Alberto PRADILLA

«¿Qué nos faltaba? Un terremoto»: México se recupera del sismo

La tierra tembló en la Ciudad de México a las 10.30 horas de ayer. Apenas 62 segundos antes había sonado la alarma sísmica así que, al menos en la colonia Roma, todo el mundo estaba en la calle cuando los árboles comenzaron a moverse y los cables a echar chispas y algunos edificios a tambalearse por efecto de la sacudida.

Residentes de Ciudad de México se abrazan tras abandonar sus viviendas al sentir el sismo. (Alfredo ESTRELLA / AFP)
Residentes de Ciudad de México se abrazan tras abandonar sus viviendas al sentir el sismo. (Alfredo ESTRELLA / AFP)

El epicentro del terremoto de 7,4 grados en la escala de Ritcher que ayer golpeó México estuvo en Oaxaca, más de 500 kilómetros al sur de Ciudad de México, donde se registraron seis víctimas mortales y los destrozos más graves. Pero se sintió también en la capital, Ciudad de México, donde apenas 36 edificios sufrieron daños y dos personas resultaron heridas. Sin embargo, el daño más grave es sicológico. Después de tres meses de pandemia por covid-19 y con el número de víctimas disparado (el martes se superaron los 22.000 muertos), la megalópolis se pregunta qué más puede ocurrir en este 2020 del que apenas llevamos la mitad y en el que ya se han tenido que enfrentar una pandemia y un terremoto.

«Ahora toca inundaciones», dice con ironía Enrique Hernández, trabajador en unas obras de un edificio del Poder Judicial en una colonia del centro de la Ciudad de México. En realidad, en los últimos dos días se han registrado fuertes desbordamientos en la península de Yucatán. Por ahí está golpeando al tormenta Cristóbal y está previsto que llegue el polvo de arena procedente del Sáhara. Al apocalipsis no le faltaban más elementos.

En realidad, el miedo a un temblor se había extendido en la capital desde hace semanas. O, más que miedo, la coletilla de «solo nos falta un terremoto». No se trataba de una sospecha, sino de la certeza de que existe la posibilidad de que en cualquier momento tiemble el suelo. Todavía está fresco el recuerdo de 2017, cuando casi 400 personas se dejaron la vida en un temblor que no dio tiempo a que sonara la alarma. Muchos también sufrieron el gran terremoto de 1985, del que no hay registros sobre cuántas víctimas provocó, pero del que se dice que pudo haber causado hasta 15.000 muertos.

El exterior de los hospitales, evacuados con la alerta sísmica, quedó como símbolo de cómo se mezclan dos grandes amenazas. En el Hospital General, en la colonia Doctores, o en el hospital Obregón, en Condesa, los médicos aguardaban volver a su trabajo enfundados en sus trajes especiales anticoronavirus. A su alrededor, pacientes de todo tipo, a pie o en silla de ruedas. Todos juntos, sin apenas guardar distancias. La covid-19 exige que se guarde al menos metro y medio de distancia entre personas para evitar el contagio. Pero el susto después de que las paredes se muevan de izquierda a derecha y los cimientos crujan te llevan a abrazarte con el primero que tengas al lado.

«Se me hizo eterno»

Lo explicaba Brando Jorge Rodríguez, de 23 años, que acababa de dejar a una familiar ingresada en el hospital Obregón cuando escuchó la advertencia. «No sentimos nada de movimiento, creímos que igual se activó. Pero de repente se empezó a escuchar cómo tronaba y todos empezaron a correr», señalaba, todavía asustado.

La amenaza obligó a romper los protocolos de aislamiento que exige el covid-19 y, horas después del sismo, los centros médicos se las apañaban para limpiar antes de que pacientes de otras afecciones y personal pudiese regresar.
Ocurrió por ejemplo en el Hospital General, un centro médico que ha mantenido su carácter híbrido durante toda la pandemia: atiende coronavirus y otro tipo de enfermedades.

«De repente empezó a moverse el hospital. Empezaron a decir que nos pegásemos a las paredes. Los cristales y las lámparas empezaron a sonar, se me nubló la vista y le dije a un chico que me iba a desmayar. No sé si fue mi percepción o duró mucho, pero se me hizo eterno», recuerda Melanie Cortés, de 23 años, estudiante de Medicina y que pronto entrará a trabajar en el centro médico como pasante.

«Nos faltaba un sismo», asegura, después de reconocer que lleva casi todo el año sin acudir a clase. Primero fueron las huelgas estudiantiles y después la pandemia, explica. Ahora lo que le da miedo a la joven es el mes de setiembre. «Hay tradición de sismos trágicos. Esperemos que no se cumpla», dice.

Falta de recursos

Los dos grandes terremotos de los últimos 50 años, el de 1985 y el de 2017, fueron el mismo día: el 19 de setiembre. Aunque las imágenes de edificios temblando y gente corriendo resulten impactantes, México está acostumbrada. Así que después del primer momento de shock, la ciudad regresó a la (nueva) normalidad. Y ahí la gran amenaza, la que verdaderamente marca el día a día, es la falta de recursos.

Lo cuenta María Del Carmen García, que lleva 37 años vendiendo zumos en una esquina en la colonia Roma. Dice que su marido lleva tiempo diciendo que «solo falta un terremoto», que el temblor le «espantó» y que solo cuenta con la fe para no contagiarse. Pero no se queda en casa. «Si me quedo en casa me vuelvo loca. Y si no trabajo, no como», afirma.