Contaba Pedro Olea que la idea de ‘Akelarre’ surgió cuando era niño, mientras escuchaban las historias de su primo, sentados alrededor del fuego. Muchos años después, guiado por los escritos de Julio Caro Baroja, Olea lleva a la pantalla una película formalista, de factura notable, que llegó a presentarse en la Berlinale en 1984.
Con Silvia Munt y Mari Carrillo como protagonistas, la fotografía de Alcaine y una dirección artística brillante, la película conseguía trasladar al espectador hasta épocas pasadas a través de una atmósfera verista. Olea imaginó en su guion y llevó a la pantalla la batalla entre dos formas opuestas de entender el mundo (el poder de la iglesia católica y el paganismo popular). La historia sucedía en un pequeño pueblo de Nafarroa a finales del siglo XVII. Un grupo de campesinos se enfrentaban al poder absoluto del señor feudal, el arma de este último es la Inquisición y la excusa; la brujería.
La idea de que la aniquilación de la disidencia es una constante histórica, en el caso de la nueva ‘Akelarre’, la de Pablo Agüero, las mujeres adquieren una nueva centralidad, sus cuerpos, sus rostros, sus sonidos, representan lo salvaje, aquello que se enfrenta a un poder irracional ostentado por hombres débiles y ridículos. Agüero, filma algunos momentos dueños de una belleza estética apabullante cada vez que se acerca a las mujeres juzgadas y es ingenioso el giro que da la historia al hacerse ellas con el timón de la narración. Aún queda mucho por contar, a través del lenguaje del cine, sobre lo que vivieron aquellos días aquellas mujeres. No todo lo hemos visto ya.