vamos a aislar, nos vamos a esconder y nos vamos a proveer de todo porque no sabemos cuánto durará constituye un comportamiento aprendido. Hemos aprendido porque lo hemos visto en la televisión y solo necesitamos llegar al supermercado, que esté todo lleno y falte el papel higiénico para que se despierte una fantasía mental, una anticipación catastrófica apoyada en lo que hemos visto en una película. No somos una mente de colmena que pensemos todos igual, pero lo cierto es que nos parecemos mucho los unos a los otros.
¿Este tipo de brotes irracionales y terriblemente egoístas son eso, brotes, o conforme se agrave la sicosis que desata el coronavirus irán a más?
Clínicamente, la sicosis es una desconexión de la realidad. Al ver el fenómeno de forma sorpresiva en la puerta de casa, las reacciones son bastante primarias. La gente deja de comportarse como adultos racionales y pasamos a otro modo que también está en nosotros. La capacidad de evaluar se ve comprometida como cuando fallece un ser querido y no sabemos qué hacer.
Conforme aumenten los mensajes de precaución y las medidas se intensifiquen, la paranoia va a aumentar. Eso es así, sobre todo porque la percepción de amenaza va a aumentar y la defensa interna grupal que haya que poner en marcha para aguantar el tirón sicológico va a ser más exigente.
Hay que aguantar el tirón mental para no entrar el pánico.
¿Hasta qué punto hemos de aprender a gestionar estos instintos?
El miedo, por definición, es irracional y nos protege porque es irracional. No necesita la amenaza real para reaccionar y salvarle la vida. Pero es un mecanismo muy primitivo que funciona en situaciones extremas y esta situación abierta por el coronavirus no es el caso.
Es importante que diferenciemos entre lo que es activarse y reaccionar. Si no sé de dónde viene la amenaza, la mente humana, que es muy primitiva, va a desarrollar las imágenes más aterradoras para prevenirse de un posible peligro.
Afortunadamente, si no entramos en pánico, los seres humanos tenemos otras facetas y habilidades, que son de las que hemos de tirar en crisis como esta. Todos tenemos derecho a tener miedo, a tomar nuestras precauciones, pero no podemos actuar solo desde el miedo. Por eso hemos de confiar en quien nos dice cómo están las cosas. Sin esa confianza, estamos solos.
Con esto de la conspiranoia y los bulos, hay muchas personas que creen más lo que llega por vías extraoficiales que oficiales. Entienden que las autoridades van a ocultar el verdadero impacto de esta historia y quieren ser más listos que nadie para salvarse. Quien confía en esas vías, en realidad, está confiando en las fantasías desastrosas de otras personas. Porque son eso, fantasías. Hay que ser asépticos con la información, no solo con las normas de higiene. Hay que discriminar a quién escuchamos.
¿Y los medios de comunicación cómo deben de actuar, a sabiendas de que estos fenómenos se están dando en las persona que les escuchan o leen?
Los medios tienen un deber de asepsia también, como los médicos. Han de transmitir lo que sea útil. No vale contar todo de la manera que sea y como nos venga. La población, además, está hiperatenta a aquellos datos que sean negativos.
En una crisis con incertidumbre, el cerebro está preparado evolutivamente para percibir primero el peligro, por una cuestión de supervivencia. Y ya después, lo evalúa. Pero con cuatro pinceladas de peligro, una persona ya se forma el cuadro completo. Me refiero a esas pinceladas que se dan cuando se nos dice que esto no ha acabado, o que cuidado con lo otro. Todo ello genera una narrativa en la mente de los que escuchan. Hemos de ser conscientes y responsables. Hemos de buscar información veraz y confiar. Si no confiamos, estaremos solos y perdidos.
A fin de cuentas, esta situación es una oportunidad también para abrirnos a la solidaridad y la colaboración. Quien hace acopios masivos en los supermercados es quien está fantaseando con que va a colapsar el país entero porque no confía en los demás.
¿Hasta dónde se puede poner en cuestión, desde un medio de comunicación, la actitud de las autoridades sanitarias? ¿Qué ocurre si la población pierde la confianza en los líderes que han de dirigir esta lucha por controlar la pandemia?
Cuando tenemos miedo necesitamos confiar. La confianza y la sensación de estar acompañados, de recibir el abrigo de un grupo, es lo que hace que nuestro miedo, en general, disminuya. Esto sucede tato a nivel individual como grupal.
Las autoridades tienen la responsabilidad de dar información veraz y certera, ajustada al grado de gravedad. El resto, los ciudadanos de a pie, necesitamos confiar en esas figuras. Aquí no valen debates políticos, porque es una cuestión de salud general. Cualquier otro debate resulta contraproducente.
Estamos intentando entre todos frenar un virus que tiene una capacidad de contagio muy importante. Se trata de que entre todos nos cuidemos a todos. Si yo tomo medidas, no es solo por mí, sino también por ti, por la gente mayor... Ese debe de ser el objetivo y, para ello, hemos de ser conscientes de cómo funciona el virus, pero también cómo funciona la mente humana. También es una buena ocasión para asociarnos más allá de las diferencias. Por alguna razón, lo que está sucediendo me da cierta esperanza.