La crisis del coronavirus está cambiando la geografía política ante nuestros ojos. Estamos viendo en directo cómo el Atlántico se hace más profundo, mientras Eurasia se encoge. Los Alpes y los Pirineos se elevan más de lo acostumbrado, y el Rhin se ensancha a su paso por Estrasburgo. Estamos viendo cosas impensables hace 20 años: China enviando toneladas de ayuda de material médico a Roma –también a Madrid–, y un convoy militar ruso avanzando más allá de Viena, llegando hasta Lombardia.
Territorio desconocido. China lleva tiempo buscando nuevas fronteras y no parece que esté dispuesta a dejar pasar una ocasión como la presente. Las necesita para seguir creciendo y dar salida a sus excedentes, de capital y de mano de obra. EEUU lo hizo con Europa durante décadas. Es una de las verdades que esconde la iniciativa de la Franja y la Ruta, plan de inversiones globales lanzado por Pekín en 2013. David Harvey, geógrafo, lo llama solución espacial: «Absorción de los excedentes mediante la expansión geográfica y la reorganización espacial».
Es geopolítica. Aunque todos los estados la han estudiado y practicado, esta disciplina quedó socialmente denostada tras la segunda guerra mundial por su vinculación al nazismo y al «Lebensraum», el espacio vital que Hitler defendió que Alemania necesitaba, y sobre el cual cimentó su belicismo expansionista y genocida. Fue Yves Lacoste quien, hace 50 años, sacó del ostracismo el concepto y desenmascaró la geopolítica como «un arma para la guerra», un saber estratégico que sirve, sobre todo, para ordenar un territorio según unos objetivos.
China, una «civilización que finge ser una nación» (Lucian Pye), quiere participar en ese ordenamiento y tiene una oportunidad de oro, facilitada en buena medida por una EEUU ensimismada. Trump empezó riéndose del coronavirus y ha acabado siendo el país con más casos positivos. En un territorio con el estado de bienestar hecho trizas, el impacto social puede ser enorme. Son tiempos duros para versiones conspirativas clásicas; las nuevas preguntas no acaban de encajar bien con las viejas respuestas.
En medio, la nada. El mapa eurocéntrico dice que entre Pekín y Washington está Europa, pero estos días solo se observa un gran vacío. Berlín prohibió la venta de material sanitario a Italia en el inicio de la crisis, y Alemania y Holanda se niegan a aprobar los eurobonos que podrían, siquiera parcialmente, aliviar algo la crisis económica que viene. La Unión Europea es una entelequia en esta crisis. El material sanitario comprado por Bruselas no llegará hasta dentro de dos semanas. Si llega.
Que la respuesta más efectiva llegue de países con un poder muy centralizado y autoritario tampoco invita al optimismo, en un continente en el que la extrema derecha ya crecía antes de que el coronavirus entrase en nuestros diccionarios. La democracia cotiza a la baja en esta crisis, devaluada por los mismos que acostumbran a manosearla y que, sin embargo, ponen en el primer plano de la gestión de la crisis a militares y policías. La geografía es una herramienta para la guerra.
Viejos mapas desempolvados
Este estado de excepción creará nuevos mapas, pero también desempolva los viejos. Las fronteras, que siempre estuvieron ahí, vuelven a hacerse insoportablemente explícitas, más aún en casos como el vasco. De Berlín a Madrid, se impone el tono militar y la llamada al cierre de filas nacional, como si el coronavirus entendiese de geopolítica y esto no fuese una crisis sanitaria global. No hay nadie al otro lado de la línea del secretario general de la ONU, António Guterres, que sigue desgañitándose por una salida colectiva.
No sabemos si, como dijo Iñigo Urkullu, en un mundo globalizado la independencia es imposible, pero las medidas que se aplican en Euskal Herria en esta crisis no las está tomando ningún ente global, sino Madrid y París. El coronavirus es también un recordatorio de nuestra geografía real. El Bidasoa se hace más ancho, y el Ebro se estrecha.
En Ipar Euskal Herria ni siquiera es posible conocer la afectación real del coronavirus. Al sur de los Pirineos, los gobiernos de Iruñea y Gasteiz tampoco podrían confinar un territorio determinado para frenar el virus. Otra cosa es que lo quisieran hacer, pero ese ya es otro debate. Catalunya no se cansa de reclamar que pare toda actividad no imprescindible. Pero no puede ordenarlo. Los nuevos mapas se reformulan encima de los viejos, no sobre etéreas teorías acerca de la globalización y la interdependencia.
Porque la globalización realmente existente es la económica; la mercantil y financiera, que también tiene mucho de geografía, como insistía Lacoste ya en los años 70, desesperado por lo mucho que miraba la izquierda a la historia y lo poco que observaba los mapas. Intentó combinar ambos recordando la «estrategia geográfica» de los propietarios textiles en el Lyon del siglo XIX. Diseminaron el proceso productivo de la seda en diferentes operaciones, y las dispersaron en un amplio radio, de modo que solo los propietarios sabían dónde se hacía qué. ¿Nos suena? La geografía es un saber estratégico.
Escribía en estas páginas Isidro Esnaola que una crisis imprevista de estas características no hace sino tensar aún más las costuras ya maltrechas de una economía que se ha hecho vulnerable deslocalizando y especializando su tejido productivo. Las debilidades existían de antes, la pandemia no hace sino ponerlas de relieve.
Lo que ocurre con el material sanitario es el ejemplo más descarnado. Salvo excepciones contadas como las de Corea del Sur y Alemania, que combinaron su capacidad tecnológica con una respuesta rápida a la crisis, la mayoría de países asiste desarmada a una subasta global en la que todos pujan por lograr un material escaso que no tienen capacidad de producir. Así es como llegan más de 50.000 test defectuosos al Estado español.
Los viejos mapas han sido desempolvados, pero en ellos apenas hay rastro de aquel tejido industrial local, suficiente, diverso y de proximidad. De hecho, en este mermado tejido que permanece en pie –del que hay varios casos en Euskal Herria–, está siendo más sencillo frenar la producción en nombre de la salud de la comunidad, y hacerlo por medio de acuerdos.
No sabemos todavía qué geografía emergerá de esta crisis, pero hay indicios suficientes para deducir que no será la conocida hasta ahora. La necesidad de diseñar una propia, sin embargo, seguirá igualmente vigente. Como la política, los mapas, o los haces o te los hacen.