Abril de 2009. Una persona infectada con la gripe A sube a un avión en Nueva York con destino a Hong Kong; allí hace escala para dirigirse a Fuzhou. 41 personas comparten ambos trayectos con él. Nueve de ellas llegarán al destino final infectadas. Ninguna –tampoco la que subió el virus a la aeronave– lleva mascarilla. De las 32 personas que se libraron, casi la mitad (15) llevaban la protección.
Enero de 2020. Las pandemias y las cuarentenas nos siguen sonando a siglo XV. Una persona infectada con el Covid-19 sube a un avión en Wuhan con destino a Guangzhou, donde embarca en otra aeronave rumbo a Toronto. Llega con síntomas, le hacen la prueba y da positivo. Compartió avión con 350 pasajeros, que son debidamente advertidos y monitorizados. Ninguno desarrolla la enfermedad. El infectado llevó mascarilla durante todo su vuelo.
Cabe alegar que no es lo mismo la gripe A que el Covid-19. Obvio. Es más, un estudio publicado en “Nature” indica que las mascarillas pueden ser más efectivas con los coronavirus que con la gripe.
Las mascarillas sirven. No son una vacuna, no inmunizan, pero reducen la transmisión, especialmente en lugares cerrados en los que no se mantienen los dos metros de distancia. Lo dice la evidencia científica y también la experiencia. Muchos de los territorios que han controlado eficazmente el virus lo han hecho usando las mascarillas. En una elocuente entrevista, uno de los artífices del éxito de Veneto, Sergio Romagnani, explica sus resultados por no haber hecho demasiado caso a la OMS y haber recomendado, entre otras cosas, utilizar mascarillas desde el primer día.
De hecho, la OMS ha ido cambiando su opinión al respecto, igual que lo han hecho los diferentes gobiernos. Baste recordar que Lakua ha pasado de frivolizar con el tema –la consejera Murga contestó «tendrá coronavirus» cuando le preguntaron por qué Pedro Sánchez llevaba mascarilla–, a defender la obligatoriedad de su uso en espacios cerrados como el transporte público o las escuelas.
¿Sirven las de algodón? Puede que sea mejor usar una quirúrgica, pero es preferible entrar en un supermercado con una mascarilla de algodón que sin nada. Esta es la conclusión de un grupo de investigadores británicos tras comparar la efectividad de diferentes mascarillas.
No es hipocondría, es solidaridad. La mayoría de mascarillas filtran lo que respiramos –con mayor o menor eficacia–, pero ayudan sobre todo a controlar lo que expulsamos. Nos protegemos a nosotros, pero sobre todo protegemos a nuestra comunidad. Christos Lynteris, médico antropólogo, explica que, aunque aquí utilizamos las imágenes de asiáticos con mascarilla para construir la imagen del «otro», en China o Corea del Sur «usar una mascarilla es un gesto que comunica solidaridad durante una epidemia, un tiempo en el que una comunidad es vulnerable y el miedo puede dividir a la gente entre sanos y enfermos».
Puede haber razones culturales, de posible estigma y de simple comodidad para resistirse a las mascarillas, pero lo cierto es que cuesta encontrar argumentos en contra de su uso, al menos en los espacios cerrados. Ponérsela el primer día es volver a la prepubertad y sentir lo que sentías cuando te obligaban a ponerte el jersey que odiabas. La respuesta quizá sea la misma que nos daban entonces nuestros progenitores: «Déjate de tonterías».