Pablo GONZÁLEZ

Lukashenko se mete en un callejón sin salida tras su fraude electoral

El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, ha ganado las elecciones entre numerosas irregularidades y acusaciones de influencia extranjera. Su posición a partir de ahora parece mucho más frágil y ello amenaza directamente a la independencia bielorrusa. Su principal rival, Svetlana Tijonovskaya, se ha refugiado en Lituania.

La victoria de Aleksander Lukashenko en las presidenciales puede resultarle agridulce y traer serias consecuencias para el país. Hay acusaciones de fraude por parte de la oposición y tras el cierre de los colegios electorales hubo un notable uso de la fuerza policial contra los manifestantes. Los primeros en felicitarle han sido Pekín y Moscú, mientras que los países occidentales han tildado las elecciones de no democráticas. Todo ello deja un escenario mucho más restringido que antes de los comicios.

El triunfo de Lukashenko, según datos de la Comisión Electoral central de Bielorrusia, sobre la principal candidata opositora, Svetlana Tijonovskaya, ha sido por un contundente 80% frente al 9,9%. Las encuestas no oficiales a pie de urna no son legales en el país, pero eso no impidió la aparición de datos de sondeos independientes que apuntaban a unos resultados diametralmente opuestos, entre un 71% y un 85% de los votos para Tijonovskaya y entre el 4% y el 12% para Lukashenko. La realidad probablemente se sitúe en algún punto intermedio, pero deja unos comicios adulterados en gran medida.

A ello se suma la ausencia de observadores independientes, muchas denuncias ciudadanas de papeletas manipuladas, un alto porcentaje (40%) de personas que supuestamente votaron los días previos o protocolos de recuento que no se corresponden con lo observado en los colegios . Tijonovskaya anunció que no reconoce los resultados y pidió a Lukashenko la transición pacífica del poder. El lunes por la noche se refugió en Lituania.

Por estos motivos miles de personas se han lanzado a las calles, especialmente en la capital, Minsk. Lukashenko ha utilizado masivamente a la Policía y tiene preparado al Ejército para reprimir violentamente la protesta. La noche electoral dejó más de 3.000 detenidos, incluidos periodistas, especialmente rusos. La Policía utilizó cañones de agua, balas de goma y granadas aturdidoras. La segunda noche de protestas se saldó con un muerto.

Lukashenko acusó a Chequia, Gran Bretaña y Polonia de estar detrás de las protestas. Antes de las elecciones había acusado a Moscú de querer influir en el país y llegó a detener en Minsk a 33 mercenarios rusos en tránsito hacía, supuestamente, Venezuela y Libia. Rusia, sin embargo, ha felicitado a Lukashenko. También lo han hecho China, Kazajistán, Moldavia y Chechenia.

Por contra, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, ya ha solicitado una reunión de urgencia de la UE. Alemania tildó las elecciones de no democráticas y el Consejo de Europa pidió a las autoridades bielorrusas que respeten los derechos humanos.

Esto le deja a Lukashenko un escenario mucho más limitado del que tenía antes de los comicios. El político, que lleva en el poder desde 1994, ha sabido jugar durante años una línea independiente entre Rusia y Occidente. Prometió amor eterno a Moscú a cambio de que subvencionara la economía bielorrusa, pero sin cruzar las líneas rojas de la soberanía nacional. Eso permitió a Lukashenko mantener un nivel de vida aceptable para la población, que, a cambio, le cedía sus libertades. Este contrato funcionó aproximadamente hasta 2014, cuando el giro en política exterior llevó a Moscú a pedir un mayor compromiso a Minsk en cuestiones como Crimea o la guerra del Donbass, así como la instalación de una base aérea rusa en Bielorrusia.

Lukashenko mantuvo las distancias, haciendo guiños a otros socios. Dejándose querer por China o incluso por la UE. Incluso el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, visitó Minsk este año para irritación de Moscú. Además, Lukashenko no dejó que se registrara como candidato Viktor Babariko, banquero cercano a Rusia. Su apuesta era clara, el poder es mío y tendréis que negociar conmigo.

Tras las elecciones, fraudulentas en gran medida, y el uso desproporcionado de la fuerza contra quienes protestan, con razón, por el robo de los comicios, Lukashenko tiene una posición sustancialmente más débil. Occidente difícilmente lo va a aceptar como interlocutor además de poner en duda algo tan básico como su legitimidad. Las protestas, inducidas o no desde el extranjero, parece que tampoco lo van a tener fácil para hacer caer un régimen que lleva años preparándose para ese escenario. Bielorrusia no es la Ucrania de 2014.

Rusia, por su parte, parece ser la única que puede ofrecer a Lukashenko seguridad personal y mantener el sistema bielorruso sin grandes terremotos internos. Aunque para ello exigirá, ahora sí, pasos claros de mayor acercamiento entre ambos países, lo que afectará necesariamente a la soberanía bielorrusa. Lukashenko deberá mostrar mucha imaginativa para poder seguir con su política de compromiso limitado como hasta ahora.